Aniversario

Salvador Allende: literatura para entender un mito

Medio siglo después, la imagen del expresidente de Chile sigue en lo más alto; un hombre que resistió en el palacio de La Moneda todos los envites... hasta la muerte

Retrato de Salvador Allende pintado por Efrén Cortés, artista que lleva décadas vendiendo sus obras en la plaza de Armas de Santiago de Chile
Retrato de Salvador Allende pintado por Efrén Cortés, artista que lleva décadas vendiendo sus obras en la plaza de Armas de Santiago de ChileAgencia AP

«Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto». Con estas palabras, dirigidas por el general Palacios a los altos mandos militares el 11 de septiembre de 1973 poco después de haber terminado el asalto al palacio de Gobierno, se dio por terminada una etapa importante de la historia de Chile, la etapa de la vía democrática hacia el socialismo, y comenzó otra: la de la férrea dictadura militar que, comandada por el general Augusto Pinochet, instauró un régimen de terror que duró casi 18 años.

Medio siglo después de aquel 11 de septiembre, hay algo que vive y perdura en la memoria. No sólo en la memoria de la mayoría del pueblo chileno, sino también en la memoria del mundo: la imagen de coraje y de valor del depuesto presidente Salvador Allende, que resistió dentro del palacio de La Moneda los embates de los tanques del ejército y los bombardeos de los aviones y que acabó suicidándose de un tiro en la cabeza con un fusil que le había regalado Fidel Castro.

El médico y político socialista se quitó la vida con un fusil que le había regalado Fidel Castro

Convertido en mito desde entonces, la vida de Salvador Allende y su lección de valentía ha ido cobrando, con el paso del tiempo, una mayor relevancia. No tanto porque su historia sea la historia de un estadista o de un líder carismático que supo conquistar a las masas o porque en su vida privada haya habido episodios controvertidos, sino más bien porque, después de haber sido derrotado como candidato a presidente en tres elecciones seguidas, logró que socialistas y comunistas se unieran bajo un mismo proyecto: llevar a Chile al socialismo a través de las urnas, la democracia y el mandato popular y no por medio de la lucha armada.

Sea como fuere, lo cierto es que esa imagen de valor y coraje de Salvador Allende, que soporta el asedio de La Moneda con un casco de combate, aún persiste más allá del tiempo y constituye una escena tan esencial como primaria para la construcción de un mito como el de Allende, entre muchos otros motivos porque los últimos minutos del presidente chileno estuvieron envueltos en un halo de misterio, hasta el punto de que durante muchos años en el centro de la discusión se refería si su muerte fue producto de un suicidio o si se trató, en realidad («presidente muerto») de un crimen premeditado.

En ese sentido, cincuenta años después del golpe militar, libros como la biografía «Salvador Allende», de Mario Amorós, publicada por Capitán Swing, y la novela «Allende y el museo del suicidio», de Ariel Dorfman, editada por Galaxia Gutenberg, vuelven a visitar la figura de Allende, pero lo hacen entre la historicidad y el mito, entre la veracidad de los hechos y el encantamiento de la ficción, lo cual es una prueba evidente de que el presidente chileno, además de un mito, es también, a la luz de los acontecimientos, un símbolo de valores inagotables.

Mario Amorós y Ariel Dorfman visitan la leyenda de Allende en dos libros aniversario

Publicada originalmente en 2013, la biografía de Mario Amorós (Alicante, 1973) no es una al uso, pues no tiene la pretensión de adentrarse en los aspectos más recónditos de la vida privada de Allende (de hecho, para esta edición se han suprimido apéndices y cuestiones relacionadas con sus vínculos con la masonería), sino de trazar su trayectoria política. Eso no implica, sin embargo, que la biografía no sea también, en conjunto, la semblanza humana de un hombre que fue fiel a su pueblo y a sus ideales hasta el final de su vida.

Así, Alonso ofrece el retrato de alguien cercano. El de un joven al que sus amigos más íntimos y parientes llamaban cariñosamente «Chicho», que nació en Valparaíso en 1908, en el seno de una familia de clase media acomodada, que estudió medicina y que, de la mano de un carpintero anarquista, se aproximó a las ideas emancipatorias del socialismo y que luego formó parte de grupos diversos de tendencia izquierdista y que en1937 inició su carrera política al ser elegido diputado por Valparaíso.

Pero junto a ese perfil, Alonso ofrece también la semblanza de un médico con vocación social, la de un militante entusiasta que participó en la fundación y expansión del Partido Socialista, la de un ministro de Salud durante el gobierno del Frente Popular y la de un persistente candidato que, tras ser derrotado en las elecciones presidenciales de 1952, de 1958 y de 1964, llega a la presidencia de Chile en 1970 con el 36, 3 % de los votos y el apoyo del Partido Demócrata Cristiano con el propósito de iniciar una serie de reformas sociales que pronto se encontraría con un montón de obstáculos y con la oposición del gobierno de Estados Unidos, que a través de la CIA buscó la manera de derrocarlo.

Su alargada sombra hoy se debate entre la historicidad y el encantamiento de la ficción

Esos años, los años del gobierno de Allende y la Unidad Popular, son los que revisita en su nueva novela el escritor Ariel Dorfman, que colaboró con Allende como asesor cultural durante los tres años de su gobierno y que, tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet, debió partir al exilio (primero a Francia y posteriormente a Estados Unidos, donde actualmente reside) y desde donde impulsó varias denuncias sobre la violación a los derechos humanos en Chile.

En cualquier caso, a través de una trama en la que el propio Dorfman ejerce como narrador y como personaje, el autor de «Konfidenz» y «Apariciones» conjuga la memoria de aquellos años, de aquel tiempo, con los acontecimientos históricos pero girando siempre, con las herramientas que ofrece la ficción, alrededor de un hecho: el suicidio de Allende. Un suicidio que muchos pusieron en duda y que Dorfman, a petición de un tal Joseph Hortha (un empresario holandés con corazón socialista que necesita saber lo que realmente ocurrió para ver si Allende puede ser parte de su Museo del Suicidio, una instalación algo delirante en un salón de su casa) intentará dilucidar.

En un viaje que es un viaje geográfico pero también un viaje en el tiempo, un viaje político pero también sentimental, ambos hombres recorren Washington DC, Nueva York, Santiago, Valparaíso y Londres como si fueran dos detectives salvajes detrás de una pesquisa que se les escapa todo el tiempo de las manos. De todos modos, la búsqueda de la verdad sobre el suicidio de Allende no es en vano, porque al mismo tiempo que comparten confidencias y secretos y analizan los años del gobierno de Allende, la coyuntura política e internacional, su muerte, no deja de adentrarse en su propio pasado. Un pasado repleto de culpas y de traumas que se ocultan en esa historia que ambos, con esfuerzos, desean hacer realidad.

La historia, más allá de todo, no puede detenerse y regresa otra vez, como cada 11 de septiembre, al palacio de La Moneda, donde Salvador Allende, asediado por los bombardeos y los tanques, resistió hasta el último momento y acabó con su vida con un tiro en la cabeza para que naciera su mito. Un mito que, cincuenta años después, ni el olvido ni las bombas lograron sepultar. Quizás porque las causas y los valores de Salvador Allende, como señala Mario Alonso, no sólo siguen vigentes. Son, además, indestructibles.