Teatro

Lorca

Parsifal en bancarrota

El viaje de un joven islandés hasta Nueva York le vale a Lluïsa Cunillé para trazar un relato con aires de Lorca, Kafka y Dos Passos.

A pesar de ser un adolescente, Abel Rodríguez (derecha) es el encargado de llevar el peso de la obra de Lluïsa Cunillé
A pesar de ser un adolescente, Abel Rodríguez (derecha) es el encargado de llevar el peso de la obra de Lluïsa Cunillélarazon

El viaje de un joven islandés hasta Nueva York le vale a Lluïsa Cunillé para trazar un relato con aires de Lorca, Kafka y Dos Passos.

Pocas relaciones teatrales hay tan fructíferas y duraderas como el tándem formado por la dramaturga Lluïsa Cunillé y el director Xavier Albertí. Hasta 25 espectáculos han llegado a firmar juntos antes de estrenar en el Teatre Nacional de Catalunya este nuevo trabajo que llega ahora, haciendo una escala previa en Alemania, al Teatro María Guerrero de Madrid, sede del Centro Dramático Nacional.

El inquietante relato de «El fogonero», de Franz Kafka; la novela «Manhattan Transfer», de John Dos Passos; el «Poeta en Nueva York», de Lorca; o incluso las conferencias sobre la evolución de la economía mundial pronunciadas por el magnate húngaro George Soros son solo algunas de las referencias que ha manejado Cunillé a la hora de armar este texto que, en su esquema argumental, cuenta la peripecia de un joven que viaja desde Islandia a Nueva York y se adentra «en el corazón de las tinieblas» del sistema económico y moral que rige el mundo. «Toda la obra está repleta de intertextualidad y metaliteratura –confirma Albertí–. Se trata de una fábula que a mí me gusta contar desde su conexión con una de las fuentes de la gran tradición literaria occidental, que es cuando Dios, en la Biblia, le dice a Abraham: “Encuéntrame un solo ser humano puro y no destruiré el mundo”. Aquello, como es sabido, termina con el Diluvio Universal y con la salvación de Noé. La historia de la literatura vuelve sobre ese planteamiento una y otra vez, por ejemplo en las leyendas del ciclo artúrico. Estamos permanentemente ante esta idea que exige un apocalipsis y un posterior renacimiento; pero ese resurgimiento tiene que ofrecérnoslo siempre alguien no contaminado».

Ese ser puro, ese Parsifal, podría ser el protagonista de Islandia, o mejor dicho, podría ser el joven que era el protagonista adulto. Porque, en realidad, el personaje al inicio de la obra es un banquero de unos 40 años (a quien da vida Jordi Oriol) que sufre un severo revés profesional y personal como consecuencia de una crisis de la que él mismo ha sido coautor. En ese trance, la ficción teatral permitirá al espectador ver a este hombre desdoblándose en otro yo con la edad de 15 años (interpretado ahora por Abel Rodríguez) y seguir con él un viaje, en busca de su madre, hacia los intersticios de una sociedad vapuleada por el capitalismo desenfrenado y por una paulatina pérdida de aquellos valores que no han podido ser monetizados. «Los 15 años representan la frontera aproximada en la que uno deja de ser un niño y empieza a proyectar su vida de adulto; es decir, tomar decisiones encaminadas a forjar lo que será ya esa vida adulta –explica el director–. La función nos permite, a todos los espectadores, ver si lo que imaginábamos ser cuando éramos adolescentes lo hemos conseguido realizar o, por el contrario, hemos fracasado». Y las conclusiones tras esa sincera contemplación de uno mismo parecen claras para Albertí: «Es verdad que vivir es, muchas veces, ir autotraicionándote; ir autoeliminando proyecciones, imaginaciones, anhelos, vocaciones... e irte acomodando a lo que la realidad te permite, ya sea por coacciones económicas, familiares... o las que sean».

Pero, antes de colegir nada, es indispensable seguir el errabundo itinerario del protagonista de Islandia por toda la periferia de Nueva York –Brooklyn, el Bronx, Chinatown...– hasta dar con su madre, finalmente, en una iglesia, la catedral de San Patricio, que representa de algún modo un espacio místico, de reflexión interior, en el que el dinero aún no tiene valor. Curiosamente, no ha resultado a la postre un obstáculo para Albertí, según cuenta, escenificar todo ese desplazamiento de la acción, más propio de la épica que del drama, que propone el texto de Cunillé: «El teatro es capaz de simplificarlo todo –asegura el director–. Tenemos un engranaje escenográfico maravilloso (obra de Max Glaenzel) que, a partir de una especie de estación de metro de Nueva York, nos conecta, por medio del uso de unos escasos elementos, con Chinatown, con la catedral de San Patricio, con un hospital, con una calle enfrente de la Bolsa, con una perrera en el Bronx o con Islandia. La luz (Ignasi Camprodon) y el sonido (Àngels Palomar) permiten perfectamente que el público siga ese desplazamiento».

Estreno en castellano

La versión en castellano que se estrenará el martes es fruto, según su director, de «una traducción de las energías lingüísticas del catalán a las energías lingüísticas del español, lo que ha permitido que la obra funcione igual de bien en un idioma que en otro». En este paso por el CDN, se incorporan al elenco, formado fundamentalmente por actores catalanes, dos intérpretes muy conocidos de la escena madrileña, como son Lucía Quintana, en el papel de la Madre, y Juan Codina, que da vida a uno de los pocos personajes en la función con nombre propio: Delamarche. En cualquier caso, ningún cambio alterará el feliz encuentro del público con la esencia de una autora, Lluïsa Cunillé, que, en palabras de Albertí, «ha ido construyendo a lo largo del tiempo una de las obras con una personalidad más singular de cuanto se ha escrito en España en los últimos tiempos; nunca deja indiferente a nadie porque no hace concesiones y porque no proporciona al espectador, con la entrada, la solución del enigma que propone, sino que quiere que sea él solo quien lo resuelva».