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LITERATURA
Juan José Millás: “En nuestras sociedades, el viejo es un escombro"
El escritor valenciano publica “Ese imbécil va a escribir una novela”, un libro lleno de ironía donde el autor-protagonista juega con su propia identidad y explora las zonas de sombra entre realidad y ficción

Un escritor que curiosamente responde al nombre de Juan José Millás recibe el encargo del periódico en el que colabora para escribir el que, cree, puede ser su último reportaje. Tal situación lo conduce a un viaje interior que se adentra en el complicado laberinto de la memoria y los recuerdos que se diluyen en esa delgada línea que separa la realidad de la ficción. “Ese imbécil va a escribir una novela” (Alfaguara), la nueva novela de Juan José Millás (Valencia, 1946), es una reflexión profunda sobre el oficio de escribir y de vivir donde convierte su propia vida en materia literaria, un relato melancólico y lleno de sarcasmo que explora la identidad y el poder de la literatura para conformar su propia realidad.
¿La memoria es una ficción, una construcción?
En gran medida, sí. En “Blade Runner”, a unos replicantes les implantaban recuerdos y nosotros en gran medida somos replicantes. Muchos de nuestros recuerdos son implantados y son los demás quienes nos piensan. Además, hay cosas que imaginaste con tal intensidad, que las recuerdas como vividas. La memoria es una amalgama de historias de sueños y cosas imaginadas que a la quinta vez que las repites, las incorporas a tu vida como si de verdad hubiesen ocurrido.

Habla de desdoble de identidad. ¿Todo llevamos dentro un impostor, un farsante?
A veces, uno lleva fuera el impostor, como la bicefalia del protagonista (risas). Todo el mundo tiene un “alter ego” con un mínimo de complejidad. Pienso que un personaje como Donald Trump, por ejemplo, no tiene alter ego, porque se requiere un mínimo de complejidad, es decir, alguien en el que te desdoblas y con quien discutes sobre la existencia.
¿Tenemos un “yo” íntimo y otro social?
Por supuesto, somos seres duales y ese yo al que le damos tanta importancia, es un esclavo del subconsciente, que es otra de las instancias del ser humano. Creemos que hacemos las cosas porque las decide el yo, y la mayoría de las veces decide esa otra instancia, a la que es muy difícil acceder, que se llama inconsciente.
O decimos y actuamos por lo esperan de nosotros.
Eso es, sobre todo por miedo a decepcionar, que es uno de los más grandes miedos del ser humano. Estoy leyendo la biografía de María Moliner, de Andrés Neuman, y cuenta que su padre se fue a Argentina cuando era pequeña. No volvió y todo lo que hacía era por satisfacer a ese padre que no estaba. A veces, todo lo hacemos por agradar a un ser imaginario que tenemos en la cabeza. El miedo a decepcionar es tremendo y hace que seas otro, que actúes con un yo diferente.
Como hace usted aquí.
Evidentemente, Alberto es el “alter ego” de Millás y al revés, es decir, ahí hay una relación de ida y vuelta complementaria que intenta llegar a acuerdos entre dos modos de entender a la literatura: la alta inteligencia del ensayo y la proletaria de la novela.
Según él, las novelas con argumento son a la literatura lo que los pisos de tres habitaciones y dos cuartos de baño a la arquitectura.
Hay una tensión entre la que tiene argumento y la más intelectualizada, que se entiende mejor si lo trasladamos a la pintura abstracta o figurativa. La que tiene prestigio es la abstracta y la figurativa son el pelotón de los torpes, es decir, la abstracción goza de un prestigio intelectual que no goza Antonio López, por ejemplo, y en literatura pasa lo mismo; hay un tipo de novelas ensayísticas, más intelectualizadas, que gozan de un prestigio que no tienen los torpes, y no sé por qué. Creo que Juan Benet decía que quien lee novelas a los 40 años es que no ha madurado, pero yo no le he perdido gusto, sigo leyendo.

Explora el paso del tiempo, de la juventud al viejo que seremos.
Sí, y la extrañeza de estar instalado en un país desconocido, que es la vejez, donde ninguna de las normas que te han funcionado en etapas anteriores de la vida, funcionan, Cuando intentas encontrar alguna referencia que te ayude a instalarte en ese país, te viene a la memoria la adolescencia porque se parecen mucho, ambas son como dos extremos, dos exilios al margen de la “normalidad”. John Cheever dice en sus memorias que “en la vejez, hay misterio, hay confusión”. Y yo digo que así podrían empezar perfectamente las memorias de un adolescente. Es por eso por lo que muchas veces se establecen alianzas tan misteriosas entre abuelos y nietos, porque se miran y ambos comprenden que están en mundos complicados, al margen de los demás, y que los demás no pueden entender, solo ellos.
Hay sociedades que encumbran la vejez.
Hay algunas míticas en las que dicen que el viejo de la tribu es venerado y se le pide consejo, pero en nuestras sociedades, el viejo es un estorbo, porque además, se ha alargado la vida, pero no la calidad de la vida. En la pandemia se vio lo que importaban y la crueldad con que murieron algunos. Muchas residencias son verdaderas escombreras. El viejo es un escombro.
¿Es necesario ir cerrando círculos según avanzamos en edad?
Sí, y me parece una de las cosas más elogiables del ser humano. Que la gente, antes de morirse, quiera dejar las cosas en orden, me parece muy elogiable, ese momento donde el matrimonio dice, "deberíamos ir al notario para arreglar las cosas a los hijos". Me conmueve mucho ese caso tan habitual de la persona que está agonizando y se resiste a morir, pero no por miedo a pasar al otro lado, sino porque tiene la sensación de dejar algo sin resolver. Entonces es muy frecuente que se acerque un hijo o hija, le den la mano y le digan: “Está todo en orden, papá, puedes irte”. Y se van. Uno tiene la necesidad de dejar la casa limpia y las cosas ordenadas y a mí me parece que eso habla mucho y bien del ser humano.
Sólo le queda un círculo abierto, el reportaje.
Creo que sí. Esta novela es el resultado de un fracaso, no haber sido capaz de cerrar ese círculo del reportaje y es un homenaje al periodismo, que está herido de muerte en la era digital, porque tengo la impresión de que el periodismo tradicional en papel que hemos conocido, está en modo de supervivencia. En época de la Transición, era inconcebible empezar el día sin haber leído el periódico. ¿Quién empieza así el día hoy?. Aquellas tiradas, los sueldos que se pagaban…ahora se están haciendo periódicos con sueldos de hace 30 años. Es imposible hacer un buen periódico así.
¿Hay mucho imbécil por ahí queriendo escribir una novela?
Sí, bastantes, y peor aún, queriendo gobernar el mundo.
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