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Crítica de libros

Lo que Leonardo enseñó a César Aira

Lo que Leonardo enseñó a César Aira larazon

A veces sucede: hay escritores cuya obra puede resultar un verdadero aburrimiento para muchos lectores pero no así, en cambio, su propuesta estética, su actitud ante la literatura (que es como decir su actitud ante la vida) o su simple condición de artista, que se expresa más allá de sus ficciones y de su narrativa y mediante otra clase de textos, a veces más o menos canónicos como los ensayos, y a veces más o menos bastardos, como los apuntes, los diarios, las notas, los papeles de trabajo de un escritor. Juan José Saer, en ese sentido, puede ser un ejemplo. Otro, su compatriota César Aira.

Autor de una obra tan prolífica como despareja, tan brillante como dispersa y repartida en variadas y diversas editoriales de Latinoamérica y España, el escritor argentino viene produciendo desde hace unos años una serie de textos que nada tienen que ver con su obra de ficción pero en los que, sin embargo, reflexiona acerca de cuestiones relacionadas, además de con la literatura, con otras artes, otros ámbitos, como los ensayos reunidos en «Sobre el arte contemporáneo» y en «Evasión y otros ensayos» o este conjunto que es «Continuación de ideas diversas», uno de los libros más extraños del autor de «Cómo me hice monja» y, también, uno de los más brillantes. «Cuando uno quiere poner por escrito una idea que se le ha ocurrido hay como un desaliento previo, una convicción fatalista de que no será posible, o que no saldrá bien, no solo por el trabajo que da sino por una especie de forzamiento, de antinatural, que conlleva ese trabajo», dice Aira en las primeras páginas, como si se tratara de una declaración de principios o, mejor, como el anuncio de un procedimiento, el suyo, que atravesará todo el libro.

Palabras que nacen

Porque –señala el autor– que la idea está hecha de palabras, aunque se trate de «palabras en estado naciente, todavía sin asomar como palabras, sino como lo que va a hacer a las palabras». Así, en esta obra Aira despliega, a lo largo de poco más de cien páginas, todo un repertorio de ideas originales, pero no lo hace a través de ensayos ingeniosos y eruditos, sino por medio de pequeños y concentrados fragmentos (ordenados alfabéticamente según la primera letra de cada uno de ellos) en los que una historia familiar, la lectura de una novela policial, un recuerdo de infancia, el relato de una pesadilla, la exposición de un cuadro de Leonardo, la larga espera en un aeropuerto o un viaje le sirven de mera excusa para dar forma a una idea, pues un mínimo de experiencia le ha enseñado, afirma Aira, «que la idea no será realmente idea hasta que esté redactada».

Nada, en ese sentido, le resulta ajeno a Aira. Porque las ideas desplegadas y redactadas no tienen únicamente que ver con el ámbito de la literatura o con la escritura, sino también con las artes plásticas, con el paso del tiempo, con el insomnio, con los sueños y, sobre todo, con la vanguardia, una corriente artística dentro de la cual la obra de Aira (un escritor a tiempo completo, como se desprende tras la lectura de este libro, y para quien escribir «es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida») suele ser adscrita.

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