Estreno teatral

Doña Leonor, la «X» de la ecuación de Sor Juana Inés

La protagonista de «Los empeños de una casa», que presenta La Joven Compañía en el Teatro de la Comedia, guarda las claves de la misteriosa vida de la religiosa.

Cuatro imponentes cuadros de Bartholomeus Spranger componen la escenografía. En la imagen, «Venus y Vulcano» (1610)
Cuatro imponentes cuadros de Bartholomeus Spranger componen la escenografía. En la imagen, «Venus y Vulcano» (1610)larazon

La protagonista de «Los empeños de una casa», que presenta La Joven Compañía en el Teatro de la Comedia, guarda las claves de la misteriosa vida de la religiosa.

Dice la Historia, o la leyenda, que Juana de Asbaje y Ramírez, recordada como Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), fue una mujer muy especial. Ya a los tres años sabía leer, a los siete pedía que la mandaran a estudiar a la universidad y a los ocho escribió una loa para la fiesta del Corpus. Después, su vida, «un quebradero de cabeza para los estudiosos» –dice Pepa Gamboa–, continuó en consonancia a su prematuro despertar. Nunca pisó Iberia, sin embargo, se supone que su compulsivo afán de lectura hizo que su pluma mexicana llevara la impronta de las obras del Barroco español. Todo ello, y más, alimenta al mito, que aúna lo mundano y lo religioso y lo científico y lo poético, y da fuerza al halo de misterio que la recubre y que a Yayo Cáceres le parece «cojonudo. Siempre suma». Ahora, el director –junto a Gamboa– se pone al frente del drama que la religiosa dejó como legado, «Los empeños de una casa», y que recoge La Joven Compañía para programarlo en la sede de la CNTC desde el día 22.

Función que muchos han querido tomar como parte de su biografía: «Sor Juana nos habla aquí de ella misma en boca de Leonor al contarnos su inclinación a los estudios; ella, que acaso se disfrazó de hombre para estudiar, disfraza de mujer a Castaño, criado de don Carlos de Olmedo, en una de las escenas más desopilantes de la obra cuando don Pedro, enamorado de doña Leonor, lo confunde con ella», explica Cáceres. Es el «laberinto», como le gusta definir a la obra el director, que se presenta: Doña Leonor (Cristina Arias) huye de la casa paterna junto a su amado, don Carlos (David Soto Giganto). Con lo que Don Pedro (Pablo Béjar), enamorado de Leonor, se las ingenia para impedir la fuga de los jóvenes y llevar a la protagonista hasta su casa, donde tratará de embaucarla. Don Pedro cuenta con la complicidad de su hermana, doña Ana (Georgina de Yebra), que, a su vez, suspira por Carlos, a quien ayudará ocultándolo secretamente en su casa. El padre de Leonor (Daniel Alonso de Santos) llega a creer que Pedro fue quien sacó a su hija de su casa, por lo que pretende enmendar el agravio obligándolo a casarse con Leonor...

Una obra «inolvidable»

Una trama que, para Pepa Gamboa, rinde tributo al tópico de la comedia de enredo en la que dos parejas de enamorados no pueden estar juntos: «Pero ahí terminan las coincidencias. Lo que sigue es una de las obras mayores de la dramaturgia hispanoamericana, y ''avant la lettre'', una de esas piezas que, al margen de otras valoraciones, como mujer no se olvida. ¿Dónde encontrar otro personaje con la fuerza y la verdad de Doña Leonor, protagonista de la historia? Claro, a mí, directora de teatro, me fascinan a pares iguales la obra y su autora. Más aún cuando Sor Juana Inés dirigía e interpretaba, con otras mujeres y niñas del convento, sus montajes, construyendo un reverso femenino del masculino barroco, encarnado por Shakespeare, donde eran los hombres los que dirigían e interpretaban todos los personajes». Algo que le ha otorgado a «Los empeños de una casa» el carácter de obra «feminista» de la mano de una «dramaturga adelantada a su tiempo», añade la directora, no ya por la perfección de su verso –conservado en esta nueva versión–, «sino por la maestría con que perfila psicológicamente los personajes, especialmente los femeninos. Son de una delicadeza y profundidad extraordinarias. Más aún cuando en sus obras son ellas las que asumen el protagonismo de una forma real que no cede al tutelaje de nadie. ¡Cómo retrata ese crisol de estrategias de las que se tenían que servir para no ser meros peones en manos de sus padres o esposos!», cierra.

Ya la describió su compatriota Octavio Paz como la mujer que «rompió todos los cánones de literatura femenina». Entre otras, por eso fue especial esta monja que destacó más por «su belleza e inteligencia que por su devoción», añade Antonio Álamo
–responsable de la versión– de una autora de «personalidad ambigua»: «En esta obra, como en muchos de sus poemas, no apreciamos rastro alguno de la religiosa que fue, sino de la mujer. Una mujer apasionada por el conocimiento, que juega con las palabras y disecciona la pasión erótica haciendo suya la tradición barroca del tormento amoroso. En sus escritos, y de forma muy explícita en los sonetos, esboza un tratado del amor que incluye el ansia y el aborrecimiento, la melancolía y el hastío, la ternura y la violencia, los celos y el arrepentimiento, y, por supuesto, la transgresión del orden social e incluso de género».