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Estos son los auténticos motivos que nos empujan a las guerras desde la prehistoria
El historiador Richard Overy, especializado en la Segunda Guerra Mundial, ahonda en una de las grandes preguntas: por qué los hombres se matan desde siempre
El propio autor dice, para empezar su nuevo libro, «¿Por qué la guerra?» (Francisco García Lorenzana), que incurre en una impertinencia porque es un historiador que se ha especializado en las contiendas de un periodo muy concreto: las décadas de 1930 y 1940. Y, ciertamente, de Overy tuvimos, en fechas recientes, «Sangre y ruinas. La gran guerra imperial. 1931-1945», y antes otros títulos al alcance en español: «Por qué ganaron los Aliados», «Interrogatorios. El Tercer Reich en el banquillo» o «Dictadores. La Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin»; en fin, Overy ha analizado con detalle las crisis germanas de la primera mitad de siglo XX y cómo el sistema totalitario alemán se extendió entre los años 1933 y 1945, dejando un suelo desolado y trágico.
Con todo, en «Sangre y ruinas» ya tuvo un intento de universalizar el conflicto armado del que tanto ha escrito, pues se adentraba más allá de Europa. De esta manera, al entender todo como una guerra entre imperios a escala global, pisaba ampliamente territorios como el sudeste asiático y el Pacífico, haciendo bueno el epígrafe con el que empezaba el libro, de Nietzsche: «Hemos entrado en la época clásica de la guerra en su escala más amplia, la época de la guerra científica con apoyo popular: se librarán guerras como nunca se han visto en la Tierra». Lo significativo es que esta cita es de 1881, más de 30 años antes de que estallase la I Guerra Mundial.
Pero, por muy espeluznante que esta fuera, quedó empequeñecida por la Segunda, dentro de una nomenclatura, esta de «guerra mundial», que como refería Overy agrupa una serie de acontecimientos que «provocaron sufrimiento, privaciones y muerte en unas dimensiones casi ilimitadas». Realmente –así lo decía en el prefacio–, qué difícil es en la actualidad imaginar un mundo en que más de cien millones de personas fueron movilizadas para luchar, o ver cómo los Estados destinaron dos terceras partes del producto nacional a sus objetivos bélicos. «También es muy duro comprender la descomunal escala de privaciones, desposesiones y pérdidas sufridas a causa de los bombardeos, las deportaciones, las requisas y el robo. Sobre todo, la guerra desafía nuestra sensibilidad moderna cuando tratamos de comprender la extensión de las atrocidades, los actos de terrorismo y los crímenes cometidos por cientos de miles de personas que en la mayoría de los casos no eran ni sádicos ni psicópatas».
La visión de Einstein y Freud
Estas mismas palabras valen para comentar el alcance de «¿Por qué la guerra?», que no es una historia militar, sino una investigación sobre el fenómeno bélico en su dimensión antropológica, biológica, ideológica y estructural, con el fin de colocarlo como algo humano-universal. La presente monografía se abre con una escena que es fundacional en la historia del pensamiento del siglo XX: el intercambio epistolar entre Albert Einstein y Sigmund Freud en 1932, auspiciado por la Liga de las Naciones. La pregunta que Einstein plantea –¿hay alguna manera de liberar a la humanidad de la guerra?– y la respuesta matizada de Sigmund Freud –quien apoya la existencia de un instinto de muerte alojado en el inconsciente– sirven como punto de partida a Overy para poder desplegar en las siguientes páginas dos grandes marcos de análisis: por un lado, la guerra como un impulso innato que existe en el ser humano, como una parte inseparable de nuestra herencia biológica o psíquica; por otro, como una construcción sociocultural, nacida de la organización política, la lucha por los recursos o, también, por el deseo de dominación.
Desde el punto que marca ese umbral, el ensayo va de los indicios de violencia organizada en el Neolítico hasta los conflictos contemporáneos, como la reciente guerra en Ucrania. Overy explora los registros arqueológicos, las comparaciones entre sociedades tribales y complejas, la evolución del armamento, el rol de las ideologías modernas, el peso de las religiones, los nacionalismos y la racionalidad del poder estatal. De este modo, se aprecia que se ha esforzado en mostrar cómo distintas fuerzas confluyen y se entrelazan en la génesis de la guerra. Analiza y desmonta las explicaciones más comunes –el determinismo biológico, la escasez material, la agresividad inherente al ser humano– sin caer por ello en ingenuidades pacifistas. La guerra, afirma, no es una anomalía: es una estructura de relación social que, aunque aborrecible, ha sido funcional para múltiples propósitos a lo largo del tiempo. Por eso el texto pretende explicar la guerra en su dimensión más cruda y directa, como sistema de organización violenta de las relaciones humanas.
En los capítulos dedicados a la prehistoria, por ejemplo, aborda con cuidado el problema de la violencia en sociedades originarias. La noción del «buen salvaje» –una invención ilustrada, más ideológica que empírica– se contrasta con hallazgos arqueológicos que muestran rastros de violencia organizada entre grupos sedentarios con control de recursos. Pero Overy evita caer en el extremo contrario: no postula que la guerra esté inscrita en el código genético de la humanidad. Su tesis es más fina: la violencia organizada aparece como resultado de complejas formas sociales, no como una pulsión esencial. Su advertencia es que cabe entenderla no como un mero instinto,sino como una construcción cultural, política e ideológica. Esto, en el plano ideal, y al menos en teoría, permitiría imaginar su desarticulación futura.
Otro capítulo especialmente esclarecedor es el que analiza el papel de la ideología. Aquí Overy se mueve en terreno más conocido –nacionalismos, imperialismos, religiones, discursos de superioridad racial o cultural– para hablar de que la ideología, además de justificar la violencia, la convierte en algo deseable. Las guerras modernas, desde las que se organizaron en nombre de las cruzadas hasta las invasiones que se han hecho también en nombre de la democracia, han sido alimentadas por unas visiones del mundo que, en el fondo, lo que hacen es santificar la violencia como medio de redención o liberación.
En ese marco, el autor pone especial atención en figuras tan relevantes y conocidas como resulan ser Julio César, Napoleón Bonaparte o Adolf Hitler, cuyas guerras personales fueron presentadas como si fueran misiones históricas.
No menos potente, en cambio, es el tratamiento que hace del poder y la seguridad como dos de los motores estructurales del conflicto. Overy señala que muchas guerras no se libran por odio, sino por cálculo. La lógica de la guerra preventiva, el interés nacional, la geopolítica del miedo y el equilibrio de poder configuran un universo racional en el que la violencia se considera un instrumento legítimo. La guerra, entonces, no aparece ante las personas como si fuera un mero estallido de la irracionalidad, sino como una consecuencia lógica de sistemas que priorizan la soberanía, la expansión o la supervivencia por encima de cualquier otra consideración ética. Todo ello lo explica valiéndose de una gran cantidad de fuentes y escribiendo con sobriedad, sin tropezar en innecesarios sentimentalismos que hagan parcial o maniqueo el tratamiento que da a la visión de la guerra y el guerrear.
Antes al contrario, y aunque el lector podría encontrar, al ver el título, un intento de propuesta transformadora que lleve a una ética de la paz o a un marco utópico, lo que hay es el hecho de que Overy no ofrece soluciones ni se pronuncia a favor de modelos alternativos. Se percibe un pesimismo soterrado en lo que cuenta, que se hace más perceptible a medida que llegamos a su conclusión: si ha estado presente en todas las épocas y culturas, si ha sido funcional a tantos sistemas y ha sido validada por tantas ideas, ¿es posible pensar un mundo sin guerra? Esa pregunta queda en el aire, sin respuesta. Y tal vez es mejor que sea así.
- Lo mejor: La utilidad del libro como marco para pensar conflictos y su amplitud de enfoques: desde la biología, la historia…
- Lo peor: La ausencia de una propuesta ética o política explícita que ayude a cómo evitar la guerra en la actualidad