"Le congrès ne marche pas": El colapso de Occidente ★★★★☆
Lo interesante de la pieza no es, en realidad, la recreación de aquellas sesiones protagonizadas por embajadores, diplomáticos y ministros que duraron cerca de nueve meses
Madrid Creada:
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Texto: Joan Yago (creación de La Calòrica). Dirección: Israel Solà. Reparto: Roser Batalla, Joan Esteve, Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Tamara Ndong, Marc Rius... Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta el 20 de octubre.
Complejo, inteligente y original. Así es el último trabajo de La Calòrica, un montaje coproducido por el Centro Dramático Nacional, el Teatre Lliure y la propia compañía catalana que toma como pretexto argumental el festivo ambiente que presidió el Congreso de Viena, organizado en 1814 por las principales potencias europeas para reorganizar Europa y restablecer al absolutismo como irrefutable sistema político en todo el continente.
Lo interesante de 'Le congrès ne marche pas' no es, en realidad, la recreación de aquellas sesiones protagonizadas por embajadores, diplomáticos y ministros que duraron cerca de nueve meses y en las cuales hubo más tiempo para la diversión, la ostentación y el galanteo que para resolver problemas estrictamente políticos. Y no es porque las reuniones –convenientemente deformadas en clave satírica– no sean parte sustancial de la función, sino porque más bien sirven de parapeto argumental a un asunto mucho más profundo y muy pocas veces tratado: la incapacidad del ser humano para advertir, una vez instalado en un determinado modelo político y social, el posible ocaso del mismo. Así ocurrió con los monarcas absolutistas, que no supieron ver que el pueblo había hecho suyos unos principios y valores, tras la Revolución francesa, a los que ya jamás iba a renunciar. Y así ha pasado en repetidamente, en realidad, a lo largo de la historia desde que el mundo es mundo.
Escrita por Joan Yago, la obra pone en contraste de manera perspicaz, ese relajado ambiente del Congreso de Viena con el de la isla indonesia de Sumbawa poco antes de que su población, ajena al peligro que se cernía sobre ella, quedase totalmente arrasada en 1815 con la erupción del volcán de Tambora. Partiendo de esa analogía, la función da un paso más allá en su estricta naturaleza artística y nos invita a inferir, por procedimientos escénicos y dramatúrgicos, sin panfletos facilones ni dogmas gratuitos, que tal vez también el liberalismo económico que impera en Occidente haya llegado a una situación de colapso y no lo estemos sabiendo ver. La acción –excesivamente narrativa, eso sí, y condicionada por una voz en "off" que está presente durante todo el espectáculo– va discurriendo tranquila para llegar a una explosiva, poética y reveladora escena final que interpela directamente al espectador mostrándole de manera diáfana que es él, el propio individuo, el único que puede hacer algo por cambiar las cosas si es que de verdad quiere cambiarlas, que puede ser también que no quiera.
La Iluminación, la escenografía, el vestuario y, cómo no, las interpretaciones están cuidadas al detalle en una excelente propuesta en la que el director Israel Solà plantea algunas soluciones, como la transformación de los elementos decimonónicos en una obra de arte vanguardista, dignas de admiración por su eficacia y su elocuencia repleta de significados.
Lo mejor: La obra es muy inteligente y plantea asuntos poco tratados.
Lo peor: El discurso de la Thatcher, si bien sirve para ilustrar el tema que se aborda, tiene una duración desmesurada.