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Pensar hoy con los clásicos

Sofistas, retórica y democracia: ¿malos maestros?

Desde los orígenes de la retórica en Grecia y China, el legado sofista se ha inspirado en un debate público que tiene en la actualidad una gran relevancia democrática

Protágoras de Abdera
Protágoras de AbderaMusée de l'Ermitage

Los orígenes de la retórica se remontan a figuras arquetípicas y simbólicas del maestro y discípulo en las artes marciales de la palabra, tanto en el mundo occidental como en el oriental. Es sabido que Grecia (con su extensión romana) y China son las dos grandes tradiciones del arte de la persuasión por la palabra, la retórica, que también fue una notable escuela de pensamiento. Son como artes de combate dialéctico opuestos y complementarios a la par, como estudia el libro «Convencer o morir», un estudio sobre la retórica de la China clásica escrito por el latinista Juan Luis Conde. Puede que por las características tan singulares de cada arte retórica sean nuestras aproximaciones a la palabra y a la gestualidad tan diferentes en Oriente y Occidente. En el mundo clásico occidental, como refiere el romano Cicerón, fueron dos griegos de Sicilia, Córax y Tisias, maestro y discípulo casi legendarios, los inventores que simbolizan el comienzo de la retórica. En origen esta está relacionada con la implantación en Sicilia de la democracia, después de años de gobierno tiránico, cuando surge la necesidad de pleitear para recuperar las tierras expropiadas por los tiranos. Pero, junto a estos paralelos con las libertades, la retórica también se relaciona con las paradojas y los juegos de espejos entre la verdad y la mentira, el poder de la palabra para arrastrar los ánimos y la moral, la realidad de los hechos y su interpretación variada según la politropía de cada individuo: así llamaban los primeros oradores, acaso pitagóricos, precedente de los sofistas, a la necesidad de adaptar el discurso al auditorio y a sus múltiples peculiaridades.

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Triquiñuelas y argucias

Cuenta la anécdota: Córax fue el maestro de Tisias y le prometió que le enseñaría tan bien que solo tendría que pagarle cuando ganara su primer pleito; Tisias aprendió bien pero no se metió en pleitos y, cansado de esperar, Córax le pidió sus honorarios, que Tisias se negó a pagar. Entonces Córax le llevó a juicio. Pero Tisias argumentó ante los jueces que, si él no podía persuadirles de que tenía razón, entonces claramente Córax no le había enseñado nada, de modo que no sería justo pagarle según su acuerdo; pero, «a sensu contrario», si Córax le había enseñado bien, entonces él sería capaz de convencer al jurado de que no le debía nada a Córax. Entonces se crea la paradoja de Tisias: con que es evidente que en ningún caso le pagaría…

Desde entonces en el mundo clásico (y notablemente en la obra de Platón), se acusará a los sofistas de todo tipo de triquiñuelas y argucias retóricas, de faltar a la verdad de las cosas, como les reprocha Sócrates. Este los pone como ejemplo de la mala retórica, la que no busca la educación y la verdad. Gorgias de Leontinos, uno de los grandes sofistas de la Atenas de Pericles, viene justo de este ambiente siciliano: él se jactaba de poder defender cualquier causa (se ha transmitido un célebre «Encomio a Helena de Troya»). Así desembarcan los sofistas en la democracia de Atenas, el régimen participativo más famoso de la historia antigua, que se había desarrollado allí con especial éxito a mediados del siglo V a.C. No era casualidad que llegaran allí aquellos grandes maestros de retórica, pues Atenas era la meca de la cultura y la política, una polis enorme y rica en pleno esplendor de la ciudad. Pronto abren sus escuelas maestros como Protágoras, Gorgias o Hipias, cuya actividad se relaciona –cuando no fundamenta– con esta edad de oro del arte, la literatura y el pensamiento.

Todos los ciudadanos tenían que saber hablar en público en esta Atenas y los sofistas se centraban en la enseñanza de la retórica para la práctica oratoria. A partir de su llegada se crean un ambiente intelectual interesantísimo: últimamente se intenta reivindicar a los sofistas, pues suponen el armazón teórico y práctico que da sustento a la democracia.

Su importancia se ve en el debate con Sócrates-Platón frente a ellos: Karl Popper hubiera relacionado a los sofistas con la sociedad abierta, desde luego, como hacía con Platón en cuanto a la reacción a esta, por muy inteligente. La impugnación por parte de los sofistas de los valores absolutos y de todo dogmatismo y su clara defensa del acuerdo a ultranza (nada es por naturaleza, todo es por convención), puede ser un recuerdo muy útil hoy, en una sociedad como la nuestra, cercada por las polarizaciones de todo tipo. El sofista defiende las convenciones en sociedad, la discusión razonada en el espacio público, la capacidad de la retórica para encontrar un término medio o un acuerdo entre las diversas facciones a través de la argumentación y el debate: al no buscar la verdad absoluta, sino el acuerdo y el compromiso, creo que todavía hoy pueden ser una buena escuela para la democracia… todo eso y más fueron los grandes sofistas, que enseñaban a triunfar en la asamblea política. Fueron «malos maestros», como dice Mauro Bonazzi en su libro «Sabiduría antigua para tiempos modernos» (Alianza), sí, malos, pero seguramente muy necesarios para una sociedad que confronte ideas opuestas y, pese a todo, quiera avanzar sin caer en ninguna de las posturas absolutas, sino reconciliando ideas y alcanzando acuerdos. Lo seguiremos indagando…