Cargando...
Sección patrocinada por

Obituario

Mario Vargas Llosa, profuso estudioso literario

El autor, todo un «obrero literario», como lo llamó Carlos Barral, ha fallecido a los 89 años

Mario Vargas Llosa Sáshenka GutiérrezEFE

Ciudadano del mundo implicado en la sociedad, incluso desde la vertiente política y con mucha actividad de tinte periodístico, Vargas Llosa fue un hombre incombustible e infatigable, prolífico y polifacético; todo un «obrero literario», como lo llamó Carlos Barral en sus memorias, recordando un verano en que el autor peruano, en la casa de Calafell del editor, trabajaba «ocho horas diarias en la redacción de “La casa verde”», novela que aparecería en 1966 y obtendría el premio de la Crítica. Autor de una obra inmensa, en número y géneros literarios ―aparte de narrativa, firmó nueve obras teatrales, por ejemplo―, Vargas Llosa destacó notablemente como estudioso de otros autores, desde que siendo un veinteañero llegó a París desde Lima, en 1959, y se puso a leer toda una noche “Madame Bovary”.

En ese año había publicado el libro de cuentos “Los jefes” y aquel descubrimiento de la célebre historia de Gustave Flaubert le llevaría a dedicarle el libro “La orgía perpetua”. En estas páginas, Vargas Llosa destacó sobremanera el estilo indirecto libre de la novela, y explicó cómo esta empieza en primera persona del plural, sigue con un narrador omnisciente y va surgiendo uno que se acerca tanto al personaje en su pensamiento que se confunde con él (un precedente, pues, del monólogo interior). Era la plasmación de que, a sus ojos, Flaubert representó la fundación de la modernidad novelística tanto desde el punto de vista narrativo como desde perspectivas lingüísticas, gramaticales, rítmicas, sonoras y verbales.

En este sentido, Vargas Llosa fue todo un ejemplo para aquel que empiece a escribir. De ahí surgiría su libro “Cartas a un joven novelista” (1997). No en vano, Vargas Llosa reflexionó mucho en torno a la ficción literaria. Ya en su momento Julio Cortázar defendió la siguiente idea de Vargas Llosa que un crítico atacó: «La literatura no puede ser valorada por comparación con la realidad. Debe ser una realidad autónoma, que existe por sí misma». El argentino se identificaba con su colega en su predisposición hacia la obra independiente y el pensamiento social. «Un novelista es un intelectual creador», añadía. Vargas Llosa representó tal cosa, atento a todo lo que le rodeó y, a la vez, absorbido borgeanamente por su tarea no sólo como narrador, sino como lector y estudioso de la literatura. Así las cosas, iluminó textos o autores clásicos antiguos o modernos por medio de grandes trabajos como “Carta de batalla por Tirant lo Blanc”, “García Márquez. Historia de un deicidio” o “La tentación de lo imposible. Victor Hugo y Los miserables”.

Rechazo a Galdós

Se trataban todos ellos de libros de gran erudición y de estilo accesible a todos, a los cuales podríamos añadir otro más dentro del plano de la literatura hispanoamericana contemporánea como Juan Carlos Onetti. Su análisis de la obra del autor uruguayo se tituló “El viaje a la ficción” (2008), y en ella habló de la compleja voz narrativa de sus cuentos, aquella que «nos sume en la incertidumbre». Precisamente, Onetti dijo que Vargas Llosa tenía una relación con la literatura de fidelidad conyugal, mientras que él la consideraba algo así como una amante. Se refería de este modo al tesón con que Vargas Llosa encaraba cada uno de sus retos literarios, desde el artículo dominical hasta su novela más gruesa.

Menos relevante sería uno de sus últimos grandes estudios literarios, el extenso “La mirada quieta”, sobre la obra de Benito Pérez Galdós. Aprovechando el confinamiento causado por la pandemia, Vargas Llosa se enfrentó a la lectura de la obra completa del autor canario, y el resultado no estuvo a la altura de lo esperado. Como si se hubiera empachado tras tanto leer, acabó sosteniendo el tópico de que Flaubert y Dickens eran autores mejores, y decía no haberle gustado “Fortunata y Jacinta”; además, en el prólogo reconocía su rechazo a la narrativa de un gigante literario como Proust y aducía su preferencia por un escritor como Javier Cercas, que será pasto del total olvido, como la mayoría de narradores actuales, por no decir todos, pese a su éxito comercial incuestionable desde hace varios lustros.

Junto a esto, detengámonos en el que tal vez fue su libro de exploración literaria más celebrado, “La verdad de las mentiras” (1990), que estaba compuesto por una serie de ensayos en los que el autor peruano seleccionó treinta y seis novelas. Así, habló de Ernest Hemingway, Virginia Woolf, Arthur Koestler o Albert Camus y comentó sus lecturas de “El gran Gatsby”, de Francis Scott Fitzgerald, “La señora Dalloway”, de Virginia Woolf, “Manhattan Transfer”, de John Dos Passos, “El lobo estepario”, de Hermann Hesse, “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, “La romana”, de Antonio Moravia, “Al este del Edén”, de John Steinbeck, “La casa de las bellas durmientes”, de Yasunari Kawabata…; en suma, algunas de las mejores creaciones narrativas de la pasada centuria.