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Albertucho: vuelve el rock callejero del héroe mestizo

El sevillano resucita a su alter ego después de una década para publicar «El perro andaluz»
Alberto Romero, Albertucho
Alberto Romero, AlbertuchoLa Razón

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La palabra «fusión» debería desterrarse de la música. Porque ya todo es una mezcla de cosas. Así lo piensa Alberto Romero (Sevilla, 1983), Alebertucho, que se solivianta con los lugares comunes a la hora de encajonar géneros y composiciones. «Eso es un malentendido. Hoy todo el mundo bebe de muchas fuentes. Como eso que dicen que ya está todo inventado. Pues yo he cogido las guitarras eléctricas y las he grabado muy fuertes y he cogido las guitarras flamencas y están grabadas, en la misma canción, igual de fuertes. Y me salen temas que suenan a Triana y a Nirvana. Yo lo llamo Trirvana», ríe el músico, que, tras dos décadas en la música, está a punto de publicar «El perro andaluz», un disco con el que resucita a su alter ego, Albertucho, después de más de una década en barbecho, durante la que se convirtió en Capitán Cobarde. «Es un disco andaluz por los cuatro cuatro costados, pero, cuando lo escuchas, se trata de un rock callejero de cualquier parte. Caben juntos Las Grecas y Foo Fighters». Chupa de cuero y camiseta de faralaes.
«El perro andaluz» fue, primero, «la búsqueda de un ser mitológico, de una figura que me represente». Porque los seres mitológicos no tienen por qué disponer de superpoderes y realizar grandes gestas. A veces, sobrevivir es ya una epopeya. «Exacto. Lo que me inspiraba es hablar de alguien que, como yo, no tiene raza. El pueblo andaluz es la mayor mezcla imaginable de la historia. Es el territorio que más veces ha sido conquistado. Y a eso le sumé mis ideales, mis formas. En el álbum hablo también de ‘‘Los santos inocentes’’, de Delibes, porque mis antepasados por ambas partes fueron guardeses de señoritos en fincas y eso lo conozco bien. Por eso tengo los valores que tengo de anticlasismo y tolerancia y respeto con todo el mundo. Odio leer cada día noticias de intolerancia», explica el sevillano. Y eso que, en su primer videoclip, «el perro andaluz» se convierte en un hombre lobo, un licántropo justiciero. «Tenía que ser creíble... no podía parecer de chichinabo. Yo no soy ningún asesino, claro, pero tenemos todos una rabia dentro ante las injusticias, la intolerancia y esas cosas que suceden y que me duelen. Pero en el fondo nos parecemos más a un perro ‘‘apaleao’’».
Los músicos pueden tener personalidad múltiple. Y así es como regresa a su identidad primigenia: «Para subirse a un escenario hay que ser honesto con uno mismo, porque ahí arriba te vacías, te explayas. Debes sentirte identificado con lo que haces. Pero en 2008 fui telonero de Dylan en Mérida y me enganché al folk, al bluegrass, a toda la música sureña. Y me he pasado diez años haciendo folk, con el prisma andaluz, como Capitán Cobarde. Y empecé a grabar este disco creyendo que seguiría así, aunque al escucharlo... me di cuenta de que era Albertucho. Cuando se lo dije a la casa de discos y a mi manager me querían matar: ‘‘¿Otra vez te vas a cambiar el nombre?’’. Pero las canciones mandan...».
En «El rey de los afortunados» canta sobre los malos augurios acerca de su carrera. «Te inculcan desde chico el éxito como si fuera el sueño americano, pero el éxito es hacer lo que quieres. Uno trabaja por el arte y, cuando te das cuenta, te quitas complejos e historias, eres libre. Yo salí de Sevilla con 16 años, y en esa canción me coloco a mí mismo encima de una montaña de basura con una corona. El rey del basurero, porque todo el mundo necesita un líder, hasta las gaviotas en el vertedero».