Vuelven tras 25 años

El Último de la Fila: "La música es hoy un bien de consumo, como los monopatines"

El dúo regresa, 25 años después de su disolución, con “Desbarajuste piramidal”, un disco de nuevas versiones de sus clásicos

'El Último de la fila' regresa tras un cuarto de siglo. Vuelven tras más de 25 años separados. Manolo García y Quimi Portet se han vuelto a meter juntos en un estudio para regrabar 24 de sus temas más emblemáticos © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 28 11 2023
'El Último de la fila' regresa tras un cuarto de siglo. Vuelven tras más de 25 años separados. Manolo García yAlberto R. RoldánFotógrafos

Han pasado 25 años desde que Manolo García y Quimi Portet pusieron fin a El Último de la Fila, una de las grandes historias de éxito del pop español. Dijeron “goodbye” en su nota tan ricamente. “Fueron 17 años que pesaban mucho, y nosotros nunca hemos sido de rebañar el plato”, dice metafóricamente el cantante, sentado junto a su viejo compañero de fatigas en el regreso (“solo discográfico”, insisten) de la banda con un trabajo en el que han regrabado 24 temas históricos del dúo.

-¿Cuál fue el clic que favoreció la reunión?

-Quimi Portet: surge porque hicimos dos colaboraciones, un homenaje a Ángel Casas, que estaba enfermo por entonces y que ya ha fallecido, y otro a Julia Otero. Nos juntamos y nos hemos visto regularmente desde entonces. Porque antes nos veíamos, pero no profesionalmente. Y para esos dos eventos nos metimos a preparar las canciones para tocarlas. Y ahí surgió el placer del sistema de trabajo original, el estar los dos en un estudio relajadamente, y así continuamos dos veces a la semana. Y bueno, fue surgiendo esto. Han sido más de dos años para 24 temas que hemos ido haciendo con tranquilidad, con un vermú o una comida. Todo de forma natural, nada premeditado.

-¿La química estaba como siempre?

-Manolo García: eso, en cuanto suena una guitarra, si eres músico... está. Si no, dedícate a otra cosa. La reacción es pura química y nuestro trabajo es natural, fluye. Compartimos el gusto por el sonido los acordes, la melodía y los textos.

-Estas versiones están presididas por el minimalismo y la austeridad.

-Q. P.: partíamos de la certeza de que era un material contrastado a nivel popular, o eso creemos, y eso nos permitía llevarlo a terrenos simples. Hemos trabajado los dos solos tanto en los instrumentos como en la grabación como en las mezclas. Eso te lleva a algo así, no puedes pretender una producción épica o faraónica. Buscas la esencia de la canción y la subrayas. Con lo mínimo para que comunique lo que tiene que comunicar.

-M. G.: no hemos tenido ni ingeniero...

-Q. P.: en nuestra época, lo que habríamos hecho es meter más baterías y más guitarras... ahora hemos ido a lo contrario. Si con una guitarra funciona, no pones la segunda. Y si va con dos, no pones tres. Buscando que nada vaya en detrimento de la emotividad del tema. Te puedes equivocar, pero funcionamos a corazonadas. No somos científicos, sino todo lo contrario. La música es inexplicable para el que la hace y para el que la escucha. No es cuantificable. Las emociones que te causan un tema son algo misterioso.

-También tienen otra templanza.

-M. G.: hay una experiencia mucho mayor de música y de vida y una calma. No corres tanto, las posibilidades son diferentes. Tienes otra visión de la jugada, otra parsimonia y te complaces con la canción. Es la misma canción pero ves otro paisaje en ella.

-¿Han tenido momentos “proustianos” grabando estos temas de nuevo? Habrán recordado mucho.

-Q. P.: somos muy amigos y lo hemos sido siempre. Y nuestro trabajo se basaba en eso, en esa facilidad de relacionarnos. Sin embargo, aunque seamos románticos, al trabajar somos prácticos. Valoramos el poder evocador de una canción pero no nos regocijamos en eso. Hay una parte práctica y de oficio de sacar una canción adelante o de quitar cierta tensión en la batería y hacerla más sexy... dejando fuera cualquier exceso de añoranza o de melancolía que existe. El ejercicio consiste en aplicar el oficio con sesenta y pico de años a una obra que hiciste con 30.

-¿Recuerdan quién escribió qué?

-Q. P.: más o menos. El 33 por ciento, Manolo; el otro 33 lo hice yo, y el resto, juntos, en momentos de delirio colectivo.

-¿Barras de bar, vertederos de amor?

-M. G.: esa la hice yo, y es una letra que surge de una emergencia. Teníamos pocas horas en el estudio, el presupuesto se había agotado, y nos estaban echando. Fue tal cual como lo cuento. Nos estaban echando.

-Q. P.: siempre nos echaban.

-M. G.: nuestra compañía de discos pagaba poco, mal y nunca.

-Q. P: ¡pero teníamos muchas ideas! (risas)

-M. G.: y esa canción la escribí en el cuarto de baño mientras Quimi está programando una caja de ritmos y un bajo, creo. Yo estaba encerrado. Cuando salí, la canté, y a las dos en punto nos echaron. Se acabó la moneda. Una porción importante de canciones son puro azar. No llegan sesudamente, pensando en esto y en lo otro. Han surgido así. Y el autor ni se acuerda. Nadie lo sabe, es un misterio. Estás imbuido de un disparate en esa media hora. Y toma, canción.

-¿Apostaban por que fueran un éxito?

-M. G.: nosotros, sí. La compañía, no.

-Q. P.: éramos un colectivo optimista. Incluso con Los Rápidos y Los Burros, que estábamos abocados al fracaso absoluto. Seguíamos creyendo incluso cuando estábamos abocados a la miseria más negra y a la casi indigencia. Sin conciertos, sin contrato, sin nada. No recuerdo un solo momento de lamento y de lloro. Y no pensábamos que no funcionase, sino que la gente no se enteraba de que éramos cojonudos. Había parte de eso y de inconsciencia, de la edad. Pero como motor del colectivo existía la confianza, el entusiasmo en el material que estábamos grabando.

-¿Ese espíritu se daba más antes que ahora?

-Q. P.: estoy seguro de que existe. Que debe haber por ahí locales con cuatro peludos que están más contentos que unas Pascuas. El mundo es muy diferente, por supuesto que sí, y la música no tiene la importancia que tenía, como hecho cultural, en los años 60, 70 y 80. La música ha pasado a ser un bien de consumo más, un pequeño nicho de entretenimiento junto con los videojuegos y los monopatines, al mismo nivel que muchas otras cosas. En nuestra época, la música era un bien cultural valorado por el público e incluso por sus detractores. Los propios que la criticaban la odiaban tanto que le daban una consistencia. Era importantísima. Nosotros somos de las últimas generaciones que vivimos esa época dorada de la música popular contemporánea. Ahora es diferente, pero a nivel humano estoy seguro de que hay chavales que tocan guitarras, sintetizadores o lo que sea que tienen el mismo espíritu, la mima pasión y los mismos objetivos emocionales. Lo que pasa es que se encuentran con una industria diferente y una forma de difusión de la música caótica e incomprensible. Hay una dificultad para que se convierta en un oficio muy grande. Eso no quiere decir que antes fuera fácil, al revés, era dificilísimo. Pero en nuestra época sabías hacia dónde apuntar, ahora es un mundo mucho más complejo.

-¿Cómo era ese momento histórico?

-M. G.: La música tiene mucho de herramienta social. Culturalmente, la música era una bomba. Venimos de la contracultura, de la Barcelona donde vivíamos nosotros era contracultural, todo lo que se movía era poderoso. Ahora mismo, una una capital por pequeña que sea, tienes 300 conciertos. En Barcelona, en esa época, había dos. Y estábamos fascinados. Éramos 8.000 en toda la ciudad y nos conocíamos todos. Nuestra capacidad de asombro, sin tabletas, sin teléfonos, era ilimitada. Éramos vírgenes. Y al ver tocar a unos peludos holandeses o ingleses, levitábamos. Ahora está quemado, hay tantas cosas que se ha devaluado. Y otra diferencia: hay un porcentaje alto de gente joven que empieza que quiere ser músico, pero existe otro porcentaje altísimo que quiere ser rico y famoso. Nosotros ni lo contemplábamos, era de otra galaxia. Si eras el tonto del culo que tu padre te decía: “¿Quieres dejar de hacer el gilipollas?”. Búscate un trabajo.

-Q. P.: y es que mucha gente que admirábamos como Pau Riba o Sisa, no eran famosos. Les aplaudíamos si nos los encontrábamos por la Rambla, pero iban a comer garbanzos al Marcelino y vestían Chirucas. El concepto de popularidad era puramente casero. Muy local y humano.

-M. G.: era una lucha por la vida, la querías experimentar. Y ahora es una búsqueda de riqueza, fama, poderío social. No todo el mundo, claro. Pero hay otra predisposición. Es: “Hacedme rico”. Nuestra predisposición era: “¿Nos dejáis que os cantemos nuestras estupendas canciones?”.

-Viniendo de esa precariedad, ¿cómo digirieron el éxito?

-Q. P.: fue tan lento, tan paulatino, que cuando vimos que vendíamos muchos discos estábamos ya un poco mareados. El aparato digestivo tuvo tiempo. Era una época en la que los artistas se hacían famosos con veintipocos y nosotros bastantes más de 30. Nuestros familiares ya nos habían desahuciado.

-M. G.: de ahí, de esa idea, viene lo de El Último de la fila...

-Q. P.: en ese aspecto fuimos afortunados porque todo pasó despacio. Aunque es verdad que fue muy grande, a unos niveles... pero es que las grabaciones de los años dorados éramos un microcosmos de amigos muy familiar, muy protector, muy cerrado. Se creó un ambiente en el que estábamos muy cómodos. Éramos famosos , pero estábamos en un mundo muy agradable de personas que nos protegíamos entre nosotros. Y había un escepticismo con lo que se supone que es el “star system” habitual. Un sentido del humor muy terapéutico. Y nos protegimos de los tópicos de la fama, de que se te vaya la olla. Era un micromundo que tenía algo de infantil. Ensayábamos más de lo necesario, infinitamente más.

-M. G.: no estábamos en los cenáculos de la vida bohemia.

-¿Nunca tuvieron un delirio?

-Q. P.: de verdad que no. En esa época solo queríamos comprarnos una guitarra o un amplificador... estábamos locos por la música.

-M. G.: había una vanidad soterrada musical, pero no había una vanidad humana. Estábamos muy ocupados haciendo más y mejores canciones.

-Q. P.: que no es moco de pavo, porque la presión del segundo, de tercer disco... existía. Pero en este grupo nos protegíamos y nos ayudábamos. Había ese mérito de protegernos unos a otros, de esa sobreexposición al público.

-El agotamiento llegó.

-M. G.: 17 años pesaron mucho. Y todo en la vida tiene un fin, pero nunca hemos sido rebañadores de platos. Hay que dejarse algo, es de mal tono lo de rebañar.

-Q. P.: y hemos tenido dos carreras durante años. Y hemos seguido dedicados a la música. Que si hubiéramos tenido un cataclismo...

-¿Son conscientes de que faltarían pabellones en España para tocar si se reúnen?

-Q. P.: eso es fácil decirlo... el proyecto es puramente discográfico y nunca nos lo hemos planteado...

-Yo se lo planteo.

-Q. P.: no está sobre la mesa. Lo hemos pasado genial, durante dos años y pico... con vermut y con tranquilidad. Manolo llena sus sitios allí por donde va... estamos bien. Hemos disfrutado mucho haciendo el disco.