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Teatro
Gracias por tanto, Cristina Hoyos
Sobre las tablas del Corral de Comedias de Almagro la bailarina se consumó, anoche, como "heredera" del legado de los clásicos

Tras los Sacristán, Ozores, Velasco, Donellan, D’Odorico, Espert, Hipólito, Nieva, Portillo y compañía, ayer fue el turno de una bailarina, doña Cristina Hoyos (Sevilla, 1946). Desde que, en 2002, Antonio Gades recibiera el entonces conocido como Premio de las Artes Escénicas de Castilla-La Mancha nunca se había visto a un/a bailarín/a subido/a al Corral de Comedias para recibir el reconocimiento de Almagro. Anoche, le tocó a ella romper la «maldición», a una mujer marcada para siempre tras el encuentro de 1969 con, precisamente, Gades.
Fueron pareja artística durante dos décadas y su estancia en la compañía del coreógrafo de Elda le sirvió para conocer el amor, también para siempre: el de Juan Antonio Jiménez, el mismo que competía en la trilogía de Carlos Saura con «el maestro» por llevarse a la muchacha al huerto. Lo logró en la vida real; y varias décadas después, continúan juntos. Inseparables: la entrevista es a Hoyos con la excusa del premio, pero él la acompaña para darle apoyo. Cuando la bailarina y coreógrafa más galardonada de España no se acuerda de algo, ahí aparece él con la muleta para sacarle del apuro.
Con la vejez, el miedo de Hoyos, asegura, ha sido «que no se acuerden de mí». Sin embargo, la llamada del Festival de Almagro le ha demostrado que sus temores se equivocaban: «Yo encantada de que me llamen y me pregunten cómo estoy. Con este premio me doy cuenta de que todavía le gusto a la gente», celebra.
Heredera de los clásicos
De este modo regresaba la protagonista de la apertura del festival a un lugar que recuerda «por su gente muy atenta y por ser un sitio muy especial». Fue sobre las tablas del Corral donde se consumó a la bailarina como «heredera» del legado de los clásicos. Igual que hicieran Lorca y Falla, ella «bebe de la tradición áurea para traer al presente los dilemas del honor, el destino y la pasión –justificaba el fallo–. Su danza trasciende la mera representación; es una traducción viva de la emoción barroca, un poema en acción donde cada giro y cada pausa resuenan con la intensidad de la escena clásica».
Su tradición bien se podría definir con las palabras del propio poeta granadino en las que aludía al duende: lo suyo es una cuestión «de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto».
Así, la trayectoria de Hoyos es la de una bailarina habitada por el arte, «investigadora del cuerpo en movimiento, rigurosa creadora en las tablas, luchadora en la escena y en la vida». Un referente incuestionable de la danza española que comenzó a bailar profesionalmente a los once años de la mano de Adelita Domingo y que se forjó en los tablaos. Aunque su precocidad no evita que sus orígenes estén mucho antes, en una casa «pobre», recuerda, en la que la «Tinita» alzaba las manos para vérselas en un espejo al que ni por asomo llegaba a reflejar su cabeza.
Le debe «todo» al flamenco, asegura. Empezó imitando las voces de Lola Flores y de la Niña de los Peines hasta que se impuso el baile en la corrala de su casa. «Era lo que me gustaba. Lo que llevaba dentro. No quería estar quieta. Cuando mi padre compró una radio yo bailaba hasta que la vecina de abajo se quejaba. Solo entonces me quitaba los zapatos para hacer menos ruido».
Hoy, esos pies «están deformados», comenta, «pero me siento bien. Sigo al pie del cañón. Hago mis cositas con los brazos. Ya no bailo tanto de pie. Me muevo mucho de cintura para arriba. Afortunadamente, cada uno tiene sus maneras», defiende quien inspiró la carrera de figuras actuales como Eva Yerbabuena y Sara Baras. Porque son casi 80 años de apertura mental que le han llevado hasta a aperturas de Juegos Olímpicos y a Expos universales. A Hoyos no le duele que se pruebe con el flamenco. Es más, le parece «maravilloso»: «Se pueden hacer muchas cosas bonitas. Te lo digo yo que he viajado por todo el mundo».
Cristina Hoyos hace bueno aquello que cantaba Mercedes Sosa y, feliz, entona el «gracias al flamenco, que me ha dado tanto».
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