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Machado, últimas soledades en Colliure

Atravesó la frontera con todo el dolor de la guerra y el peso inmenso del exilio. Detrás dejaba las tierras que había amado para morir en este pueblo francés el 22 de febrero de 1939, hace 80 años y al que volvemos hoy
Tumba de Antonio Machado, donde sus lectores todavía continúan dejando flores y recuerdos
Tumba de Antonio Machado, donde sus lectores todavía continúan dejando flores y recuerdoslarazon
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Atravesó la frontera con todo el dolor de la guerra y el peso inmenso del exilio Detrás dejaba las tierras que había amado para morir en este pueblo francés el 22 de febrero de 1939, hace 80 años y al que volvemos hoy. En los próximos días su tumba y su figura serán centro de varios homenajes.
Colliure, a pocos kilómetros de la frontera, sigue siendo aquel pueblo con esa luz que enamoró a la pintura de Matisse y Dérain. Ochenta años después es también el testigo de los últimos días de un poeta que llegó allí derrotado tanto en lo físico como en lo personal. Y sigue siendo la última morada de Antonio Machado, el lugar en el que murió un 22 de febrero de 1939 tras vivir en él unos pocos días azules bajo un sol, el mismo sol de la infancia. La ruta por los lugares machadianos en este pequeño pueblo debe iniciarse forzosamente en la estación. Aquí es donde llegó un grupo de viajeros el 28 de enero de 1939, a las cinco y media de la tarde.
La noche anterior, la primera en suelo francés, la habían pasado en un vagón en vía muerta en Cerbère junto con otros refugiados, como Joan Sales y Carles Riba. Ahora llegaban, al igual que otros muchos exiliados, a un destino incierto, sin saber qué sería de su futuro en tierra extraña. Ellos eran Antonio Machado, su madre Ana Ruiz, su hermano José y su cuñada Matea, además del escritor Corpus Barga. Comenzaron a andar perdidos y a la octogenaria Ana Ruiz debieron llevarla en brazos porque le resultaba imposible poder dar un paso. Por el camino habían dejado a un hermano en el otro bando, Manuel, una herida que nunca cicatrizaría y que es todo un símbolo de lo que supuso la Guerra Civil para muchas familias españolas. A Manuel Machado le pilló el inicio de la contienda en el Burgos que se convirtió en cuartel general de Franco. José Moreno Villa llegó a escribir al respecto «pobre Manolo, víctima de su “manolería?”. ¿Cómo no diste un salto de garrocha y te plantaste con tu hermano más allá de la frontera?». Lo que no debió saber Moreno Villa es que en los primeros días tras el golpe militar, Manuel Machado estuvo en la cárcel de la que fue rescatado por su muy puritana esposa Eulalia, un dato que le fue proporcionado a Ian Gibson, biógrafo del autor de «Campos de Castilla», por la familia Machado. El precio de esa libertad, tras permanecer en el calabozo del 29 de septiembre al 1 de octubre, fue quedarse en Burgos componiendo sonetos espantosos a mayor gloria de Franco y Primo de Rivera.
Una cuestión de orgullo
Habíamos dejado a los viajeros saliendo de la estación y bajando una calle sin rumbo, perdidos. Llegaron hasta una plaza donde los viejos del pueblo suelen jugar todavía hoy a la petanca. Fue allí donde la familia Machado fue acogida por Juliette Figueres, la propietaria de una tienda de ropa masculina. En 2014, el autor de estas líneas pudo hablar con Georges Figueres, hijo de Juliette y en 1939 un niño de cuatro años. «Mi madre los atendió y les dio café. En ese momento ella no sabía de quién se trataba. Eran gente como las que veíamos esos días. José y su mujer vinieron al día siguiente a la tienda de mi madre para dar las gracias. Ella les dio ropa –camisas y una muda–, pero se negaban en un primer momento. Era una cuestión de orgullo. Finalmente José dijo que en el grupo estaba “mi hermano Antonio que es un gran poeta español”», dijo Figueres. Casi a la par, el ferroviario que los atendió en la estación, Jacques Baills, descubrió la identidad de Antonio Machado al revisar el libro de registros del hotel: era el autor de los poemas que había aprendido estudiando español. «¿Es usted el poeta?», le preguntó. El autor de «Campos de Castilla» admitió triste y con la mirada perdida que «sí, soy yo». Machado venía ya herido de muerte tras haber dejado su domicilio en Madrid y pasar los años de la Guerra Civil primero en Valencia y después en Barcelona. Figueres rememoraba en 2014 que «él era consciente de su final. Sabía que su salud era mala y se encontraba muy desmoralizado. Le dolía mucho haberlo perdido todo, especialmente la maleta con sus últimos escritos al cruzar la frontera. Le afectó».
Quedaron instalados en el Hotel Bougnol Quintana que pasó a ser la última morada del poeta. Pese a la tristeza, Machado tuvo algún pequeño momento de felicidad en el pueblo, acercándose hasta la playa, como recuerda su hermano José en su libro «Últimas soledades del poeta Antonio Machado (Recuerdos de su hermano José». «Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena», escribió José. «Al cabo de un largo rato de contemplación me dijo señalando a una de las humildes casitas de los pescadores: “Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación”». Después de aquel día, no volvió a salir a la calle. Su estado de salud se agravó y falleció el 22 de febrero de 1939 a las tres y media de la tarde. Dos días más tarde, en la habitación contigua a la del poeta, murió su madre Ana Ruiz. Fueron enterrados en el cercano pequeño cementerio, a pocos metros de la pensión y por el que se puede ir a través de la hoy llamada Rue Antonio Machado. Ambos fueron depositados provisionalmente en un nicho dejado por unos vecinos hasta que en 1958 fueron trasladados a la que hoy es su tumba. Fue sufragada por amigos y admiradores de Machado, anónimos y conocidos, desde Pau Casals a Albert Camus.
En Burgos, un corresponsal de guerra extranjero escuchó que Antonio Machado había muerto muy cerca de la frontera francesa. El caso es que la noticia llegó hasta su hermano Manuel, que logró hacerse con los salvoconductos necesarios para poder viajar y atravesar un país en ruinas que salía de una guerra demasiado larga y sangrienta. Cuando llegó al pueblecito francés descubrió que también su madre había muerto. Se sabe que se reunió con su hermano José, pero ninguno de los dos dejó testimonio escrito de todo aquello. Lo que sí se sabe es que Manuel se pasó esos pocos días en el cementerio acompañando las tumbas de su hermano y su madre. Igualmente se hizo cargo de los gastos de su familia en la pensión antes de emprender viaje de vuelta a Burgos.
En su equipaje, Manuel se llevaba el pasaporte de su hermano, su bastón y un papelito que había sido encontrado en el bolsillo de su gabán. En él, Antonio Machado había escrito el célebre inicio del monólogo de «Hamlet» «Ser o no ser». En la segunda anotación se leía «Estos días azules y este sol de la infancia». En la tercera, recuperaba unos versos dedicados a Guiomar, su último amor: «Y te daré mi canción:/ Se canta lo que se pierde/ con un papagayo verde/ que la diga en tu balcón». El papelito nunca volvió a ser visto.
En su marcha hacia la frontera, Antonio Machado perdió una maleta. Era el mismo equipaje que lo había acompañado desde que dejara, a instancias del gobierno republicano, Madrid, que comenzaba a estar asediada por las tropas franquistas, para pasar a Valencia y, después, a Barcelona. Para Machado fue un duro golpe dejarla atrás, ya perdida para siempre, como recuerdan aquellas personas que acompañaron al poeta durante sus últimos días de vida en Collioure. Mucho se ha especulado sobre cuál era el contenido, pero muy probablemente se trate de la correspondencia que él mantuvo con la escritora Pilar de Valderrama, más conocida como Guiomar para la historia de la literatura. Hasta la fecha no ha aparecido ninguna de las misivas de ésta, pero sí las que recibió ella del poeta y que hoy por fortuna se conservan en la Biblioteca Nacional. Las paradojas de la historia harían que unos años más tarde, otro escritor, Walter Benjamin hiciera un viaje inverso. Cuando los nazis invadieron Europa, él cruzó la frontera de España y Francia desde Collioure a Portbou. También llevaba una maleta consigo. También estaba llena de papeles y, como en el caso de Antonio Machado, no se conoce exactamente cuál era su contenido. Benjamin murió en el lado de acá, mientras el poeta español, quedó, en el lado de allá. La frontera por medio. Los dos están enterrados en las localidades en las que conocieron sus últimos días y los dos tienen monumentos y lectores que recuerdan y honran su memoria.