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Novedad editorial

Picasso, un peligro espiado por su portera y la policía

Un documentadísimo libro desempolva los numerosos informes que la policía gala dedicó al artista malagueño por su condición de extranjero

Retrato de Pablo Picasso en Vallauris
Retrato de Pablo Picasso en VallaurisRTVE / ARNOLD NEWMAN

Francia lo ha reivindicado en no pocas ocasiones como artista propio, casi un orgullo nacional, pese a que su origen es español. Sin embargo, lo que no sabíamos, es que durante muchos años Pablo Picasso fue un extranjero al que se investigó. Todo eso es lo que emana de un expediente conservado en los archivos de la Prefactura de Policía de París. Este documento es la base de la investigación de «Un extranjero llamado Picasso», imponente trabajo realizado por la profesora Annie Cohen-Solal y que acaba de publicar en nuestro país Paidós. Además de los fondos policiales, la autora se adentra en otros, no siempre accesibles, como el de los herederos del artista.

Desde que un jovencísimo Picasso llegó por primera vez a París, en octubre de 1900, fue objeto de varios informes, además de protagonizar interrogatorios, investigaciones sobre él mismo, pero también sobre su familia y amigos, sobre sus opiniones políticas y su correspondencia. Pero eso no fue solamente una disposición policial, sino también era promovido por políticos de los más altos estamentos del Estado francés, como el ministro de Asuntos Exteriores o el presidente del Consejo.

El primer informe policial sobre Picasso está fechado el 18 de junio de 1901, aunque existe documentación previa de algunas de sus andanzas por la capital del Sena, especialmente de sus amigos, como el suicidio de su querido camarada Carles Casagemas o el robo que llevó a cabo en su taller su marchante Pere Mañach. Precisamente este último será, de manera indirecta, quien propicie el interés policial hacia Picasso. Todo se basa en las informaciones recogidas por una serie de confidentes policiales que hablan incluso con la portera de la finca en la que tiene su estudio el artista: «Jamás lo ha oído proferir opiniones subversivas y, por lo demás, se expresa muy mal en francés y apenas se hace entender». Probablemente es esta misma persona, la misma portera, la que comunica que el que trabaja en el estudio «recibe la visita de varios desconocidos. Le llegan algunas cartas de España, así como tres o cuatro periódicos cuyos títulos se desconocen. No parece usar el apartado de correos. Sus horas de entrar y salir son muy irregulares; sale todas las tardes con Mañach y no regresa hasta bien avanzada de la noche». También se apunta como conclusión que de lo anterior se deduce que «comparte las ideas de su compatriota MANACH, quien le da asilo. En consecuencia, hay razones para considerarlo como anarquista».

En esos primeros tiempos en París, el comisario de Policía manda llamar al artista para interrogarlo, sospechando de que se trate de un peligroso anarquista. Así lo indica una nota en la que se lee: «Se ruega mandar a buscar al tal Picasso e informar de cuál es su actitud actual». Todo ello por ser un extranjero que fue mantenido bajo observación por los chivatos que tenían las fuerzas policiales en esos momentos. Y es que, para las autoridades de la época, «un inmigrante con muebles sigue siendo algo difícilmente concebible», aunque se tratara de un local tan ruinoso y lamentable como el estudio del Bateau-Lavoir, donde Picasso era, en sus palabras, «más pobre que las ratas».

Además de todo lo policial, la autora también ha recurrido a las familiares, a los archivos en los que se conservan las cartas que recibió de su madre María Picasso López, una fuente inagotable de información y que rara vez se han dado a conocer públicamente. Algunas de las que aparecen en el libro se refieren a la primera instancia de Pablo en el Bateau-Lavoir, con las preocupaciones propias de una madre sobre lo que pudiera necesitar un hijo que estaba buscándose la vida en tierra extraña. En una de ellas, del 27 de enero de 1906, doña María le escribe que «tienes que pensar algo en el mañana que no tendrás las fuerzas que tienes hoy para todo y el que no se quiere sujeta una cosa oficial tiene que pensar en sus buenos tiempos en hacer algo que le pueda proporcionar (...) para un caso extraordinario, ¿qué hubiera sido de ti y de nosotros si tu padre no se hubiera cogido a una cosa oficial? Pues la miseria: pues si no estaba en condiciones para pintar por la falta de vista ¿qué hubiéramos hecho?». Doña María escribió una media de dos a cuatro cartas a la semana entre 1904 y 1938, año de su fallecimiento en Barcelona.

Volvamos al informe policial en el que no se perdonaba que Picasso no empuñara la bayoneta para ponerse al lado de Francia durante la Primera Guerra Mundial: «Aunque tenía treinta años en 1914, no prestó ningún servicio a nuestro país durante la guerra (…). Si bien logró una situación en Francia como “pintor llamado moderno”, que le permitiría ganar millones (ubicados, al parecer, en el extranjero) y convertirse en propietario de un castillo situado cerca de Gisorns, conservó sus ideas extremistas y evolucionó hacia el comunismo».

Hablando de política, la investigación de Cohen-Solal permite seguir la labor que se realizó para que Pablo Picasso formara parte de las filas del Partido Comunista. Todo se remonta a 1939, cuando Dolores Ibárruri sugirió a sus contactos en Moscú que sería muy bueno que el pintor fuera «atrapado» en las redes de la Internacional Comunista, como consta en los archivos del Komintern moscovita. Laurent Casanova sería la persona encargada de materializar aquella iniciativa a partir de 1943, cuando se esconde en la Rue des Grands-Agustins, a pocos pasos de donde tenía el pintor el estudio en el que realizó el «Guernica». Picasso vio un beneficio en afiliarse al PCF, algo que ratificará el 4 de octubre de 1944. Fue en ese tiempo, como se indica en el libro, cuando asumió el papel de protector-benefactor-asesor de los museos nacionales del país, prestando y donando muchos de sus trabajos a pequeños y grandes museos: «El primer bombero de servicio en la maltrecha Francia de posguerra», según ratifica Annie Cohen-Solal.

A raíz de su ingreso en el Partido Comunista francés, Picasso fue objeto de investigación policial en otro país, aunque nunca puso un pie allí. En Estados Unidos el todopoderoso director del FBI J. Edgar Hoover es quien decide personalmente la vigilancia al artista por parte de los federales. El 16 de enero de 1945, Hoover enviaba un memorándum a la embajada estadounidense en París alertando de que «en el caso de que lleguen a sus manos informaciones sobre Picasso, el Bureau [el FBI] desea estar informado, porque existe el riesgo de que Picasso quiera viajar a Estados Unidos». El pintor aparece marcado bajo las etiquetas de «comunista» y «subversivo» en un dossier de 187 páginas en el que se expone que era una «amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos». Quienes han estudiados está documentación apuntan que los diplomáticos encargados de seguir a Picasso eran «totalmente incompetentes para la tarea».