RE: Selvático animal

Ana Curra: “Hoy al censor lo tienes al lado, no viene de ningún partido ni de ningún gobierno”

La reina del punk pasa el tiempo entre Madrid y San Lorenzo del Escorial, pero sin perder de vista una música en torno a la que sigue girando su vida, por supuesto

Entrevista a Ana Isabel Fernández, conocida artísticamente como Ana Curra y Ana Pegamoide, es una teclista, vocalista y compositora española. David Jar
Ana Curra fue uno de los grandes referentes de la Movida madrileñaDavid JarFotógrafos

Ana Curra, uno de los grandes referentes de la movida madrileña, la reina del punk, más de cuarenta años subida a un escenario. A caballo entre San Lorenzo del Escorial, donde viven sus padres y ella es profesora de piano en el conservatorio, y Madrid, donde vive y tiene su grupo, echa la vista atrás y el balance es, sin duda, más que positivo. «Si echo la vista atrás, fue una masterclass práctica de vida. Una de la que me gusta teorizar poco, porque es muy difícil trasladar a palabras lo que supuso, me quedo siempre corta. Cuando pasan tantos años tienes ese gran angular para ver desde entonces cómo se han ido sucediendo las cosas. Y ha cambiado muchísimo la sociedad». Le tocó romper barreras y «vivir unos momentos muy especiales, vivir una España de eclosión, de ruptura con todo lo anterior. A nuestros hermanos mayores les tocó vivir una censura y una oscuridad y, a nosotros, ese momento mágico de la transición, donde estaba todo por hacer y había una electricidad en las calles increíble. Y yo tuve la suerte de ser protagonista en ese momento histórico. La sociedad ha cambiado mucho. Los avances sociales han sido muchos». Pero nos alerta: nunca es suficiente. «En cualquier momento puede haber una involución si no se defiende lo conseguido. Lo estamos viendo. Los adolescentes, los jóvenes, creen que siempre va a ser todo así, como lo conoce, que las libertades están conseguidas, pero no. Hay que seguir en la brecha, porque se puede perder todo en un momento». Y viniendo de romper moldes, de abrir puertas que ni siquiera sabía, no ya que estuviesen cerradas, sino que existían, de una censura feroz, le sorprende ahora que los censores estén a pie de calle. «Hoy los tienes al lado, en las propias redes. No necesitas que vengan de ningún partido, de ningún gobierno. Es tu vecino. Que tiene la capacidad de decir cosas que están muy bien pero también de señalar y de insultar, de cancelar o instar a hacerlo. Pero no hay que hacer caso a todo eso, hay que tener la suficiente madurez para no prestar atención, porque puede hundirte». Ella tiene redes y las utiliza, claro, y sabe de lo que habla. «Claro que tengo redes y soy activa, no se puede estar fuera. Puede facilitar la vida muchísimo así que es absurdo no hacer uso. Pero, como todo, hay que saberlo utilizar. Hay que tener sentido crítico, discernir dónde está la basura y evitarla, pero utilizarlas. Es una herramienta imprescindible. Lo que pasa es que es necesario protegerse de la parte negativa. Yo hay temporadas que las utilizo más. Por ejemplo, si saco libro o un disco. Me viene muy bien comunicarme y también para enterarme de qué están haciendo otras personas que me interesan. Tampoco estoy todo el tiempo ahí, suelo medir, por falta de tiempo, el espacio que les dedico a las redes». Habla Ana Curra de sacar libro y de sacar disco.

Libro, como el publicado hace algo más de un año, «Conversaciones con Ana Curra», de Sara Morales. Un libro en el que la artista se permitía echar la vista atrás hasta la propia infancia y contemplar todo su recorrido vital, «desde la tierra y el paisaje, que me condiciona y me arraiga, ese San Lorenzo del Escorial, un lugar absolutamente mágico y poderoso, muy telúrico, muy energético. Y hacemos Sara y yo un recorrido por toda mi vida, por aquello en lo que me fijaba, lo que buscaba, lo que me interesaba. Y, cronológicamente, desde ahí hasta ahora a través de todas mis etapas. Al principio me daba mucho pudor hablar de mí y siempre pienso que ya lo he contado en otras ocasiones. A mí me interesa mucho la vida de los demás, pero la mía me interesa menos. Conozco mi vida y mi trayectoria, pero me conozco menos a mí. Me he dado cuenta de que ese libro me sirvió para conocerme mucho más y de que, sin darme cuenta, a lo largo de mi vida he ido abriendo y cerrando círculos. La vida es aprendizaje, con sus errores y sus caídas. Ha sido maravilloso. Y compartir con Sara ha sido fantástico. Siendo ella de otra generación, hemos tenido una conexión muy especial».

Y disco, como la reedición de «El Acto», el mítico disco de Parálisis Permanente, que celebraba el año pasado el 40 aniversario de su grabación. «Es un disco que ha pasado muy bien la asignatura del tiempo», explica, orgullosa, Ana Curra. «Y se siguen sumando generaciones nuevas a su escucha. Yo me siento muy cómoda cada vez que lo rescato e interpreto alguna de sus canciones en mi repertorio en directo. Me llena de orgullo poderlo reeditar y no podía dejar esta fecha sin celebrar. Así que este invierno y todo el otoño he estado celebrando ese aniversario con directos. Y ahora continuaré el resto del año».

Reconoce que también los cambios tecnológicos han sido «brutales», no solo los sociales. Y recuerda cómo ha cambiado la manera de consumir la música desde aquella movida de la que ella fuera protagonista. «Nosotros para conocer nuestros referentes tirábamos del boca a boca, de un hilo muy complicado y que requería de mucho esfuerzo. Aquí no podías conseguir discos ni ropa. Pero quizá por eso profundizábamos más, porque no teníamos más remedio que hacerlo con más esfuerzo y más coraje. Ese disco que conseguías de The Velvet Underground te lo aprendías al dedillo, lo escuchabas doscientas veces, mirabas cada letra, cada foto, quién diseñaba, quién producía... y todo eso formaba parte de tu aprendizaje. Ahora lo tienes todo a un click. Y en ese todo, puedes encontrar muy fácilmente. Es una ventaja. Pero si no lo tienes muy claro, si no sabes lo que buscas o lo que te interesa, te verás inmerso en un océano de cosas sin poder discernir la basura de lo que importa, y al final te quedas en la superficie. Porque es tanta la información que recibimos todos al cabo del día, que uno acaba agotado, saturado y casi intoxicado. Ahora ya no eliges tú, elige por ti un algoritmo».

TODO LO QUE VIVE

Por Javier Menéndez Flores

Cuando aquella cosa de la Movida estalló –Madrid descapotado y sin bridas, explosión de luz en una noche perpetua–, Ana Curra molaba tanto como un stone, como el plátano procaz de la Velvet, como Marianne Faithfull/Rebecca levantándose, dentro y fuera de la pantalla, a un Alain Delon de belleza ofensiva.

Los locos años ochenta jalaban igual que purasangres y a Ana, pegamoide silente, la enjaularon entre las comillas de «símbolo sexual», pues su sola presencia era un grito expresionista. Pero ella rehuía los escaparates, la caricia trolera de los focos, y prefirió ejercer de reverso de aquella bengala rebautizada Alaska, que era quien amasaba las portadas de las revistas y llenaba de exotismo los platós de televisión para cebar a un personaje que llega hasta hoy. Juntas, tan otras, las dos amigas escribieron «Quiero ser santa», modernísima canción que si en vez de haberse dado a conocer cuarenta años atrás saliera ahora, cuando hablar claro se ha vuelto una emboscada contra uno mismo, incluso en el territorio hasta hace nada sagrado de la creación, sería regada con litros de espumarajos por los nuevos-puritanos-tontos-del-culo.

Gastó primero Ana un cándido look USA años cincuenta, pero pronto encontró en el imaginario del post/punk su paraíso negro y en Siouxsie and the Banshees una deidad a la que adorar toda la vida. Instalada en los dominios de un gótico total, hizo un pacto de sangre con el cuero negro, el maquillaje negro y con una atmósfera oscurísima, casi negra. Y de todas las gamas de ese color guardan riguroso registro sus ojos de un azul inaudito. Porque quienes piensan que el negro no tiene distintas gradaciones es porque no han descendido a las fosas abisales de la condición humana y desconocen que un émbolo es un disparador capaz de enviar a la sangre a todos los demonios que rebosa el Averno. Ana llegó a moverse con admirable soltura por entre esas tinieblas, con una resistencia sobrehumana, hasta que decidió subir a la superficie y cerrar con llave, para siempre, aquel portalón.

Y el amor fue una sucesión de pasiones superlativas –Eduardo Benavente (ay), Alberto García-Alix, El Ángel (ay)–, de hombres hermosos de afiladísima personalidad que, a pesar de lo atareados que les tenían sus propias tempestades, siempre encontraron tiempo para amarla con la intensidad que una mujer como ella exige.

Los seres vacíos han quedado muy lejos y ahora es tiempo de mirarle a los ojos al sol y sentir la alegría festiva de la mañana. Porque un día advirtió, con un calambre de emoción, que al poco de amanecer suceden cosas extraordinarias –esa luz bellísima que besa las fachadas, ese pájaro que baila en tu mesa, ese fraseo de los árboles– que no es posible comprar en ningún garito o after por muy de platino que sea tu American Express.

Vamos, Ana, clávame la mirada como un arpón, sí, así, en esa posición estás total, clic, clic, clic. Ana, venga, ladea un poco la cara pero no dejes de mirarme como si estuvieras cabreada o triste, o ambas cosas, así, fantástico, clic, clic, clic. Y Ana, obediente, devora la cámara como un tigre o una pantera o un animal mitológico y único. Ana, de hielo y brasas, acojona a los fotógrafos porque lo que ven después, cuando comprueban sus disparos implacables, les intimida casi tanto como les fascina.

Y cada mañana, nada más despegar los párpados, antes de que la consciencia tome pleno control de lo que tiene alrededor, Ana, la de hoy, la de hace años, se dice siempre las mismas dos palabras: «Estoy viva», y un hormigueo que quizá sea la felicidad recorre su cuerpo aún somnoliento. Y entonces, por espacio de un par de segundos, todos los atributos del mundo, incluso los menos favorecidos, despiden una belleza paralizante.