Mitificar y distorsionar
Ya advirtió Ortega de las dos lagunas para entender el conflicto: era necesario conocer los orígenes y el proceso revolucionario que desencadenó todo.
Ya advirtió Ortega de las dos lagunas para entender el conflicto: era necesario conocer los orígenes y el proceso revolucionario que desencadenó todo.
La Guerra Civil de 1936-1939, cuyo octogésimo aniversario conmemoramos mañana, marcó el principal punto de inflexión de la historia contemporánea de España. El proceso revolucionario de la Segunda República, la guerra y el régimen de Franco, pusieron fin a la larga época del liberalismo en el país, abriendo una etapa muy diferente, aunque esta etapa terminó finalmente con una democratización mucho más completa y estable que la de la República (esta última tan bien definida por Javier Tusell como «una democracia poco democrática»).
Todos sabemos que la cantidad de literatura generada por la guerra ha sido inmensa, y que esto incluye cientos de publicaciones históricas, algunas de verdadera calidad. Entre esta avalancha de obras históricas, hay dos lagunas que llaman la atención. La primera fue observada por Ortega y Gasset durante la Guerra Civil, cuando en 1938 señaló que entre la oleada de propaganda, mentiras y exageraciones, la primera responsabilidad que tenía cualquier persona que deseara entender la guerra era la de conocer bien sus orígenes, las causas que la habían generado y provocado. Y lo cierto es que hasta ochenta años después, los historiadores han hecho poco caso de esta advertencia de Ortega, aunque finalmente, en los dos últimos años, han aparecido algunas obras que tratan de estos aspectos.
La segunda laguna tiene que ver con el proceso revolucionario que, a largo plazo, fue la causa principal de polarización y guerra civil, con la culminación de este proceso en la revolución de 1936-37. No existe un solo estudio de un historiador español de todo el proceso revolucionario español de 1931-1939. Se han publicado, eso sí, un elenco de obras sobre la experiencia en varias provincias, principalmente monografías sobre el terror revolucionario o la colectivización económica. Sin embargo, la reticencia es notable.
Y ello, con algunas excepciones, es el resultado de los intentos deliberados por camuflar la revolución durante la guerra misma, y la persistencia de esta misma distorsión de parte de los sectores de izquierdas desde entonces en adelante. Por después del estallido del conflicto, hasta los lideres de la extrema izquierda revolucionaria se dieron cuenta de que sería necesario disfrazar o camuflar la realidad de la revolución para no alarmar a las democracias capitalistas occidentales, cuya ayuda podría ser importante para ganar la guerra. Así, la explosiva revolución española
–descrita correctamente por sus portavoces como la revolución obrera proporcionalmente más extensa en la historia, y con un mayor porcentaje de participación obrera, aún más que en la de Rusia–, llegó a ser a largo plazo la revolución más camuflada de la historia, la revolución que no se atrevía a admitir su nombre. La excepción principal estuvo en el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), de inspiración leninista, que durante cuatro meses entre 1936-37 publicó una revista bisemanal en inglés, titulada The Spanish Revolution, de difusión internacional.
La Guerra Civil española tuvo lugar en medio de la época de guerras civiles europeas, que se extendieron entre 1917 y 1949, pero fue singular entre todas las guerras civiles revolucionarias por cinco aspectos; fue la única que tuvo lugar en el oeste de Europa, la única que tuvo lugar en los años treinta, la única provocada casi exclusivamente por factores domésticos y no como consecuencia, al menos en parte, de una gran guerra internacional, y, finalmente, la única no provocada principalmente por los comunistas (a pesar de la insistencia propagandística sobre esto durante el régimen de Franco). Es natural que un desastre tan traumático haya llamado la atención de los españoles sobre dicho conflicto, pero es mucho menos natural que los historiadores del país se hayan refugiado en su ombliguismo y ensimismamiento al tratarla, sin casi jamás encuadrarla dentro de una perspectiva más amplia y comparada.
Y finalmente, fue la más singular, porque de inmediato llegó a ser la guerra civil revolucionaria más mitificada y distorsionada en sus dimensiones políticas e históricas. Durante varias décadas fue distorsionada por la propaganda franquista dentro de España, mientras fuera se mantenía el mito igualmente distorsionado de la “República democrática”, lo que después, las nuevas élites de izquierda han llegado casi a imponer dentro de la nueva España, y ello, en gran parte, gracias al discurso cultural del pensamiento único y de la corrección política de la época actual.
Huelga decir que no es la única guerra civil mitificada. El mito de la guerra civil griega (1944-1949) extendida por las izquierdas griegas procomunistas no es tan diferente, pero en este caso se trata de un país pequeño, y de un conflicto poco conocido a escala internacional.
Si resucitara Ortega hoy, es más que posible que se quedara sorprendido del escaso progreso descriptivo o analítico realizado en ochenta años.