"El Mozo" que reinventó el Barroco
El Museo Nacional del Prado recupera la figura fundamental de un artista bastante desconocido que ejemplifica la personalidad poliédrica del Barroco total
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Poco reivindicado por la historiografía, pintor de encargos y de vidas compuestas, diseñador de retablos, soñador de frescos, dibujante nato, conocedor aventajado del lenguaje hermoso y fluido de Bernini y Pietro da Cortona y desconocido en sus facetas más poliédricas como artista, Francisco de Herrera "el Mozo" ejemplifica a la perfección la personalidad ambiciosa en términos creativos del conocido como Barroco total. Casi el 90% de las pinturas que figuran en la muestra "Herrera ‘‘el Mozo’’ y el Barroco total", la exposición con la que el Museo del Prado (la primera monográfica que le dedica) ha decidido ahora subrayar el valor de su obra y constatar lo mucho que le deben pintores de su propia generación como Juan Carreño de Miranda y Francisco Rizi, han sido restauradas para la ocasión, algunas de ellas literalmente rescatadas, y son numerosas las que abandonan por primera vez las iglesias para las que fueron pintadas.
Entre triunfos sacramentales, anhelos oníricos de San José, vendedores de pescado de piel marmolada y mirada premonitoriamente celestial y cristos caminando hacia el Calvario respirando entre las paredes de la sala C del edificio Jerónimos, De Herrera se erige como uno de los artistas más injustamente poco conocidos del Siglo de Oro, a pesar de destacar de haber desarrollado un nervio creativo frenético que le empujó en su tiempo a ejercer como pintor, dibujante, grabador, arquitecto, escenógrafo e ingeniero.
Formado en Sevilla, seguramente con su padre, el también pintor Francisco de Herrera el Viejo, la semblanza que de él hizo el tratadista Antonio Palomino en las primeras décadas del siglo XVIII, da buena cuenta de la arquitectura emocional de una persona controvertida, bizarra, galante, de ingenio vivaz, consciente de su valía, pero también muy envidiado: algo en lo que coinciden otros contemporáneos del pintor, como el sacerdote y erudito Fernando de la Torre Farfán o el canónigo de la catedral sevillana, Francisco Barrientos.
En esta muestra que permanecerá abierta al público hasta el 30 de julio, se pone de relieve, entre otras destacadas atribuciones, lo decisiva que fue su estancia en Italia –y esa integración que fomenta del anteriormente mencionado Barroco total aprendido allí– a través de nuevas obras que reconstruyeron su personalidad gráfica enmascarada y confundida en un grupo de dibujos atribuidos a Pier Francesco Cittadini y conservados en el Louvre, Nationalmuseum de Estocolmo y Museo Getty de los Ángeles, que han resultado claves para poder reconstruir su periodo romano del que nada se sabía.
Dentro de los escenarios episódicos que jalonan su trayectoria e influencia artística cabe destacar asimismo su actividad en Sevilla, la cual es decisiva para entender la evolución del arte de Murillo, al que probablemente, como dejan entrever las fuentes documentales, desplazó en algún encargo. Hablaba Juan de Tejada, canónigo de la catedral de la ciudad del Guadalquivir, sobre la capacidad y diligencia de Herrera en su trabajo para "conseguir por cuatro lo que por ocho no se había de hacer tan bueno". Y es que "el Mozo", era, en suma, un artista total. De esos cuyas manos parecen haber nacido acariciadas por un puñado de Dioses.