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“Terebrante”: El dolor, el flamenco... y la Liddell ★★☆☆☆

Festival de OtoñoFestival de Otoño
La Razón

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Autora y directora: Angélica Liddell. Intérpretes: Angélica Liddell, Saité Ye, Gumersindo Puche y Palestina de los Reyes. Temporada Alta, Gerona, 19-XI-2021. Próximas funciones: 27 y 28 de noviembre, en San Lorenzo de El Escorial (Madrid).
No ha dejado muy buen sabor de boca en el festival Temporada Alta de Gerona el último y esperado trabajo de Angélica Liddell, que se podrá ver también este fin de semana en El Escorial dentro de la programación del Festival de Otoño. Y no es que sea habitual, precisamente, ver caras de insatisfacción a la salida de una representación de la artista de Figueras, porque cuenta con una verdadera legión de idólatras dentro del mundo del postureo en el que se encuadran sus estrenos y tantos otros de la mal llamada “creación contemporánea”.
El caso es que este Terebrante no ha calado ni de lejos en sus admiradores como otras propuestas suyas. Lo que no llego a entender muy bien es el motivo concreto, porque no hay nada muy distinto, ni en la preocupación artista que ha movido a Liddell en esta ocasión ni en el estilo que ha adoptado para exponerla. Es verdad que el texto, uno de los puntales de su teatro, aquí es prácticamente inexistente, salvando algunas citas sobreimpresas en el espacio escénico; pero todo se desarrolla dentro de esas coordenadas del dolor en las que siempre se sitúa la artista para explorar con voluntad catártica su propia alma y, en definitiva, la de cada ser humano.
De hecho, parece bastante razonable que alguien que usa ese dolor como material preferente a la hora de construir sus obras haya querido en esta ocasión hincarle el diente al flamenco. De eso va Terebrante, de los fines expresivos que permiten transformar el sufrimiento en arte, tal y como ocurre en el flamenco, y tal y como ocurre, de manera más concreta, en la seguiriya. Es verdad que somos todos muy pesados tratando de parcelar las cosas y de hacerlas ridículamente exclusivas: al fin y al cabo, el dolor ha estado y estará presente prácticamente en toda manifestación artística y literaria, no solo en el flamenco: desde la poesía de cancionero en el siglo XV hasta el rock and roll.
Pues bien, inspirándose en el cantaor Manuel de los Santos Pastor –conocido como Agujetas de Jerez– y en su manera de entender el flamenco, la actriz, dramaturga y directora ha levantado un espectáculo –en el que, por cierto, no suena una sola nota de flamenco– centrado en la pulsión y repleto de una simbología no siempre fácil de entender; un espectáculo que, en su concepción plástica, tiene momentos muy potentes –inestimable la contribución a este respecto de Carlos Marquerie en la iluminación–; pero que en su aspecto más discursivo no tiene demasiado donde agarrarse. La narratividad es tan escasa que las escenas se hacen interminables, agotadoras, pesadísimas, engarzadas todas en una misma metáfora: si llega a abrir y a derramar, por ejemplo, una sola botella más de cerveza, es posible que alguno entre el público se hubiese levantado con intención de agredirla o de suicidarse. ¡Qué hartura!
En cuanto a lo de zapatear con las bragas por las rodillas, o a lo de meterse un cigarrillo en el culo e inhalarlo..., pues no sé..., me parece, y ya lo he explicado alguna vez en esta sección, que no se puede ser más tiernito. Querer provocar al personal con metáforas supuestamente atrevidas que aludan al sexo, ¡a día de hoy!, es una cosa tan viejuna que produce rubor, porque el personal hoy, nos guste o no, ya lo ha visto todo en relación al sexo, y tal vez lo ha experimentado, antes de haber cumplido los 15 años.
En fin, que a la salida de la función la mayor controversia entre la gente residía únicamente en discernir si el cigarrillo se lo había introducido realmente en el culo o en el otro orificio que no es común a los dos sexos. Ese era el irresoluble y gran debate intelectual que sugirió la propuesta.

Lo mejor

Pocos artistas habrá que expresen en sus espectáculos una visión artística tan verdaderamente desprejuiciada.

Lo peor

Su capacidad artística para comunicar se circunscribe casi siempre al mundo de sus acólitos, y esta vez ni eso.