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Opinión
En solfa: Ensayo de orquesta
He de confesar la extraordinaria impresión que me causó el ensayo de la ORCAM en el infrautilizado Teatro de San Lorenzo de El Escorial.

No esperen encontrar aquí referencias a la película de Fellini. No, esta vez va de otros ensayos de orquesta, jugosos, eso sí. En los ensayos de orquesta es donde mejor se ve y valora el trabajo de un director. Voy con algunas anécdotas y terminaré con el último al que tuve la oportunidad y la suerte de asistir hace un par de semanas.
El ensayo que quizá más me enseñó sobre un director fue en la antigua sala de conciertos del Palacio de Exposiciones y Congresos de la Castellana. Dirigía Lorin Maazel, quien sin duda ha sido técnicamente el mejor director de orquesta de su tiempo. Allá por los años setenta, cuando la orquesta de RTVE tocaba en la citada sala, el bajo y buen amigo Bonaldo Giaiotti me pidió que le grabase uno de los ensayos del «Requiem» de Verdi que cantaba junto a Angeles Gulín, Oralia Domínguez y Charles Craig. Maazel no estaba contento con el cuarteto solista y en un momento dado les sacó del escenario y los encerró materialmente en una salita. Jamás, y son muchos los ensayos que he presenciado, he asistido a algo tan duro. Al piano les fue corrigiendo con tal extrema crudeza que llegué a pensar en una rebelión. No la hubo y el resultado fue espectacular, porque a Maazel no le superaba nadie cuando él quería.
Son muchas las anécdotas de enfrentamientos en ensayos entre directores y miembros de las orquestas, porque en ocasiones el trabajo no es fácil. Una vez, un director español de segunda fila se encaró con los violines y les espetó: “¿Acaso se creen que cuando hago este gesto con las manos es que quiero rascarles los huevos?”. Muy expresivo el paisano. En otra ocasión Zubin Mehta se encaró con un miembro de la sección de metal o percusión en las alturas del entonces Teatro Real sala de conciertos. Algo debió decir el profesor a un compañero y lo oyó Mehta. “¡Si se atreve, baje aquí a decírmelo a la cara!”. Obviamente no bajó. En otra ocasión yo estaba asistiendo a un ensayo como espectador en el Teatro de la Zarzuela. Se preparaba “I due Foscari” de Verdi y en el escenario se entabló una batalla campal entre el barítono Renato Bruson y el director de escena Francisco Nieva. A tal enfrentamiento llegaron que el entonces jefe de prensa del teatro, José Luis Rubio, me sacó rápidamente de la sala para que no fuese testigo y lo pudiese contar. Justo lo contrario me sucedió con Celibidache. Tuvo problemas con alguno de los pocos asistentes y ordenó despejar a los que estábamos en el patio de butacas. Cuando me levanté para salir, él dijo: “Usted no, se puede quedar”. Nunca entendí tal favor, porque no le conocía.
Empezaba por mi último ensayo. Se trató del de la ORCAM en el infrautilizado Teatro de San Lorenzo de El Escorial. Dirigía su nueva titular Alondra de la Parra y he de confesar la extraordinaria impresión que me causó. No sólo por la estupenda sintonía con los chicos -entre 15 y 25 años- de la JORCAM, sino por la vital forma de ensayar y dirigirse a los asistentes al ensayo para explicarles cada una de las obras. Látigo, tambor o lija, fueron parte de las cosas cuyos sonidos hizo tocar a grupos de la orquesta para que el público del ensayo pudiese ver cómo después esas referencias sonarían dentro del tutti. Nunca he presenciado un ensayo tan didáctico y no sólo para el público, sino también para los propios chicos de la JORCAM. Toda una sorpresa
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