Geografía mítica

Kristina Håkonsdatter: una vikinga a orillas del río Arlanza

El destino de esta mujer fue viajar de Noruega a Castilla a causa de la política de alianzas de Alfonso X el Sabio para casarse con su hermano Felipe

El cuerpo momificado de Kristina Håkonsdatter fue estudiado en 1958
El cuerpo momificado de Kristina Håkonsdatter fue estudiado en 1958LR

Entre los ríos míticos de la vieja Castilla está el Arlanza, afluente del Pisuerga, cuyo curso arrastra numerosas leyendas, romanzas y canciones desde hace muchos siglos; Salas de los Infantes es cuna de la épica castellana, la de los tristemente célebres Siete Infantes de Lara, mientras que San Pedro de Arlanza, con su antaño espléndido monasterio, es el núcleo irradiador del sueño de Fernán González –por la ínclita Burgos afluye el Arlanzón–, y Covarrubias, añejo bastión castellano con su casi intacto centro histórico. En su Colegiata de San Cosme y San Damián están los sepulcros de los primeros condes castellanos y hay también una preciosa y singular tumba que alberga los restos de una princesa rubia y vikinga, recordada también por una estatua. Es la noruega Kristina Håkonsdatter, nacida en Bergen en 1234 como hija de los reyes Hákon IV Hákonarson, apodado el Viejo IV, y Margarita. Su destino fue viajar desde Noruega al corazón de Castilla, a orillas del Arlanza, a causa de la política de alianzas de Alfonso X el Sabio, para casarse con su hermano Felipe. Hákon y Alfonso consideraban muy conveniente esta alianza en el marco de sus pretensiones políticas dentro del Sacro Imperio Romano Germánico. La política de lazos matrimoniales era una de las maneras más efectivas de establecer el apoyo que Alfonso necesitaba en su aspiración de llegar a ser nombrado emperador germánico al ser nieto de Federico II, obteniendo el apoyo de los monarcas más influyentes de Europa, como en ese momento el nórdico Hákon.

Con que en 1257 Cristina hizo su largo viaje, evitando a los piratas y los peligros, con escala en Inglaterra, y, en vez de por Vizcaya, llegó a través de Francia y Barcelona. El largo viaje matrimonial de la princesa de cabello platino y ojos claros a través de Castilla causó sensación –su cuerpo momificado fue estudiado en 1958 y se vio su cabellera rubia intacta y restos de cartas de amor– y fue recibiendo el homenaje de todos hasta llegar a Burgos, donde celebró la Nochebuena en el Monasterio de las Huelgas. Luego viajó a Valladolid, donde la esperaba Alfonso X, y atravesó Soria, donde se dice que enfermó precisamente en la Laguna Negra. Mucho se ha romantizado su vida por la supuesta melancolía de la princesa; parece que pudo elegir marido merced a la cortesía de Alfonso X, que le ofreció a los tres infantes casaderos. Y aunque eligió a Felipe, que renunció a su prometedora carrera eclesiástica –había sido abad en Covarrubias– y se casó con ella en la Colegiata de Santa María de Valladolid, no parece que fuera el matrimonio ideal precisamente. Acabó sus días lejos de Castilla, que acaso le pareciera más cercana a su Noruega natal, pues fue a establecerse en Sevilla, donde se dice que Cristina murió de melancolía, sin haber tenido descendencia, pocos años después, con unos escasos 28 años, en 1262.

Un hermoso sepulcro

A instancias de su marido, su cuerpo sería trasladado al hermoso sepulcro del claustro de la Colegiata de Covarrubias. Es fama que, en sus últimos años de tristeza, Felipe le había prometido edificar una iglesia allí en honor de San Olaf, rey y santo patrono de Noruega, del que Cristina era muy devota. La figura de San Olaf, Olaf II de Noruega u Olaf Haraldsson, es casi tan reverenciada en Noruega como la de Santiago en España. Ese monarca guerrero había vivido en el siglo XI y se caracterizó por sus correrías vikingas, que también llegaron hasta España por las costas gallegas. Pero justamente en una de ellas, derrotado en nuestros lares, tuvo una epifanía de conversión al cristianismo cuando una voz le dijo que dejara los saqueos y volviera a su patria para ser «rey perenne de Noruega». Así lo hizo y comenzó la cristianización de su país y la conversión de la piratería en comercio. Su labor fue enorme y resultó una figura fundacional de Noruega, siendo beatificado después.

Pero la historia y las leyendas póstumas dan muchas vueltas: casi mil años después de San Olaf, gracias a una meritoria iniciativa noruego-castellana, al fin se cumplió la promesa de Felipe de Castilla a Cristina de Noruega y se inauguró en honor de ella la capilla de San Olaf, no lejos de la Colegiata de Covarrubias. Hay que concluir ya, sin tiempo para seguir avanzando en el curso del río mítico. Pero, ¿cómo no recordar luego Santo Domingo de Silos, con su monasterio benedictino, o Lerma, de ducales resonancias? La geografía mítica nos llama al viaje perpetuo con la imaginación literaria e histórica.