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Al final de la escalada

larazon

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Alphonse Daudet, en un olvidado texto, «Tartarín en los Alpes» (1885), nos contaba que los Alpes son de mentira, de cartón, y que los retiran cuando se van los turistas. O como dice Martín Casariego en una de las páginas de esta novela: «No habría tanta diferencia si los Alpes fueran de cartón piedra». Casariego siempre sabe en sus obras encontrar la «grieta humana» de los personajes y al mismo tiempo tomar con la mano un puñado de gotas de mercurio para arrojar al espejo de la narración. En esta última obra, «Un amigo así», construye una pluralidad de símbolos desde el núcleo dialéctico del Mont Blanc, el más alto de los Alpes. El hielo que conserva y mata, que es el refugio del ser creado por el Dr. Frankenstein o el extraño paisaje que describiera Poe. Y que Casariego rastrea en sus exploradores, en sus víctimas o en los autores que escribieron sobre esos otros desiertos también construidos con sueños peligrosos y mortales.

Secretos de amigos

El Mont Blanc es el espejo, que ya empieza a resquebrajarse por la llegada de numerosos alpinistas, donde al estilo de Stendhal se mostrarán varios reflejos de un mismo mundo que se acaba: el encuentro de dos viejos amigos que adoran el alpinismo y van de vez en cuando a escalar; la amistad como una montaña, tan peligrosa y llena de fisuras como ella misma; la narración del mundo, tan frágil en la actualidad de la confusión, y que aquí será el periódico que uno lee al otro dentro de una tienda de escalada. El lector ya conoce, se lo ha contado el narrador en la primera página, que uno de los dos morirá en aquella escalada, y que hay un secreto doloroso que un amigo sabe del otro. Y de este modo, «Un amigo así» es una novela a la vez dolorosamente humana (como diría Nietzsche) y a la vez simbólica, pues este Mont Blanc es también la vida que nos engaña, que se disuelve en grietas ante nuestros pies y nos mata finalmente.

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