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El secreto mejor guardado de la Armada española del siglo XVIII

Una dieta mediterránea combinada con una depurada logística convirtió a los marinos españoles en los más sanos de la época. Rafael Torres, coautor con Jordi Bru de "La Armada Real", nos desvela la ventaja humana de España frente a sus rivales ingleses y franceses
La cultura gastronómica de la Real Armada del siglo XVIII favoreció que tuviera los marinos mejor alimentados de la época
La cultura gastronómica de la Real Armada del siglo XVIII favoreció que tuviera los marinos mejor alimentados de la épocaFotocomposición de Jordi Bru
La Razón

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En el ataque inglés a Cartagena de Indias en 1740, el almirante inglés Edward Vernon encontró un obstáculo imprevisto: la mayoría de su tripulación comenzó a enfermar. A un ritmo desconocido, los comandantes de los buques que formaban su escuadra le informaban del rápido deterioro en las condiciones de salud de sus tripulaciones y tropas. A la tradicional enfermedad del mar, como el escorbuto, se añadían la multiplicación de casos de fiebre y vómitos, lo que dejó al ejército invasor muy debilitado ante la firme resistencia de Blas de Lezo. La enfermedad impidió definitivamente los planes ingleses.
Tres décadas después, ocurrió un incidente similar, pero esta vez afectó a una escuadra francesa de 30 navíos, la del conde de Orvilliers. Su flota se unió a la española de Luis de Córdova, quien con otros 36 navíos se dirigió en el verano de 1779 al Canal de la Mancha. Ante la avalancha de la flota combinada, la flota inglesa, compuesta por 40 navíos bajo el mando de Charles Hardy, optó por retirarse a sus bases. A pesar de la victoria táctica hispano-francesa, esta se convirtió en una derrota cuando las enfermedades aparecieron en los buques franceses. Los comandantes galos observaron cómo sus tripulaciones caían enfermas de todo tipo de enfermedades, incluyendo tifus y viruela. Finalmente, no hubo más remedio que retirarse a su base en Brest y dar por concluida la campaña, mientras que sus aliados españoles mostraban una sorprendente salud en las tripulaciones de sus buques.
La Armada había logrado algo impensable en las marinas de guerra de la época: mejorar las condiciones de vida de sus tripulantes. El secreto era sencillo, pero muy difícil de copiar: la alimentación, o más bien la cultura gastronómica, combinada con una victoria en la primera batalla a la que se enfrentaba todo buque, la logística.
La Real Armada permitió y fomentó en sus navíos la continuidad de los usos culinarios de la sociedad civil. La dieta mediterránea embarcó con los marineros, y con ella, una mayor variedad de alimentos y de posibilidades para combatir enfermedades. Mientras que la marina inglesa ponía énfasis en proporcionar más carne salada y más bebidas alcohólicas a sus marinos, la Armada española, asesorada por sus cirujanos navales, autorizaba el embarque de productos muy diferentes: aceite de oliva, vinagre, ajo, pimentón, alcaparras o aceitunas, que se conservaban en aceite, almendras y todo tipo de frutos secos, así como tomates, que se conservaban desecados. La variedad de alimentos y el ingenio para conservarlos permitieron la incorporación de limones y naranjas, que se conservaban en ceniza, aceite o almíbar, y una enorme variedad de vegetales, entre los que se incluían lo que los marinos españoles llamaban de forma muy significativa «coles escorbúticas».
Sin embargo, nada de esto podría ocurrir sin una logística depurada. La premisa de que el navío debía ser completamente autónomo mientras estuviera navegando exigía una precisión en los preparativos superior a la que requería cualquier ejército terrestre. Estibar un buque era una compleja maniobra que requería una férrea dirección de cientos de empleados de la Real Armada: tesoreros, inspectores, comisarios, maestres o contadores; capaces de imponer disciplina y llevar un estricto control del tráfico y del movimiento
Los marineros mejor alimentados contaron con la asistencia de los cirujanos de la Armada, un cuerpo especializado con una destacada formación técnica, al que la marina española también concedió un papel destacado a la hora de establecer las dietas que debían proporcionarse en los buques, así como una sorprendente flexibilidad para implementar las medidas e innovaciones propuestas por los cirujanos. Las dietas se fueron modificando con el tiempo, mientras se introducían nuevos alimentos, combinaciones y hasta formas diferentes de consumo, como fueron las pastillas de carne.
La colaboración de los cirujanos de la Armada en el éxito de la alimentación y la preservación de la salud de los marinos fue acompañada de una implicación activa en la selección e investigación de medicamentos. Los cirujanos impulsaron una mejora continua en los suministros farmacéuticos de los buques, con una insistencia en el uso de la quina, un monopolio de producción mundial en manos españolas, así como regularon el equipamiento de las enfermerías.
En definitiva, la vida en el mar era extraordinariamente dura en el siglo XVIII, pero fue algo menos en la Armada, porque contó con un arma secreta que fueron el ajo, la quina y sus cirujanos.