Centro Dramático Nacional
Danzad, danzad, malditos capitalistas
La compañía La Calórica recrea el desbarajuste del Congreso de Viena, en clave de comedia surrealista, para reflexionar sobre el posible colapso del capitalismo
En 1814, cuando Napoleón ya llevaba unos meses recluido en la isla de Elba después de haber sido derrotado en la batalla de las Naciones, las principales potencias europeas (con un papel destacado, Reino Unido, Prusia, Rusia y Austria) se reunieron en Viena con dos objetivos principales: reorganizar el mapa europeo, asegurando un equilibrio de fuerzas entre los países aliados, y restablecer las ideas y valores del Antiguo Régimen, con la monarquía absolutista como inexcusable sistema político. Aquel encuentro, impulsado por el diplomático austriaco Klemens von Metternich, duró a la postre bastante más de lo razonable: cerca de nueve meses tardaron en aparecer unas actas finales que ni siquiera llegaron a firmar todas las delegaciones. Entretanto, los representantes de los distintos países habían invertido tanto o más tiempo en acudir a fiestas, bailes y banquetes que al riguroso desempeño de su misión política. Hasta tal punto fue así que se hizo muy célebre una frase atribuida al diplomático belga Charles-Joseph de Ligne poco antes de su muerte: “El congreso no marcha, baila”, expresó en una carta a su soberano en respuesta al interés de este por la evolución de las reuniones.
Pues bien, aludiendo a aquella ingeniosa y clarificadora sentencia de Ligne, la compañía catalana La Calórica ha levantado un espectáculo dirigido por Israel Solà y titulado ‘Le congrès ne marche pas’ que aborda, en clave de comedia, el superficial y descomedido ambiente de las sesiones del Congreso de Viena, tratando de establecer una analogía, explican ellos, con la relajación en la actitud de los grandes mandatarios de hoy en relación al declive de nuestro modelo capitalista. “Una vez que Napoleón traiciona los principios de la Revolución y se corona emperador, y que luego, además, es derrotado por las potencias aliadas, los monarcas europeos se encuentran con que, en cierto modo, la historia les ha dado la razón –afirma Joan Yago, autor del texto–. El hecho de que se puedan reunir en el Congreso de Viena para decidir el futuro de Europa es para
ellos la constatación de que la monarquía absoluta es el único sistema que puede triunfar y que permite que algo pueda funcionar, puesto que Francia había intentado una alternativa y había fracasado”. Sin embargo, recuerda el dramaturgo, su mundo se estaba en verdad tambaleando: “Cuando en 1814 esos reyes creen estar confirmando la idea de que no es necesario hacer mucho más, porque el absolutismo es el orden invariable y natural de las cosas, no son capaces de ver que el Antiguo Régimen ya estaba tocado de muerte, y que 50, 60 y 70 años después habría nuevas revoluciones en toda Europa que pondrían fin a ese periodo para traer la democracia constitucional o la república”. Y en todo ello encuentra el autor una similitud con nuestro presente: “La obra es una metáfora del momento que vivimos. Nuestra realidad política está al borde del colapso, pero nos seguimos comportando como si no pasara nada y lo tuviéramos todo bajo control. Ante el cambio climático, las pandemias, la inflación, la inestabilidad de las legislaturas..., nosotros seguimos bailando y pidiendo otra copa, esperando que todo se arregle; pero las cosas no se arreglan nunca por sí solas. Cuando nosotros nos repetimos a nosotros mismos que el capitalismo es el único sistema posible y que es el menos malo de todos, me pregunto si no estamos siendo incapaces de ver que ese sistema neoliberal, tal y como lo entendíamos, ya está empezando a desaparecer. Creo que tal vez no estamos viendo nuestro propio final. Quizá dentro de 200 años nos demos cuenta de que lo que estamos viviendo ahora, en las democracias pospandémicas, ya no se corresponde con ese sistema neoliberal, porque ya hemos visto cómo el Estado, durante la pandemia, tuvo que fijar precios de materiales sanitarios para evitar una tragedia, y también ha tenido que topar los precios durante la crisis energética. Es decir, ha tenido que intervenir para asegurar la vida y la felicidad del máximo posible de individuos”.
Como es lógico, la compañía ha intentado que todas estas ideas se expresen sobre el escenario de manera puramente teatral, nada intelectualizada. “Es una comedia sobre asuntos serios que se mueve, en su estilo, entre Buñuel y Berlanga”. En este sentido, ‘Le congrès ne marche pas’ no busca la recreación fidedigna de los hechos ocurridos en 1814, sino que los satiriza para despertar una mirada crítica de los mismos. El personaje de Metternich funciona como eje dramatúrgico y como centro argumental: “Él es el mediador en unas relaciones entre personalidades muy diferentes que culturalmente chocan desde el principio. Ni siquiera se
ponían de acuerdo sobre cuál era el idioma en el que tenían que hablar. La única lengua que compartían todos era el francés, pero Francia era la nación derrotada y no veían muy lógico usar su idioma. Poco a poco, esa situación de desacuerdo se va haciendo cada vez más insostenible y más patética, y veremos cómo los personajes se obstinan en mantener una fiesta que no está funcionando desde el primer minuto”. Curiosamente, por sus posibilidades cómicas, ese choque lingüístico ha sido trasladado a la propia función hasta sus últimas consecuencias y los actores, que según Yago se pasan “más de la mitad del tiempo bailando”, hablan cada uno en el idioma de su personaje. De este modo, el francés, el alemán, el inglés e incluso el ruso, junto con el español (lengua del representante de Fernando VII, Pedro Gómez Labrador), confluyen en un espectáculo sobretitulado todo en castellano.
- Dónde: Teatro Valle-Inclán, Madrid. Cuándo: del 2 al 20 de octubre. Cuánto: de 10 a 25 euros.
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