Conciertos

El viaje sentimental de Bob Dylan

El sábado abrirá en Salamanca una pequeña gira íntima de seis conciertos por España que también incluye paradas más prolongadas en Madrid y Barcelona.

Bob Dylan en una imagen de archivo, ya que hace tiempo que ha prohibido los fotógrafos en sus conciertos
Bob Dylan en una imagen de archivo, ya que hace tiempo que ha prohibido los fotógrafos en sus conciertoslarazon

El sábado abrirá en Salamanca una pequeña gira íntima de seis conciertos por España que también incluye paradas más prolongadas en Madrid y Barcelona.

Bob Dylan regresa a España y quién sabe si será la última ocasión de verle en directo en nuestro país. A sus 76 años sigue en la carretera, como viene haciendo sin interrupción desde 1986, y abrirá el sábado en Salamanca, en el Multiusos Sánchez Paraíso, una serie de conciertos íntimos que el lunes le llevará a Madrid, con tres recitales en el Auditorio Nacional, y cerrará en el Liceo de Barcelona los dos últimos días del mes. Hace años que Dylan renunció a dar conciertos en grandes recintos, salvo casos excepcionales. Ahora prefiere la tranquilidad de establecerse en una ciudad durante varios días, cantar en teatros y disfrutar de un buen sonido. Eso sí, el caché sigue siendo el mismo y basta con triplicar el precio de las entradas para que los números cuadren.

El espectáculo de Dylan no ha variado notablemente desde su última visita a España, que fue en 2015. Ese año marcó un punto y aparte en su carrera. Fue entonces cuando publicó «Shadows in the Night», el primero de sus cinco volúmenes dedicados a la vieja música que escuchaba por la radio cuando era niño. El llamado «American Songbook», los deliciosos estándares compuestos por gente como Gershwin, Cole Porter, Rogers & Hart, Harry James y muchos más. Fueron canciones cantadas entonces por Sinatra, Tony Bennett, Bing Crosby, Dean Martin y otros «crooners» a los que Dylan siempre idolatró. «Shadows in the Night» pareció cuando salió un bonito homenaje, un alto en el camino. Pero, más que eso, acabaría por convertirse en una nueva etapa duradera del artista de Minnesota, pues luego le seguirían «Fallen Angels» (2016) y «Triplicate» (2017).

Hay que asumirlo: Dylan se ha hecho mayor para el rock and roll. Ya no se puede ver a aquel tipo que escupía el «Like a Rolling Stone» con The Hawks, o que gritaba el «All Along the Watchtower» junto a The Band, o el que disparaba vitriolo en «Idiot Wind» con la Rolling Thunder Revue, o el que desafiaba a los pecadores con «Pressin’ on» en sus años religiosos, o el que escupía en el escenario junto a Tom Petty en 1986, o el que volvía al formato clásico de cuarteto en el comienzo de su Never Ending Tour, o el que deslumbró en La Riviera madrileña en 1995 con uno de los mejores conciertos jamás vistos en este país, o el que se doblaba sobre el teclado en su tremenda gira de 2003 junto a una de las mejores bandas que haya tenido jamás...

Sequía de Nobel

En fin, aquellos fueron años de gloria, días en los que Dylan volvió a reinventar el rock and roll con su forma de entender la carretera como un método de expresión, como una extensión de la capacidad artística de un músico. Porque durante largos años se extendió la falsa leyenda sobre un Dylan que «destrozaba» sus canciones en directo, que era un mal artista sobre el escenario. Él siempre fue por delante de los demás, también aquí. Qué absurdo y restrictivo es pretender que un artista ejecute sus canciones en directo de la misma forma que en el álbum. ¿Se lo pedían a Miles Davis o John Coltrane? Para eso están los discos. ¿Dónde está el mérito entonces de tocar en vivo? Los efectos son nocivos y al final se corre el riesgo de que un grupo se convierta en una banda de tributo a sí misma, que es lo que pasó antes y se prolongó ahora.

Dylan no compone material nuevo desde 2012. «Tempest» fue un extraordinario esfuerzo por recuperar su gusto por la escritura y ofrecer un catálogo realmente original con aroma a tradición estadounidense. Es curioso, pero el Nobel de literatura no exhibe nada propio desde hace seis años. Más gasolina para sus detractores. En España presentará un show sobrio junto a la misma banda que le acompaña, salvo pequeños ajustes, desde hace más de una década. Cerca de dos horas de concierto en las que incluirá seis o siete estándares de sus últimos tres discos y canciones de todas sus etapas. Salvo cambios inesperados, no cabe esperar clásicos como «Like a Rolling Stone», «Just Like a Woman», «I Want You» o «Knockin’ on Heaven’s Door», temas que hace muchísimos años que no toca en directo. Lo más cercano a «éxitos» que podría encontrar la audiencia serían «Tangled Up in Blue», «Highway 61 Revisited» o, ya en los bises, «Ballad of a Thin Man» o un «Blowin’ in the Wind» que en nada se parece al original. Dylan ya no está interesado en el ruido de la electricidad y el peso de la banda lo llevan el contrabajo de Tony Garnier y el espectacular sonido que le saca Donnie Herron al «steel guitar». Y por encima de todo resalta la voz del genio, que sigue siendo una preciosidad. No es Sinatra, no es Aznavour, pero es Dylan. En una era tan oscura para el talento, uno de los grandes genios contemporáneos regresa a España para demostrar que hubo un tiempo en el que la música era arte y era cantada por gente de real talento.