Montserrat Llor: «Las familias heredan el dolor de los supervivientes»
Viajó por toda Europa. Quería conocerlos, verlos en sus hogares, junto a sus familias y saber cuál había sido su historia. Ellos son los últimos hombres que conservan la memoria de lo que ocurrió en los campos de exterminio alemanes. Y ahora ha publicado todos sus testimonios en un libro. Descubrió que algunos sobrevivieron porque dibujaban bien, otros porque resultaron grandes zapateros y algunos, sólo por suerte.
–¿Los familiares de los supervivientes heredan su dolor?
–Todos ellos quieren hablar de lo que vivieron. Ninguno se niega. Pero cuando fueron liberados, habían sido tantas las barbaridades que habían visto, que no encontraban palabras para contarlo. Estuvieron callados durante mucho tiempo. Comenzaron a hablar años después. Las familias heredan, en cierta forma, el trauma, el dolor. Todos ellos se implican, sobre todo los nietos, más que los hijos. Les interesan las historias de los abuelos.
–De las mujeres que fueron enviadas a los campos se habla menos.
–Sí y tienen aspectos adicionales por ser mujer (embarazos, por ejemplo) que las hacen muy vulnerables. Para esas mujeres la maternidad era muy difícil. Les quitaban los bebés y los enviaban a orfanatos. Muchas no consiguieron recuperarlos después. También, les separaban de los niños al nacer. Los nazis rompían ese vínculo. Las engañaban diciendo que así podían conseguir después la libertad, que luego nunca llegaba. Hubo casos de mujeres que después de ejercer la prostitución, desesperadas, decidían suicidarse. Los alemanes las escogían por azar, porque encontraban algo en una de ellas. Las mujeres padecieron mucho en los campos. Por ejemplo, les inyectaban una sustancia para suprimirles la menstruación.
–También recoge el testimonio de un hombre que fue utilizado por los nazis para experimentos médicos.
–Conchita, una de las personas que aparecen en el libro, me describió que al llegar al campo se asomó por la ventana de uno de los barracones destinado a esos experimentos médicos. Pudo ver piernas abiertas, tendones rotos, operaciones. Marcelino Bilbao, durante seis semanas, le inyectaron una sustancia, puede que fuera benzeno, en el pecho. Le salió un bulto azul que le producía mucho dolor. Tenía que ir al doctor cada semana. Al final le dejaron. Se cree que hacían eso para comprobar la resistencia del cuerpo humano a diversas sustancias.
–¿Quiénes eran peores en los campos: los guardianes o las guardianas?
–Los testimonios que he recogido me dicen que eran mucho peores las guardianas. Ellas pegaban muchas veces y más que los hombres. Eran más bestias que ellos. No sólo te golpeaban, además lanzaban con más frecuencia los perros que llevaban con ellas. Una de las mujeres con la que hable, me contó que vio cómo mataron a tres niños. A uno de ellos, una guardiana le lanzó el perro para que lo matara. Después remataron a la criatura con palos. El chico murió allí mismo.
–¿Existe un turismo para los campos de concentración?
–Decir turismo es algo superficial. Hay gente que los visita y que son conscientes de las barbaridades que se cometieron en estos sitios. O que van para recuperar la memoria familiar. Pero sí es verdad que hay un cierto peregrinaje por curiosidad. Creo que falta todavía cierta cultura de lo que ocurrió en esos lugares durante la Segunda Guerra Mundial.
–¿Hay que visitarlos?
–Sí, la gente tiene que verlos. Pero los campos que se conservan tal como estaban. Y para que comprendan lo que se ha vivido allí. De la Gran Guerra no vive nadie. Pero aún tenemos a las personas que conocen lo que ocurrió en los «lager».
–¿Qué lección se extrae?
–Conocer el dolor que se infligió en los campos de concentración y tener conciencia de ello para que nunca más se pueda volver a repetir.