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Kenzaburo Oé, el Premio Nobel marcado por la Segunda Guerra Mundial

Se ha hecho pública la muerte del escritor, a los 88 años, sucedida el pasado día 3 de marzo. El novelista fue una voz crítica en Japón, un país con escasas disonancias
Kenzaburo Oé recibió el Premio Nobel en 1994larazonLa Razón

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Cuando Kenzaburo Oé vino a España para promocionar, en 2004, su voluminosa «Salto mortal» (que publicó la editorial Seix Barral), novela publicada en Japón cinco años atrás, parecía otro escritor diferente, casi irreconocible, de aquel que deslumbró antes y después de recibir el premio Nobel, cuando la editorial Anagrama ya había divulgado sus cuentos y novelas descarnadas, realistas en su sentido más grotesco, cercanas además a la sensibilidad occidental.
En aquella obra, recreaba el reencuentro de varios personajes decididos a volver a emprender las tareas de una secta activa quince años atrás. De este modo, «Salto mortal» constituía un texto independiente en la trayectoria del autor nipón por su gran volumen, cuyo argumento giraba, de forma ininterrumpida, en torno a las disquisiciones acerca de cómo redefinir la «Iglesia del Salvador y el Profeta», fundada por los que se convertirían en sus líderes espirituales; estos habían protagonizado un acto de apostasía diez años antes, no sólo abandonando a sus fieles, sino renunciando a la vez a la propia fe. Asimismo, los comentarios en paralelo a la poesía del galés R. S. Thomas y otros escritores creaban un clima de exquisitez intelectual encaminado a edificar una «Iglesia del Hombre Nuevo», una propuesta personal del propio Oé, como contó en las entrevistas que concedió aquel año.
Y es que, pese a la advertencia editorial de que se trataba de su primera novela no biográfica, lo cierto es que el texto estaba inundado de guiños hacia sus gustos literarios (Twain, Hemingway, Flannery O’Connor), sus ideas políticas sobre la desmilitarización asiática, su «teoría de la rehabilitación» médica que trasladó a la escritura, o su hijo con discapacidad mental y músico, presencia ineludible en casi todas sus obras, en especial «Una cuestión personal» (1964). Es suma, el lector descubría a un Oé renovado, lejos de la concisión y la dureza argumental de su primera novela, “Arrancad las semillas, fusilad a los niños” (1958), cuyo trasfondo, la Segunda Guerra Mundial, él había sufrido desde la pequeña isla en la que nació e inundó sus creaciones, incluyendo aquel gran salto narrativo
Oé, que, en efecto nació en un pequeño pueblo, Ose, en 1935, y alcanzó su mayor fama al recibir el premio Nobel de Literatura en 1994, se trasladó para estudiar literatura francesa a la Universidad de Tokio, en 1954, y al cabo de tres años tuvo un primer éxito literario, al recibir, por su novela corta “La presa”, el premio Akutagawa. Desde buen comienzo, la sombra de los efectos de la guerra se hará omnipresente en su obra, así como sus reflexiones sobre la malformación neurológica del citado primer hijo, Hikari, nacido en 1963. Precisamente, este asunto le llevó a escribir libros como “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura” (1969), “Las aguas han inundado mi alma” (1973) y “Despertad, jóvenes de la nueva era” (1983).
El otro gran tema al que dedicó muchas páginas tiene su cumbre en el libro «Cuadernos de Hiroshima», cuyo origen hay que buscarlo en los artículos que Oé publicó en la prensa japonesa sobre sus visitas a Hiroshima en los años 1963-65. Habían pasado casi veinte desde la fatal fecha, 6 de agosto de 1945, cuando el bombardero Enola Gay, por orden del presidente Harry Truman, lanzó una bomba atómica sobre la ciudad que mataría y heriría a cientos de miles de civiles (tres días más tarde, otra nave B-29 atacaría Nagasaki). Era el final de la Segunda Guerra Mundial. El inicio de un infierno cuyas consecuencias están muy lejos de cerrarse, por lo que este libro publicado en 1965 sigue estando de actualidad.
Marcado por estos acontecimientos desde la infancia, Oé va a vivir un shock de carácter personal en esa etapa: justo cuando viaja a Hiroshima, nace su hijo, que se dirime entre la vida y la muerte en una incubadora, y su padre pisa el territorio donde tal cosa ocurre a diario: gente con cáncer, leucemia o ceguera producto de la radiación atómica; personas que se acaban suicidando para cortar la agonía; ancianos que han perdido a sus hijos y a sus nietos y que existen por inercia. Con individuos así va a entrevistarse Oé en distintos hospitales; los llama moralistas “porque han vivido los días más crueles de la historia de la humanidad”, porque nadie puede tener una experiencia tan abrumadora después de haber sufrido tal cosa.
Oé declaraba que conoció la dignidad humana en Hiroshima –dedicaba un ensayo a este concepto–, y volvió a referirse a ella en la entrevista que le hizo un periodista de “Le Monde” aquel año de 2004 y que sirvió de epílogo al libro. En definitiva, ese contacto con una realidad grotesca y espeluznante, pero también esperanzadora al ver el coraje de los supervivientes, se volcarán en su propia narrativa: le esperaba la escritura de su obra maestra, en aquella «Una cuestión personal» (1964) inspirada en su bebé, que también iba a sobrevivir.