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historia
Túnez, 1535: la mayor victoria de Carlos V en el norte de África
El emperador lideró una campaña multinacional que expulsó de la ciudad berberisca al corsario y gran almirante turco Jeireddín Barbarroja, azote de las costas españolas e italianas

La gran expedición de Carlos V a Túnez en 1535 marcó el punto álgido del enfrentamiento entre al sacro emperador romano y el «kaiser-i rum» («césar de Roma») otomano, el sultán Solimán el Magnífico. El mundo no admitía dos emperadores y, desde su primer enfrentamiento directo en Viena en 1532 hasta la fallida expedición de Argel en 1541, los dos monarcas más poderosos de su época se enzarzaron en un choque directo de inmensas proporciones cuyo frente se extendía desde Berbería hasta los confines de Hungría, pasando por las islas y costas de Italia y Grecia. Si en 1534 Solimán trasladó el choque al Mediterráneo central al nombrar «kapudan pachá» –gran almirante– de la Armada otomana al temible corsario Jeireddín Barbarroja, que arrebató Túnez al sultán hafsí Muley Hasán, Carlos V replicó con aún mayor energía y puso en marcha una empresa de gran envergadura que involucró a centenares de buques y miles de hombres para expulsar al corsario turco de su nueva guarida. La campaña tunecina, que el emperador dirigió personalmente, fue un hito organizativo: en apenas medio año se aprestó una fuerza formidable que se hizo a la mar provista de todo lo necesario para expugnar Túnez.
Los combates más arduos se produjeron en la fortaleza de La Goleta, que defendía el acceso a la laguna de Túnez y protegía la flota de Barbarroja. El 14 de julio de 1535, tras casi un mes de asedio, Carlos V ordenó el asalto al fuerte. Tras un intenso y prolongado bombardeo que hizo temblar el suelo y agitó las aguas del golfo de Túnez, los soldados españoles, italianos y alemanes del emperador salieron de sus trincheras y cargaron contra las fortificaciones otomanas, donde los aguardaban los mejores hombres de Barbarroja, jenízaros turcos y corsarios argelinos. El cronista Alonso de Santa Cruz cuenta cómo sucedió: «Arremetieron a la batería en sus escalas, y para ponerlas se echaron en el foso y subieron sobre los bastiones y batería, aunque la resistencia de los turcos y genízaros era mucha, porque luego acudieron allí con mucha artillería y escopetería y flechas y botafuegos y cañones con talegones de piedras con que hacían mucho daño».
Por suerte para los atacantes, sus celadas, coseletes, cotas de malla y rodelas se revelaron eficaces, y las bajas fueron moderadas, la mayoría producto del fuego de artillería turco. Rechazados de las defensas exteriores, reducidas a escombros por el fuego de los cañones cristianos, los hombres de Barbarroja se retiraron al castillo o a sus galeras, donde fueron derrotados a pesar de su resistencia y se desbandaron camino de Túnez cómo y por donde pudieron. Un testigo anónimo dejó patente la importancia de la toma de aquella formidable posición: «Es cosa digna de memoria que diez mil hombres fueron los que acometieron y tomaron una plaza que la defendían ocho mil turcos viejos en la guerra y mostrados a pelear y ganar [...], y junto con ello una armada de ochenta velas, y que importaban tanto que no solo era la importancia una fuerza [fortaleza] y una armada, más un reino, y no solo un reino, más toda África, y si más se quiere decir, todo lo más de la cristiandad, o toda si verdad se quiere confesar, y con todo esto se expugnó de la gente que he dicho».
Lucha enconada
Unos días después, el ejército cristiano avanzó sobre la ciudad de Túnez. Barbarroja reunió las tropas que le quedaban y salió a su encuentro en el oasis de Casebe. Allí, la lucha fue enconada. La artillería y la arcabucería tronaban mientras enjambres de jinetes moros trataban de hallar un hueco en la cerrada formación imperial. La presencia y el liderazgo de Carlos V contribuyeron a la victoria cristiana. El soldado Martín García Cereceda pudo ver de cerca al césar cuando se aproximó a caballo a la manga de arcabuceros de la vanguardia del escuadrón de españoles veteranos: «Cuando el emperador estaba hablando con el maese de campo [Rodrigo de Ripalda] y los trescientos arcabuceros, yo le estaba mirando a la boca y le veía sobre sus dientes tanto sarro negro del polvo y la sed, que era una cosa muy de ver sobre tales dientes».
Finalmente, Túnez fue saqueada y devuelta a Muley Hasán, en adelante vasallo del emperador. El victorioso Carlos recorrió entonces Italia cual nuevo Escipión. Las ciudades de Palermo, Mesina y Nápoles fueron escenario de celebraciones fastuosas en un viaje que culminó en Roma ante el papa Paulo III. La guerra contra el turco, sin embargo, distaba de haber concluido. Carlos lo comprobaría del modo más doloroso en Argel unos años después.
Para saber más...
- «Túnez 1535. Carlos V contra Barbarroja», Desperta Ferro Hª Moderna, 68 páginas,7,50 euros.
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