Selvático animal

Carles Benavent: «No soy muy catalán ni muy español. El mundo es muy grande, Dios mío»

El bajista y mandolinista, que estuvo 21 años junto a Paco de Lucía, es uno de los más sobresalientes músicos de flamenco y jazz de nuestra escena

Carles Benavent
Carles BenaventAntonio Porcar

He aquí un grande de veras; uno de los músicos de flamenco y jazz más sobresalientes que ha dado España en el último medio siglo. Nacido en Barcelona hace 70 años, en la familia de Carles Benavent no había un solo músico («cuando le dije a mi padre que quería tocar el bajo me preguntó: “¿qué es un bajo?”»). Perteneció al exquisito Sexteto, formación que acompañó a Paco de Lucía durante buena parte de los años 80 y 90, y el cual se convirtió en uno de los máximos exponentes del llamado Nuevo Flamenco, género musical que revolucionó el flamenco al introducir sonidos de otros géneros, principalmente del jazz. La influencia de De Lucía ha sido determinante en la trayectoria de este músico y, por ende, en su vida, por lo que hablar del genial guitarrista es algo obligado: «Para mí, Paco de Lucía era un genio. Lo primero que me sorprendió de él, al verlo tocar de cerca y en público, era el modo en que controlaba sus emociones. Es una gran cualidad que no tienen, o no tenemos, todos los músicos. Él era capaz de pasar de un “staccato” de ametralladora a un trino superdulce sin perder el tiempo, el pulso, y esto es muy importante. Es el músico –continúa– que más me ha influenciado y en el que más me he fijado. Intentar que el bajo fuera una prolongación de su guitarra, ese era mi objetivo. Cuando me senté la primera vez al lado de Paco, vi que había un camino largo por recorrer. “Aquí tengo mucho que aprender”, pensé. Y estuve 21 años con él, compartiendo y mirando qué es lo que hacía con los dedos para emularlo con el bajo. Ese fue mi gran aprendizaje, con mi instrumento, en el flamenco». Pero además de un maestro, De Lucía fue un amigo y todos los integrantes del Sexteto formaron con él una familia: «Todos participábamos un poco en la creación de la música, y él nos dejaba lucirnos y cada uno tenía su momento de gloria en el escenario. Yo iba a casa de Paco a preparar falsetas y cosas que él ya tenía hechas con la guitarra, pero las montábamos entre los dos con el bajo y la guitarra, me hacía muy partícipe. Era generoso y había esa comunicación y esa manera de crecer juntos. Entre su inquietud y la nuestra, porque éramos muy jóvenes, se juntaba una energía que nos hacía sentirnos como una familia. No es muy frecuente esa generosidad en un artista tan potente como él, pero en ese aspecto era muy humano».

Pero para llegar a tocar con un coloso como Paco de Lucía, Carles tuvo que picar antes mucha piedra. En el arranque de los 70 fue miembro de Máquina!, breve pero histórico grupo de rock psicodélico. Aunque fue en Música Urbana, formación de jazz-rock, donde consiguió la solidez como instrumentista: «Me entendí muy bien con Joan Albert Amargós [compositor, director de orquesta y concertista], porque aquel era un bajo que hacía contracantos. Era complicado. Me vinieron muy bien aquellos años con Amargós, sí, me puso las pilas, y a partir de ahí ya tenía la mano lo suficientemente lista como para sentarme al lado de Paco y empezar a hacer cositas con él. Si no hubiera sido por esas prácticas con Joan Albert –concede–, no sé si hubiera estado preparado cuando me senté con Paco».

[[H2:La «bestia» Serrat y la satisfacción de componer]]

El ya fallecido Chick Corea y Serrat son otros de los gigantes con los que Benavent ha trabajado de forma estrecha. Por su paisano, recientemente retirado de la música por voluntad propia, siente una gran admiración: «Puede que sea el cantautor más importante que ha habido en España. Ha sabido tocar la fibra a millones de personas, una bestia. Cuando lo piensas, dices: “Este hombre ha conseguido una cosa muy difícil”. Todo el mundo, cuando lo oye, se siente identificado con él, porque lo que canta también les ha pasado a ellos o lo han sentido. Eso también ocurre con Sabina. Pero Serrat tiene una poética que llega muy hondo. Creo que es el que más hondo llega al alma de la gente, que es lo más importante. Paco hacía lo mismo con la guitarra, hacía llorar a la gente. Y ahí es donde empieza el arte».

Benavent es también compositor y ha publicado cerca de una decena de discos en solitario. ¿Tocar su propia música es especialmente reconfortante? «Sí, claro. ¿Y sabes cuándo me puse las pilas componiendo? Cuando Mario Pacheco, que tenía la compañía Nuevos Medios, después de tocar con Chick Corea en el año 82, me dijo: “Carlos, cuando vuelvas de tocar con Chick tenemos que hacer un disco tú y yo. Un disco de bajo”. Y me tuve que poner las pilas, porque tenía dos o tres temas y tenía que hacer cuatro o cinco más para llenar un disco. Y después –prosigue– continué haciendo discos y, claro, es tu obra y vas perdiéndole el miedo a componer y te va gustando cada vez más. Es muy satisfactorio, te llena mucho. Tanto como tocar». Acompañado del pianista Roger Mas, el trompetista Raynald Colom y el batería Toni Pagés actúa esta semana –20 y 21– en el Recoletos Jazz de Madrid, donde tocarán, fundamentalmente, los temas de su último disco, «Belle solitude».

Después de recorrer varias veces el mundo, Carles Benavent no tiene dudas respecto a su nacionalidad: «No soy muy catalán ni muy español, pero soy las dos cosas. El mundo es muy grande, Dios mío, y para mí es todo muy global, y más en la época que vivimos, con internet y demás. Antes era todo más local y más pequeño, y ahora se ha hecho todo más global, es la palabra. Y la música, que es el lenguaje universal, nos une a todos. Ese es –remata– el gran invento de la música».

Estas manos tan graves

Javier Menéndez Flores

Corrían los dedos de Paco a una velocidad que el ojo humano no era capaz de registrar, como diablos perseguidos por la espada del Arcángel Miguel, y Carles, Jorge, Pepe, Ramón, Rubem y Manolito lo veían hacer y era asombro químicamente puro lo que se leía en sus rostros. Porque nadie se acostumbra a un milagro, por más que se repita cada noche. Había que limitarse a disfrutar del espectáculo dentro del espectáculo, mirarlo todo con ojos de lupa, aprender.

Hubo siete magníficos en el cine y siete excelentes en la música, y aún no está claro quiénes desenfundaban más rápido. Lo que sí sabemos es que Carles Benavent fue uno de ellos. En aquel abril detenido que fue la vida del sexteto que le cubrió las espaldas a Paco de Lucía, él ejerció de cimiento. Y ya podía arrollarlos un tren desbocado, que aquella base rítmica no se desviaba un milímetro. Pero puedes sujetar un templo y, a la vez, tener vocación de pájaro, pongamos que hablo de Carles. Y cuando el jefe le permitía echar a volar, la voz de su bajo adelgazaba diez kilos y sus manos se convertían en el sueño húmedo de cualquier trilero. Y vivan por siempre esas primeras bulerías inmortalizadas en «Live in América», cuando el futuro se dejaba acariciar y vosotros molabais más que los Beatles y los Stones juntos.

Todo empezó con un crac, continuó con una máquina y se terminó de modular por mor de la sabiduría del maestro Amargós, en los días en que la música urbana sonaba universal y los contracantos eran altos muros que debías escalar si aspirabas a crecer. Y es así, desde la ilusión y la dificultad, como un artista se va construyendo una biografía, golpe a golpe, nota a nota, cana a cana. Pero es que los chavales del Poble Sec y los adolescentes de L’Eixample espabilaban de un día para otro, sin transiciones ni hostias. Y es por eso que Carles apenas se moja cuando estalla la tormenta.

Y aunque nadie es perfecto, Serrat hacía posibles las utopías y se apoderaba del corazón de la gente más diversa. Y al cabo de los años os disteis el gustazo de celebrar el pasado con un manojo de versos en la boca. Solo que para oído de tísico el de Chick Corea again and again. Porque tocar un instrumento lo hace hasta un tonto, pero el dominio del tiempo es facultad exclusiva de los genios. Y por más vueltas que le hayas dado al mundo, hay cosas que jamás se olvidan: el «Ironside» de Quincy Jones, los coches oscuros de Gino Vannelli y el Ford Torino del 72 de un tal Clint Eastwood. A ver quién me supera eso.

Desde tu hermosa soledad, Carles, la imaginación se te iba de las manos y veías a Angie, de niña, junto a una cometa muerta. Y por allí corría Julia con su alegría infinita. Y sólo cabía esperar a que se encendiera otra vez el mundo, tras el apagón impuesto por aquel virus, para dar a conocer ese sueño. Qué pena, amics, que podáis escucharlo y no lo podáis ver, pues la música ya no se deja palpar como cuando coleccionábamos esos álbumes que ocultaban en su interior alfombras voladoras.

Pero de qué me voy a quejar yo, si estas mis manos tan graves, gravísimas, han visitado todos los frentes y se han leído todos los libros. Porque puede que yo no sepa nada, pero mis manos, creedme, contienen casi todas las respuestas.