Las dos caras del poeta
Sus obras, sus premios y también sus opiniones extravagantes –como declararse gibelino, monárquico y legitimista o afirmar que no ha votado nunca–, son conocidos. Algo menos conocido es el episodio por el que pasó una larga temporada en la cárcel de Lecumberri, en México. Incluso en Colombia me he encontrado con lectores suyos que desconocían esa parte de su biografía. ¿Importa a estas alturas? Tan solo quizá para completar las semblanzas que de él se harán estos días.
Álvaro Mutis fue demandado por la Standard Oil, empresa para la que trabajaba, por malversación de fondos. Para evitar ir a la cárcel, huyó a México en una avioneta que le consiguieron sus amigos. Quince meses estuvo en prisión, esperando a que se confirmase o denegase su extradición. No está nada claro qué hizo con el dinero. Según la versión más piadosa, lo gastó en ayudar a perseguidos políticos. Según otra versión que él mismo aceptaría, lo usó para ayudar a amigos artistas y para organizar fiestas y comilonas con ellos. Y, en fin, según sus más acérrimos detractores, utilizó ese dinero para comprar a parlamentarios que favoreciesen los intereses de la Standard Oil. Como su expediente fue borrado, resulta difícil averiguar la verdad. Y resulta también difícil por tanto saber qué tipo de persona fue en realidad. Puede que fuese ese hombre algo anárquico, generoso, encantador, extravagante, conservador y «bon vivant» que ven en él sus amigos. Puede que, al menos durante una etapa de su vida, sirviese a intereses más oscuros, aunque para creerlo se necesitarían pruebas y no sólo la rabia de sus detractores. No es infame aceptar la virtud de alguien sin pruebas, sí lo es condenar sin ellas. Al final, de todas formas, el recuerdo de su biografía se irá borrando. Quedarán desde luego su poesía y la saga del gaviero. Más de lo que quedará de la mayoría de nosotros.