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“¡Shhh! La reina del Silencio”: público familiar aprendiendo a rimar ★★★☆☆

Tal vez sea esta la primera vez que la compañía de Ron Lalá tiene oportunidad de presentar un montaje en un gran teatro dedicado, de manera específica, a un público familiar
David RuizDavid Ruiz
La Razón

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Creación colectiva: Ron Lalá. Dramaturgia y letras: Álvaro Tato. Dirección: Yayo Cáceres. Interpretación: Néstor Goenaga, Mario Quiñones, Nieves Soria. Teatro Pavón. Hasta el 22 de enero de 2023.
Si bien las propuestas de Ron Lalá se caracterizan, entre otras muchas cosas, por romper las barreras que tradicionalmente han separado a los espectadores en función de su nivel cultural, su inclinación estilística o su edad, tal vez sea esta la primera vez que la compañía tiene oportunidad de presentar un montaje en un gran teatro dedicado, de manera específica, a un público familiar. Pero, claro, como acabo de señalar, lo suyo no es precisamente limitar el hecho teatral, sino ampliarlo; por eso resulta difícil determinar cuál sería la franja idónea del público potencial de ¡Shhh! La Reina del Silencio.
Argumentalmente, la obra tiene una estructura y un desarrollo muy sencillitos para que nadie se pierda: el rapero Duende Lerende estaba tranquilo y feliz en el bosque hasta que Shhh, la Reina del Silencio, prohíbe la música para siempre. El duende encontrará en el galáctico caballero Dorremí, portador de una mágica Guitarra Sideral, un aliado natural para evitar que la reina tirana lance su Rayo de Silencio Definitivo.
La función se construye como un desenvuelto juego con el verso y la música, dos elementos fundamentales en toda la trayectoria teatral de Ron Lalá que aquí, lógicamente, se usan con una intención pedagógica más decidida que en otros trabajos. Hay ingeniosas rimas escritas bajo el ripioso paradigma del rap –muy apropiado para despertar el interés de los más pequeños por el verso-, hay simpáticas canciones y hay, incluso, sencillas lecciones -relacionadas con la melodía, la armonía o el ritmo- para entender los principios de la música.
Sin embargo, la obra no alcanza la exuberancia imaginativa de otras propuestas de la compañía por dos razones que, de no confluir en un mismo montaje, podrían pasar, quizá, menos advertidas: una es que el espectáculo se representa casi en el más absoluto de los desnudos, con un vestuario y una iluminación básicos sobre el proscenio de un escenario en el que la misma compañía está representando a la vez en estas fechas navideñas Villa y Marte; el otro motivo es que los actores escogidos carecen -exceptuando a un Mario Quiñones más que solvente- de la gracia natural y la seguridad que se necesitan para soportar esa desnudez.

Lo mejor

La original unión de la fantasía del cuentacuentos tradicional con elementos de la cultura urbana contemporánea

Lo peor

Falta un poco de convicción actoral, en algunos casos, para enfrentarse al exigente público infantil