
Sección patrocinada por 

Grandes dilemas del verano
¿Nudismo sí o no?
¿Con o sin? Esa es la cuestión. Abordamos un debate en el que los
amigos de la sinceridad ignoran que la civilización solo surge cuando uno tiene algo que esconder

«La relación entre el decoro y la libertad se parece a la relación entre la libertad y, por ejemplo, la moral, los valores, la costumbre, las tradiciones o la religión. Es decir, son aspectos importantes de la sociedad y de la vida humana, pero que no son susceptibles de una legislación prolija, profusa o intervencionista», enuncia el profesor Carlos Rodríguez Braun a cuenta de la pertinencia, o no, del nudismo playero. «Lo ideal –afirma el economista– es conseguir alguna clase de equilibrio entre nociones que son diferentes del decoro, por ejemplo, y el aprecio de la libertad que tenemos todos». He aquí el quid de la cuestión naturista.
Tampoco Javier Menéndez Flores, colaborador de LA RAZÓN, es amigo del veto: «No soy partidario de prohibir nada, a excepción de la violencia y la estupidez, y eso lo aplicaría también a este debate estival que se me plantea sobre si en la playa es mejor enseñar más, menos o mediopensionista. Que cada cual haga lo que le dé la gana, en fin, siempre y cuando no suponga un daño evidente para los otros». Aunque, eso sí, confiesa este que su sentido estético «es de naturaleza hipersensible y en las playas ha entrado en parada cardíaca cuando me he cruzado con “cosas” que no os creeríais. Anda suelto por ahí mucho audaz o insensato que se empeña en regalarnos un paquete bien prieto en un bañador turbo, unas lánguidas nalgas partidas por el hilo invisible de un tanga para pitufos o unos pechos desnudos que buscan desesperadamente el ombligo». «En resumen –concluye Menéndez–: prohibido prohibir, que cada perro se lama su cipote y tal, pero ten piedad y no me horrorices las vistas más de lo necesario, Virgen Santísima».
Una época obscena
Reflexiona también sobre la cuestión el joven filósofo Jorge Freire, quien asegura no creer «pecar de mojigato si afirmo que vivimos una época obscena. Al fin y al cabo, “ob-scenus” era aquello que no se mostraba en escena. Y esto se debe a la aparición de los smartphones, que deja al alcance de la mano la posibilidad de reproducir toda suerte de impudicias descontextualizadas. Me refiero a la omnipresencia de la pornografía, naturalmente, pero también al gusto por la opinión desnuda. Lo que ignoran los amigos de la sinceridad es que la civilización solo surge cuando uno tiene algo que esconder: verbigracia, la hoja de parra de Adán tras el pecado original. Hoy los bárbaros no van desnudos, pero se obstinan en decir “las cosas claras” y hablar “sin pelos en la lengua”».
Sin alejarnos del campo filosófico, José F. Peláez, columnista y escritor, se muestra partidario de un estoicismo nudista: «El nudismo me parece bien siempre que se practique con la dignidad de un estoico, con el desinterés de quien se quita el bañador como quien se quita un padrastro. Lo que me ofende es el nudismo alegre y progresista. El nudismo de batucada y celebración».
«La sociedad más o menos ha ido arreglando estos asuntos reservando algunos lugares específicos para nudistas y otros no», constata el profesor Rodríguez Braun. Una separación de índole no solo textil con la que no está de acuerdo nuestra compañera Marta Moleón: «Considero innecesario habilitar dos espacios diferentes para hacer el mismo uso de un mismo lugar compartiendo además pretensiones y finalidades: disfrutar de una jornada de playa, disfrutar del mar, del sol, de la arena y de la ausencia de prisa».
Moleón, aun si cabe, va más allá en su descocado alegato: «Creo que todo el mundo debería ser capaz de convivir en un mismo escenario natural, en una playa si nos ceñimos al caso concreto del nudismo, con personas que están desnudas y con personas que no se sienten cómodas mostrando la totalidad de su cuerpo y deciden llevar bikini o bañador sin que exista ningún tipo de susceptibilidad por parte de ninguno a sentirse agredido por la decisión del otro». Sin embargo, Freire, más en sintonía con el profesor, pondera la importancia de elegir bien: «No se trata de elegir entre ir vestido o desnudo, sino de elegir bien: elegancia, ya se sabe, viene de “eligere”. A mi juicio, es más elegante un desnudo de Modigliani que Nicky Minaj tapada de pies a cabeza. De manera que ¿vestidos o desnudos en la playa? Pues depende. Antes que lucir bronceado “zaplanesco”, bañador “animal print” o calcetines con sandalias, sin duda es mejor desfilar como Dios nos trajo al mundo».
✕
Accede a tu cuenta para comentar

Las titulaciones de los políticos