La guerra rompe Yugoslavia
No es una novela. Tampoco un libro de relatos. Retorciendo a Gracián: lo breve, si bueno, dos veces áspero. Estas páginas son un grito, donde, en lugar de capítulos, rezan epitafios. La capacidad de síntesis del autor le viene de la infancia, cuando los niños de su «patria» participaban en concursos de micropoemas para mayor gloria del ex dictador Tito. Se gesta a partir de las notas tomadas en un cuaderno de tapas negras en el frente. Estamos en la guerra de Yugoslavia. Años noventa. Las páginas están plagadas de recuerdos, hechos, violencia, y algo del balsámico humor negro que el ser humano gasta en tiempos aciagos. Pero también es la autobiografía del novelista: un joven escritor bosnio –que ahora se ha enterado de que es croata y que vive exiliado en Francia– convertido en soldado en medio del infierno, rodeado de rabia, dolor y sufrimiento gratuito. Hermanos contra hermanos, con idiomas distintos, pero afines. Como en todo paisaje en medio de la batalla: algún gesto de conmiseración, de bondad, de compasión. Pocos. Pero son tan bien recibidos como un soplo de aire en medio de una canícula tropical anegada de tribulación, situaciones incompresiblemente malvadas y desolación por arrobas. Nadie era mala yerba, sólo yerba en tierras con mal arraigo. Con ideologías contrapuestas, homicidas, conducidos por la creencia ciega que resumían las palabras de Bukowski: los «borrachos se perdonan a sí mismos porque necesitan seguir bebiendo».
De igual modo, los «enemigos» necesitan razones para seguir matando, violando y asolando. El libro consta de tres partes: hombres, ciudades y alambres de púas. Pero también se subdivide en musulmanes, serbios y croatas. Aunque como diría el autor «hay cinco grupos religiosos en la ex Yugoslavia: musulmanes, ortodoxos, católicos, algún judío sefardí y jugadores de fútbol». Cada relato representa retratos afilados, crueles, inocentes, insensatos y delincuentes. Como un Emir Kusturica de las palabras, nos ayuda a comprender mediante «flashes» cómo aquel antiguo país común tiene un corazón único pese a la lucha sin cuartel. Analizar la contienda conllevaría 15.000 asuntos geopolíticos que no aborda –gracias a Dios–, pero contextualiza de igual modo y resulta una patada en los genitales y un lugar hacia donde no querer mirar. Un espacio necesario.