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Papel

Louis Garrel pone en marcha la guillotina

El actor interpreta a Robespierre en «Un peuple et son Roi», cinta que cierra la última jornada en la Mostra, antes de conocerse hoy el palmarés

El actor Louis Garrel, que da vida a Robespierre en «Un peuple et son Roi», ayer, en Venecia / Ap
El actor Louis Garrel, que da vida a Robespierre en «Un peuple et son Roi», ayer, en Venecia / Aplarazon

El actor interpreta a Robespierre en «Un peuple et son Roi», cinta que cierra la última jornada en la Mostra, antes de conocerse hoy el palmarés.

Esta 75ª edición de la Mostra pintaba mejor sobre el papel que lo que ha sido en la práctica. Su director artístico, Alberto Barbera, tiene la tendencia a programar las películas estrella durante los primeros cinco días del certamen para que la Prensa que viaja a Toronto lo haga con los deberes hechos. Se ha beneficiado de los títulos de Netflix (las películas de Cuarón y los hermanos Coen, sobre todo), se ha aprovechado de algún filme que no llegó a tiempo a Cannes («La favorita», de Yorgos Lanthimos), pero la sensación general ha sido de que hubo promesas incumplidas (Nemes, Greengrass) y escasos descubrimientos (tal vez en ese capítulo «Vox Lux», de Brady Corbet). La estrategia del certamen de servir como plataforma para películas oscarizables no ha terminado de cuajar: seguro que «Ha nacido una estrella» se lleva una nominación para Lady Gaga, pero «First Man», la odisea existencial del astronauta Neil Armstrong, no cumplió con las expectativas que generaba el nombre de Damien Chazelle. Cerrando la competición oficial, y con los apasionados aplausos que los italianos dedican a sus cineastas orientales fetiche (también les pasa con Kim-ki-duk y Takeshi Kitano), llegaba el japonés Shinya Tsukamoto y «Zan», su particular (y fallida) versión del cine de samuráis.

Violencia samurái

Un joven samurái vive tranquilo en una aldea, ayudando a los campesinos en sus tareas cotidianas, en espera de estrenarse en sus artes bélicas. Estamos en el Japón del siglo XIX, en el difícil tránsito del feudalismo al mundo moderno. Un veterano «ronin» (el propio Tsukamoto) le recluta para irse a Tokio y convertirse en guerrero, pero unos maleantes abortan el viaje y le enfrentan con un miedo insondable: no sabe cómo matar a una persona. «En la espada de ese samurái», contaba Tsukamoto en rueda de prensa, «están todas las armas de fuego del mundo. La película exprime toda mi inquietud por el mundo actual. Es un grito contra la violencia». El miedo paraliza al aprendiz hasta que su nuevo maestro tiene que amenazarle de muerte. La historia es apenas un bosquejo de gestos violentos marca de la casa. Es el método Tsukamoto: que la violencia estalle para que demuestre su improductividad. Apagar el ruido de la sangre con más sangre todavía. A pesar de un par de apuntes curiosos y una secuencia de lucha a espada partida que acaba con una amputación generosa en plasma, la película carece de la agresividad conceptual de «Fires on a Plain» (la guerra es un acto caníbal), y da la impresión de que funcionaría mejor como cortometraje.

Fuera de concurso, se estrenó «Un peuple et son Roi», descripción sumaria del origen de la Revolución Francesa y sus efectos devastadores sobre la monarquía, desde la toma de la Bastilla hasta la decapitación pública del rey Luis XVI. En un cineasta como Pierre Schoeller, que abordó las cloacas de la política contemporánea con áspera, austera energía, en «El ejercicio del poder», sorprende la pesadez académica con la que se enfrenta a este periodo decisivo de la Historia europea. Hasta cierto punto, la reivindicación del levantamiento popular contra una monarquía caduca entra en contradicción con las buenas maneras burguesas de una producción de prestigio, más preocupada por reunir a grandes nombres del cine francés encarnando a figuras históricas –Luis XVI es Laurent Lafitte, Marat es Denis Lavant, Robespierre es Louis Garrel– que por llegar a encontrar un nuevo ángulo de visión para contar una época visitada por el cine mil y una veces.