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Máximo Huerta: «Los artistas de los años veinte trataban a las modelos de forma infrahumana»

En «París despertaba tarde», evoca las luces y sombras de este periodo marcado por la creación artística y la liberación de la mujer

El novelista sentado en una terraza de París
El novelista sentado en una terraza de ParísJavier Ocaña

El barrio de Montmartre y el de Montparnasse; la basílica de Sacré-Coeur y la rue de la Campagne Première; el café Le Dôme y la legendaria Place du Tertre. Máximo Huerta recupera el tiempo de bohemia que marcaron los años veinte en «París despertaba tarde» (Planeta), una novela trenzada con personajes reales y otros de ficción que revive uno de los periodos de mayor creatividad y libertad que vivió la ciudad del Sena durante el siglo XX. «Es un momento ingenioso, insolente y deslumbrante. La juventud quiere olvidar la tragedia que supuso la Primera Guerra Mundial y se lanzó a la efervescencia que agitaban esos días, a la locura de aprovecharlos. Las mujeres se emanciparon, y los artistas y creadores olvidaron los correctos modales que caracterizan a las sociedades bien. Se entraba en una época de alegría».

El escritor ha recurrido a Alice Humbert, una joven de orígenes sencillos, decidida a convertir un reducido local en un prometedor cenáculo de la moda y la modernidad, para mostrarnos las luces y oscuridades de aquel París de 1924 que se preparaba para acoger los Juegos Olímpicos y que atraviesa uno de los momentos de efervescencia literaria, artística y musical más fascinantes de su historia.

A través de esta narración de amores y desamores, amistades y deslealtades, equivocaciones y arrepentimientos, el autor evocará las figuras de Coco Chanel, Man Ray, Modigliani, Scott Fitzgerald, el desafiante Ernest Hemingway y la mítica y controvertida Kiki de Montparnasse, amiga íntima de la protagonista y que terminará desempeñando un papel trascendental en el curso de su destino. «Las clases sociales se mezclan y es lo que hace que la ciudad se vuelva cosmopolita. La aristocracia monta orgías en la que participan putas, soldados, artistas, canallas y gentes de toda índole... Es un instante desenfrenado, entregado al arte. Este triunfo del siglo XX no proviene de los franceses, sino de todos los que han llegado a la ciudad desde fuera. Es un éxito que pertenece a la inmigración. A los polacos, ingleses, americanos y tantos otros que no eran franceses, pero que se sentían parisinos».

El autor recuerda el tono pautado de aquella liberación, con sus impresionantes avances y sus dolorosas sombras, y subraya que «el principal objetivo era dejar atrás los dramáticos años vividos y concentrarse en la creación. Los artistas huyen del moralista y se exponen al gozo del disfrute, la diversión y la creación. Tres aspectos que para ellos estaban al mismo nivel. Son conscientes de que forman parte de un periodo excepcional y no sienten la necesidad de epatar».

«Para escribir hay que ser atrevido y perder el pudor y el miedo»

Máximo Huerta

Máximo Huerta, al recordar los nombres de estos creadores del arte y las letras, no lo duda y, sin traicionar las lecciones y divisas que dejaron a su paso, asegura que «para escribir hay que ser atrevido y perder el pudor y el miedo. Hay dejarse llevar. Hay que escribir como si nadie te fuera a leer nunca. En la creación, me da igual el jazz que la pintura, las mejores obras nacen cuando no están sujetas a cortapisas y no se albergan temores. Cuando se disfruta».

Pero él mismo es consciente de que el brillo que todavía irradian los años veinte esconde rincones ásperos. «Había un mercado de modelos en Montparnasse. Eran mujeres que deseaban liberarse de las tutelas que imponía la sociedad. Para ganarse la vida, se paseaban calle arriba y calle abajo mostrándose a los pintores y escultores para intentar que las emplearan como modelos. Ellos las trataban como verdaderas prostitutas. Esto no lo digo yo. Es literal. Uno de estos pintores siempre preguntaba: "¿Dónde estaban las nuevas putas?". El trato de estas modelos era denigrante. Al despedirse de los usos del siglo XIX, estas mujeres valientes, que se arriesgan a vivir de otra manera, se encuentran con la sorpresa de que son consideradas como carne de mercado».

«La moda, al igual que la pintura, el arte o la música, supuso una liberación»

Máximo Huerta

Máximo Huerta subraya que las «condiciones de estas modelos eran infrahumanas. Debían posar desnudas en estancias con ventanas mal ajustadas, exponiéndose al frio y ante la mirada lasciva de los estudiantes. Era vejatorio. Aunque se estén liberando es evidente que existe un abuso claro hacia ellas». El escritor comenta que «de los años veinte guardamos la locura, la moda, la música, pero la cara B son estas modelos que se deshacen del corsé de las familias y que se cortan el pelo de un tijeretazo como acto político solo para tropezar con estas maneras de los artistas. Es una oscuridad dentro de la luminosidad de ese instante. Una oscuridad que era aceptada porque era la única manera de escapar de la pobreza».

La moda resultó un elemento sustantivo en este paso de las mujeres hacia la emancipación, como aclara el escritor. Gracias a los diseñadores, las jóvenes pueden desembarazarse de los miriñaques que las constreñían. «La moda, al igual que la pintura, el arte o la música, supuso un gran paso. La mujer se liberó gracias a ella. Gran parte de los diseñadores eran humildes. La mayoría provenía de los escalones sociales más bajos, pero ellos fueron los primeros que colaboraron para quitarles a estas mujeres las normas que les habían impuesto. La ropa empieza a ser menos ajustada, casi deportiva, el pelo pasa a ser cortado a lo "garçon" y nace la imagen de una mujer más independiente que viven a su aire. Nace la parisina. Es una consecuencia de que sus hermanos y padres se hubieran marchado a combatir a la guerra».

Máximo Huerta también resalta el contrapunto que existe entre aquella década y el presente. Un contraste que le anima a comentar que «ahora la sociedad es muy clasista y muy poco dada a juntarse, desafiar las convenciones y disfrutar. La cultura en esos años se valoraba y ahora no se valora como elemento de apertura. La cultura es lo único que perdura. Ojalá volviéramos a esas terrazas, donde igual que se ligaba que se brindaba por el éxito de un artista». Un París que describen bien Fitzgerald y Hemingway, quien definió ese instante de su vida diciendo: «Éramos pobres, pero felices». «Estos dos escritores llegan a Francia escapando de la moralidad de la ley seca. Es cuando se apuntan al boxeo y recorren un París que todavía no salía en las guías».