Malú: «Mostrarse vulnerable es un buen ejemplo para los jóvenes»
Publica «Oxígeno», un disco que le supuso una lucha interior contra sus miedos y tras haber mantenido una polémica con Amaia Montero.
Dice que está deseando subirse a un escenario. Que, cuando lo hace, no siente nervios, sino, en todo caso, adrenalina. «¿Sabes eso que dicen de las mariposas? Yo lo que siento son águilas», señala Malú, María Lucía Sánchez Benítez (Madrid, 1982) mientras planea la gira de presentación de «Oxígeno», su nuevo disco, un tour que le llevará a Málaga (19 de octubre), Murcia (27), Barcelona (1 de noviembre), Valencia (10), Bilbao (17), Zaragoza (24), La Coruña (1 diciembre), Sevilla (8) y Madrid (14).
–¿Qué es lo primero que quiere contar de su nuevo disco?
–Que me ha dado oxígeno aunque en determinado momento empecé a sentir que casi lo pierdo. La marea me llevaba siempre hacia un lado pero yo quería ver otro horizonte. Y tenía que hacerlo aunque me partiera los brazos nadando. Han sido dos años muy duros de trabajo y el disco tenía que ser lo más personal del mundo. Quería contar mis historias de arriba a abajo sin ningún tipo de tapujo. Escupirlas, soltarlas, decir quién soy. Es un disco autobiográfico. Y al final, que haya nacido de la falta de oxígeno ha creado una evolución bonita.
–¿Ha sido un renacimiento artístico?
–Absolutamente. Necesitaba respirar. No podía seguir con la dinámica en la que estaba. Necesitaba contar otras cosas, sacar lo que llevo dentro. Creo que tengo mucho más que darle a mi gente que lo que puedo dar si sigo en ese ritmo.
–¿Lo que le quitaba el oxígeno era el ritmo?
–Era más bien la manera. La dinámica te mantiene un «timing» por contrato que se puede manejar, pero mi nivel de exigencia casi no me dejaba parar y cambiar el ritmo. El cuerpo me mandaba señales y yo las iba viendo. Después fue horrible, los dos años de dudas más grandes de mi vida. Tiempo de oscuridad y de pensar que era el peor disco de mi vida. Y dudaba, porque hay canciones muy duras y la gente debe pensar que me quería suicidar. Pero bueno, es lo que necesitaba hacer y contar.
–Es cierto que las letras son tremendas.
–Estoy en esa etapa en la que de repente te das cuenta de que ya sabes conducir. Necesitaba soltarlo todo. Soy todo eso que está ahí.
–A ver... ¿es usted «dolor y confusión»?
–Sí. Soy la que ha empezado a trabajar desde que es muy pequeña y que siente de forma muy intensa las cosas. Lo vivo todo con sentimientos absolutos. No quería contar historias similares pero enmascaradas. Soy un poco bestia a veces.
–La gente se va a preocupar...
–También hay una parte importante porque, con este aluvión digital en el que todos estamos expuestos, hay niñas que viven en un mundo tan irreal que el hecho de que puedas sentir dolor, estar mal contigo misma, ser vulnerable, que tengas miedos, es algo casi tabú. Porque todo el mundo expone una vida tan maravillosa que te puedes hacer pequeño. Y quería contar que ésta que ves aquí, la fuerte, la que se sube al escenario y tira de todo, también es vulnerable y tiene miedo. Creo que es un buen ejemplo.
–Está mal visto deprimirse.
–Vivimos una generación musical que nos lleva solo a lo frívolo y lo alegre. Se juega con diferentes formas de contar historias, y con algunas quizá éticamente no estoy tan de acuerdo, pero bueno, en general son súper divertidas. Pero nos estamos olvidando y es que la vida es real. No son historias y sueños. Y este disco es pura realidad. No es lo guapísima que estoy en Instagram. Creo que hay mucha gente que está en mi lugar porque a lo mejor no se siente siempre bien para ir haciéndose fotos y colgar su vida y quería contárselo. Que a mí también me pasa, que nadie se sienta mal por eso, es normal tener miedo.
–¿Cuáles son sus miedos o inseguridades mayores?
–Todas. El fantasma de que a la gente le parezca demasiado lo que digo, no les guste o no estar a la altura. El miedo de que el público se olvide de mí. Soy fuerte, pero también delicada y vulnerable.
–Canta en el disco que alberga una contradicción.
–Exacto. Me agobié porque tenía el disco hecho pero no me valía. Todo el mundo lo daba por cerrado pero para mí no estaba bien. Lo traje terminado de Miami pero no me valía y lo volví a cambiar. También me he puesto muy cabezona con este disco, muy bruta. Tengo tendencia a ser muy dura con las discográficas. Como que no me gusta esa parte del dinero y los números, pero en Sony se han portado.
–Es más fácil enfadarse con la discográfica que con uno mismo.
–Claro... ¿si después de todo era un horror de disco? Imagínate.
–Entiendo que «La ciudad de papel» es usted misma.
–Sí... todo. Tenía clarísima esa oscuridad y el arreglo. Pero es un final positivo porque quiero contar que yo también me hundo. Y que necesito que me dejen sola. Hundirme en mí misma, llorar y patalear. Y que luego pase y me abra al mundo de nuevo. Es como cuando aceleras el coche sin haber metido la marcha. Calentar el motor para salir con más fuerza luego. Creo que es un mensaje bonito. Necesitas cerrar cortinas para luego volverlas a abrir.
–Se ha ahorrado una pasta en el psicólogo.
–Totalmente. Porque últimamente tengo una conversación recurrente que es: «¿Qué te ha pasado en la vida, reina?» (Risas). Y es cierto que me han preguntado si he hecho terapia y la verdad es que no, pero no porque no sea partidaria de ello, sino porque he sido tan bruta y tan exigente con lo otro que no me he dedicado tiempo, y debería haberlo hecho. Me he quedado nueva.