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Premio Princesa de Asturias

Serrat, un corazón empañado de música y rebeldía

El cantante, que ha recibido el Premio Princesa de Asturias de las Artes, ha mantenido siempre su compromiso con la música y la defensa de los derechos

El 23 de diciembre de 2022, cerraba su carrera con un populoso concierto en directo. Eligió como última canción del repertorio la misma canción que había escogido para comenzarla: «Una guitarra». «Me la van a regalar cuando me rodeaban /sueños de mis dieciséis años, aún adolescente, / entre mis manos que temblaban /yo tomé bien fuerte aquel juguete. / Crecimos juntos, me convertí en un hombre; / ella se fue estropeando a mi lado. / Ahora que la veo sucia y rota, /me doy cuenta de cuánto la he amado. / Primero llegan los amigos. /Cuando los amigos se van, / solo queda una guitarra /para hacer de acompañante...». Una letra de claras reverberaciones personales que evocaba sus inicios y homenajeaba el instrumento que le había acompañado durante todos estos años. Una despedida empañada de claro significado simbólico y que alumbraba una inteligencia emocional, sensible al transcurso del tiempo, la pasión de la música y el otoño de los días, y que remataba su leyenda con un broche de inequívoca elegancia.

Abandonaba los escenarios con la altura y talla que corresponde a los hombres de su canon, aunque, para entonces, Joan Manuel Serrat era algo más que un nombre y arrastraba ya consigo las señas que identifican a todos los mitos destinados a perdurar. El cantautor, que ayer recibió el Premio Princesa de Asturias de las Artes, que declaró con orgullo haber nacido en el Mediterráneo, himno emblemático de su repertorio, que fue elegido por la revista «Rolling Stone» como el mejor tema del pop-rock español, ha marcado el devenir de nuestra cultura con unos álbumes en los que ha ido dando alternativa, de manera sucesiva, a la copla española, la tradición catalana, el tango, los ritmos americanos y otros géneros.

Pionero de lo que ha llamado la «Nova cançó», conocido en su infancia como el Nano, Serrat proviene de una familia de merindades más bien humildes y también, de una manera más personal, de una afición perentoria y temprana que lo apartaría del tráfago de los estudios y las monotonías agostadoras de los oficios, para encaminarlo hacia el arte de la composición y la música, que encontraría toda una identidad en el timbre de su voz. «De vez en cuando la vida/ toma conmigo café/ y está tan bonita que da gusto verla./ Se suelta el pelo y me invita/ a salir con ella a escena./ De vez en cuando la vida/ se nos brinda en cueros/ y nos regala un sueño tan escurridizo/ que hay que andarlo de puntillas/ por no romper el hechizo», canta en otro de sus estandartes, «De vez en cuando la vida», con versos muy apropiados para alumbrar lo de fortuito que tiene la biografía de un hombre y cómo el talento emerge en quien menos se espera y donde menos se lo aguarda.

Pero Serrat es un artista que rebasa lo artístico, que trasciende el pentagrama y los bolos, y hasta el vinilo, porque su obra y su presencia es de más larga envergadura. Él rescató nombres marginados de la poesía con el pretexto de poner notas a sus versos, y así nos recuperó a Miguel Hernández en un disco que disfrutó de evidente éxito y recorrido en el año 1972, un lanzamiento que también era una postura y una toma de opinión, porque Serrat, detrás de su aparente calma y sosiego, tiene un corazón empañado de rebeldía, contestario y un punto inconformista, que no calló ni enmudeció ante aquello que le disgustaba. De hecho, la censura siempre estuvo en su sendero. Le modificó canciones contenidas en «Mi niñez» y en 1974 tiene que ver cómo aquel rescoldo del franquismo cae sobre «Conejito de terciopelo», donde cantaba a un «ménage à trois».

Canciones y poetas

Nada lo intimidaba, como prueba la lista de poetas que incluye en su repertorio. Ahí están Machado, León Felipe, lorca Lorca, Neruda, Benedetti, todos de evidente acento político y algunos demonizados por la dictadura. Con ellos y su música, el artista entroncaba con la gente, el pueblo, y, aprovechando su influencia, el devolvía esos versos que les apartado. Pero esto era más que un gesto. Serrat participó en el encierro del Monasterio de Montserrat como protesta para protestar con la pena capital y elevar la voz contra el llamado entonces proceso de Burgos. A lo largo de su trayectoria, fue multado, fue arrestado y fue criticado. Las ejecuciones de 1975 por parte del franquismo fueron censuradas y reprobadas por él, aunque tuvo que pagar sus palabras con un alto coste: durante los siguientes meses no pudo regresar a España.

Siempre del Barça, equipo del que se ha declarado mil veces seguidor, afrontó controversias como la del Festival de Eurovisión, al que concurría y del que acabó descabalgado porque quería acudir cantando en catalán, aunque durante esta polémica, el artista sufrió críticas y presiones por todas las bandas, aunque él, aguantó entonces, como siempre ha aguantado. Serrat, que ha estado presente en la vida de muchos españoles, acompañando con su música sus distintos periplos vitales, no abandonó sus posturas críticas durante la democracia y mostró su conformidad como uno de los artistas llamados «de la ceja».

En un último periodo se unió a otro genio, Joaquín Sabina, y ambos formaron un dúo de mucho acierto y tirada para el público. La consonancia de ambos saltaba a la vista y fue durante uno de sus conciertos cuando el jienense tuvo aquel fatal accidente que lo descalabró y del que salió tan mal parado. Serrat, que también tuvo que superar la batalla de un cáncer, continuó hacía adelante, pero él sabía que todo tiene un punto final. «Uno se cree / que las mató el tiempo y la ausencia / pero su tren / vendió boleto /de ida y vuelta./ Son aquellas pequeñas cosas / Que nos dejó un tiempo de rosas». El galardón ahora solo certifica el maestro que es Serrat y lo viva y vigente que sigue estando su voz.