Crítica

La veteranía son dos grados

La Razón
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Obras de Liszt, Shostakovich, Schumann, Rachmaninov y Ravel. Pianos: Martha Argerich y Gabriel Baldocci. Auditorio Nacional. Madrid, 14-I-2018.

MartMartha Argerich (Buenos Aires, 1941) es una artista ya tan legendaria y querida como para abarrotar la sala grande del Auditorio Nacional cuando en él empieza a flojear la asistencia a los ciclos pianísticos. Bien es verdad que presentaba un programa tan variado como atractivo, con trascripciones de Liszt, siempre muy difíciles, provenientes de temas de Mozart, Verdi y Wagner, las «Escenas de niños» de Schuman... y el colofón final de «La Valse», pero también es verdad que hace tiempo que a ella no le gusta salir sola a los escenarios y se acompaña de amigos o alumnos de un nivel obviamente bastante inferior. Gabriel Baldocci no es un alumno sino un profesor en Londres, pero sí pianista muy ligado a esta etapa de la gran Argerich. Fue un simple telonero, aunque no iniciase el concierto, con unas endebles lecturas de las trascripciones de «I Lombardi» y muy especialmente de la «Muerte de Isolda», una página que resulta muy complicado separar de la orquestal original en la que es más importante el drama que el azúcar que impuso Baldocci. No lo inició porque ese honor le correspondió a la trascripción de «Don Giovanni», interpretada a dos pianos con uso y abuso de los pedales y por tanto algo sucia. En cambio ambos funcionaron a la perfección en el «Concertino para dos pianos en la menor» de Shostakovich, extrayendo su gracia y poder. Fue un placer escuchar la sincronía de ambos. Claro que lo fue mucho más cuando ella, sola, se alejó de las piezas de poderío, por mucho que lo conserve de forma admirable, para adentrarse en la delicadeza de las «Escenas de niños», página de intenso lirismo no exento de gran potencia en algunos momentos. El piano de Schumann no es fácil para una mujer, bien lo sabe Maria Joao Pires, pero Argerich continúa siendo maestra en él. Tras la insustancial por juvenil «Suite para dos pianos n.1» de Rachmaninov, llegó la explosión final del Ravel, aunque de nuevo con algo más de pedal del conveniente. El público enardeció y hubo lugar para dos propinas.