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La trágica vida de Tina Muñoz, de Las Grecas: esquizofrenia, heroína y muerte en San Blas

La menor del dúo de éxito terminó sus días deambulando descalza por la calle, enganchada a las drogas y tras pasar por varias clínicas psiquiátricas
KORPA.

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Les llamaban las Grecas porque parecía que cantasen en griego. Hicieron una versión de “Sagapó”, que es una de las múltiples maneras de decir “te quiero” en griego -dicen que es el término que representa el amor más puro-, y el público madrileño no entendía ni jota. Eso sí, todo el mundo estaba cautivado por esa mezcla de rock y gitaneo que pronto se convertiría en un éxito aplastante. Las hermanas Muñoz-Barrull, Carmela y Tina, acababan de iniciar una carrera directas al estrellato y seguirían hasta el final cantando en su particular dialecto, por más que sus letras en adelante se entendiesen mejor. Popularizaron expresiones como “Te estoy amando locamenti” o “Si m’a convenzo”, con un deje arrabalero que solo las volvía más simpáticas. Sin embargo, todas las promesas de éxito se truncaron. Ellas, como otros artistas considerados chabacanos o casposos, fueron apartadas por los guardianes de la cultura oficial. Por suerte, con el tiempo, estos artistas y otros considerados despectivamente “de gasolinera” han vuelto a ser reivindicados.
Madrileñas carabancheleras emigradas a Argentina y regresadas los pocos años, Carmela y Edelia (Tina), nacidas en 1955 y 1958 respectivamente, tuvieron su escuela en “Caripén”, el tablao-restaurante de Lola Flores y también en “Los Canasteros”, gestionado por Manolo Caracol. En esos años, algunos le aconsejan a Carmela que se tiña el rubio natural para ser más gitana, como su hermana pequeña. Cantan allí noche tras noche hasta que una de ellas pasa por allí José Luis de Carlos y Felipe Campuzano y las fichan para CBS haciendo caso del apodo popular: Las Grecas publican un single con “Te estoy amando locamente” y “Amma Immi” y venden medio millón de inesperadas copias. Ellas mismas habían compuesto el que será el mayor de sus éxitos.
Enseguida, aprovechando el tirón, entraban a grabar “Gipsy rock” (1974), compuesto por diez temas que De Carlos define como “la fusión de elementos originalmente dispares en lo cultural, pero compatibles y curiosamente coincidentes en muchos aspectos. El swing gitano y el son rockero”. Estamos en las puertas de la Transición y la Movida es algo que todavía no se puede intuir. Los Chichos acaban de publicar “Quiero ser libre” y “Ni más ni menos”. Aún no se ha estrenado “Perros callejeros” (1977), pero la realidad que retrata hace mucho tiempo que existe. Todo lo que suceda en los siguientes seis años tendrá la banda sonora del dúo madrileño, que sale en televisión cada semana con una fuerza arrolladora y a partir de su cuarto y último trabajo, “Casta viva”, su declive es inevitable. Sus canciones no encontraron el gancho de público, la escena musical se estaba expandiendo y la fusión flamenca tenía nuevos exponentes como Triana o Veneno y centenares de clones rumberos como los Chunguitos.
En realidad, habían estado seis años gozando el éxito de una canción (quizá un par de ellas) y en 1979 dejaron de recibir ofertas para actuar y grabar. Ellas responsabilizaban de su decadencia a su representante, un personaje bastante turbio y malencarado que las estafó y, al ser despedido, hizo todo lo posible para que no fueran contratadas después. Las hermanas entraron en barrena, pero algo ya no iba bien de antes. Habían regresado a la vida de barrio que apenas llegaron a dejar atrás. Carmela intentó suicidarse en 1978 tras ingerir dos tubos de barbitúricos. Mientras, Tina llevaba una vida desastrosa: no supo aceptar el paso atrás en su carrera y el hecho de no ser rica y famosa. Su adicción al alcohol y a las drogas (de alguna parte tenía que venir a expresión “ponerse como Las Grecas”) estaba descontrolada.
Con solo 23 años, le diagnosticaron esquizofrenia paranoide, probablemente desencadenada por el consumo de heroína. La enfermedad fue solo el primero de sus estigmas. La ingresaron en clínicas y hospitales de los que se escapaba sistemáticamente. Entró en la cárcel, de forma efímera, acusada del robo a una peluquería. Su caída en desgracia seguía profundizándose con un segundo estigma: contrajo el Sida por el uso de una jeringuilla contaminada. A los ojos de la comunidad gitana aún le quedaba una nueva afrenta: se casó tres veces. Tuvo cinco hijos, dos fuera del matrimonio. Ninguno de sus maridos fue un ejemplo de paternidad pero Tina llevaba una vida desastrosa. Sus tres hijas menores son dadas en adopción. El propio José María Íñigo recogía el drama personal de Tina en esta entrevista cuando tenía 27 años y estaba ya en una situación crítica:
Durante los peores años, a Tina la veían deambular por las calles de San Blas, el epítome de la vida quinqui de Madrid, un lugar de aluvión por el que vagaba descalza, en compañía de toxicómanos o indigentes. Ella se justificaba diciendo que “se había vuelto hippy”. En aquellos años, tanto ella como su hermana se enfrentaron a la amenaza del desahucio y en una ocasión Tina llegó a agredir a su hermana con un gran cuchillo en el hombro. Fue internada en prisión de nuevo hasta que un amigo pagó la fianza. Tina acabó sin techo, en la más absoluta miseria y falleció de las complicaciones asociadas al Sida en 1995, a los 37 años. Carmela no le guardaba rencor, pues sabía de lo delicado del estado de su hermana. Apenas podían hacer frente a los gastos de su tratamiento psicológico y médico. Trató de remontar como pudo. Se vio obligada a resucitar Las Grecas con un avieja conocida del barrio, pero no funcionó. Vendió telas y llegó a posar desnuda para “Interviú”. Fue protagonista involuntaria de programas de sucesos debido a diferentes escándalos, pero nunca acudió a una tertulia del corazón a vender su desgracia ni la de su hermana. Trató también de remontar Las Grecas con dos compañeras distintas, pero no dio resultado. Sin embargo, sus canciones, su estilo y su carisma han traspasado los años y están más vigentes que nunca.