Plácido Domingo vitoreado en el Teatro Real
El artista vuelve al templo madrileño con la sala alquilada a Universal para su festival, no siendo por tanto un espectáculo del propio Real
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El injusto veto que se le impone a Plácido Domingo en el Teatro Real por parte de un determinado partido político perteneciente minoritariamente a un gobierno que tan sólo aporta un 35% del presupuesto del teatro se ha roto de tapadillo. Plácido vuelve con la sala alquilada a Universal para su festival, no siendo por tanto un espectáculo del propio Real. He de confesar que no lo entiendo, ni yo ni todos los críticos que estábamos juntitos en anfiteatro. Los dos minutos de ovación con los que fue recibido debieran hacer tomar nota, porque el público es el que manda y no los políticos.
El asunto es grave, porque si hay alguna ciudad a la que Plácido haya estado ligada, esa es Madrid. Desde los conciertos multitudinarios al aire libre, en la Zarzuela y en el propio Real. Ha cantado decenas de conciertos y óperas, desde aquella primera temporada en la que se estrenó «Divinas palabras» de García abril, por cierto incomprensiblemente nunca repuesta. Luego vinieron infinidad: «Valquiria», «Parsifal», «Giovanna d’Arco», «Ifigenia», «Tamerlano», «Cyrano de Bergerac», «Simon Boccanegra», «Bajazet»… una amplísima muestra de su repertorio de unos 150 papeles. Nadie ha sido más veces protagonista principal en este teatro. Fue especialmente emotivo su debut como el barítono Boccanegra, el papel que en la terraza de mi casa confesó, entre copas de Moet-Chandon, que sería su despedida de los escenarios cuando llegase el momento de abordarlo, lo que sucedió bastantes años después. Plácido es incansable. Nos admiramos en su día cuando el también legendario Lauri Volpi cantó «Nessun dorma», a los 80 años, en una gala en el Liceo, pero Pácido sigue cantando óperas enteras a los 82 años. Yo escribí una vez algo que después me traería uno de los muchos desencuentros que he tenido con él desde que le conocí en 1970. Escribí que deseaba morir en un escenario y no le gustó nada. Vino a reprocharme en un AVE que él no deseaba morir…
Debemos agradecer su vuelta al Festival Universal junto a Sonya Yoncheva, la soprano que en 2010 ganó el primer premio del concurso Operalia que promueve Domingo y que empezó carrera en el programa estudio del Real, la Orquesta Titular y el eficaz Jordi Bernàcer, a veces con volumen excesivo pero con un precioso solo del concertino en la meditación de «Thais».
Yoncheva es hoy una gran figura, con un timbre atractivo de lírica plena, oscuro el centro, brillante el agudo y capaz de alternar dinámicas y expresar sentimiento en el fraseo. Lo demostró especialmente en el aria del «Cid» y el «Morró» o el «Dite alla giovinne» del duo de «Traviata» con Plácido, sin duda lo mejor de la noche.
No quisiera que a Plácido le sucediese algo parecido a Alfredo Kraus en el Teatro Real, que no llegó a cantar ópera en él por obcecación de Lissner. ¡Por favor, que Plácido pueda despedirse a lo grande con una ópera o un auténtico homenaje! Y no esperemos más, porque nuestro admirado artista –ya no tenor ni tampoco propiamente barítono y así quedó claro en la página de «Hamlet»– ha de pensar en una retirada que aún nos deje en la memoria reciente sus muchas virtudes en vez de una decadencia que indudablemente existe. No podía ser de otra forma a los más de 80 años y tras una operación de cáncer de colon y un Covid, por muy milagro vocal que sea y lo es. Él ha de saberlo y ha de poner por encima de sus deseos inmediatos la permanencia de un gran recuerdo. Greta Garbo fue un ejemplo a seguir. Hoy se resienten fiato y vibrato, emplea algunos trucos y claramente es insuficiente como Amonasro. Cierto es que puntualmente aún admira su inigualable fraseo, pero ni siquiera «Amor, vida de mi vida» es ya la de antes. Cerraron con «El Gato Montés» en medio de vítores.