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Toros

El día que murió Manolete y nació su eterna leyenda

Hace 75 años España se vistió de luto. Lo que debía ser un día grande en Linares acabó en tragedia

Imagen de archivo de Manolete en la plaza colombiana de Santa María, en Bogotá larazon

Tras nueve temporadas como matador, con todo conseguido, un tanto agobiado por las exigencias de prensa y público, Manuel Rodríguez «Manolete», el gran ídolo nacional tras la guerra civil, acariciaba ya la idea de la retirada. De hecho, las últimas campañas habían sido breves y en su mente ya pesaba mucho el anhelo de vivir con tranquilidad lo conseguido. Pero Balañá se había quedado con Linares, quería comenzar a lo grande su gestión en aquel coso y convenció a Camará para que Manolete acudiese a torear a la Santa Margarita.

Manolete había regresado a España en marzo de 1947 tras haber actuado por última vez en México. Después de una breve estancia en Portugal, llegó a Barajas el domingo 23 de marzo, siendo recibido por una multitud que le paseó a hombros por el aeropuerto madrileño. Su reaparición en ruedos españoles tuvo efecto el 13 de junio en La Línea, cortando tres orejas, un rabo y una pata de toros de Carlos Núñez. El 16 de julio actuó en la que sería su última corrida en Las Ventas, en la Corrida de Beneficencia, en la que estrenó el traje rosa pálido y oro que luciría en Linares el 28 de agosto... y con el que también resultó herido en Madrid, perdiendo la corrida que tenía ajustada en El Puerto para el día 20. Casi una decena de festejos después, el 26 de agosto tomó parte en la Corrida de Beneficencia de Santander y de allí partió en coche para Linares...

El torero Manuel Rodríguez Manoletelarazon

Mucho se ha escrito sobre aquella aquella tarde, pero quien sí que vivió minuto a minuto aquel día fue el fotógrafo Francisco Cano, que recordaba aquellas horas en el libro «Esta es mi vida», de Francisco Picó: «La fatal cornada fue al entrar a matar. Manolete lo hizo muy lentamente a pesar de que el toro no lo merecía». Se trasladó rápidamente a Manolete a la enfermería. La verdad es que el recinto no tenía las condiciones necesarias. Lo pusieron en la cama que había a la izquierda del recinto y se hundió porque estaba destartalada. Lo pusieron entonces en la cama de la derecha. Lo operó el doctor Fernando Garrido, asistido por su equipo médico. Se le transfundió sangre por el sistema anticuadísimo de brazo a brazo. La sangre pertenecía a un cabo de la policía armada. La sangre se había analizado por una farmacéutica que dictaminó que era del grupo cero. También se le hizo una transfusión de un profesional del toreo retirado, Parrao. «Yo era el tercer donante, por lo que me pusieron una goma en el brazo para prepararme. En ese momento llegó un señor con un maletín y dijo que había llegado el plasma...», contaba Cano.

El torero movía la cabeza de un lado para otro, no hablaba. Apenas movía los labios. «Me senté al lado de la cama y escuché el ruido de unas gotas de sangre caer sobre el suelo donde había ya un pequeño charco de sangre. Manolete había muerto. Ahí estaba de cuerpo presente, con toda su grandeza dibujada en su rictus mortuorio».

Instante en el que Manuel Rodríguez «Manolete» es conducido a la enfermería tras ser cogido por «Islero»larazon

En 1997, el hijo del médico de Linares que atendió al torero revelaba que su padre le operó y dispuso que se le practicaran las transfusiones de sangre necesarias, cosa que empezó a hacerse. A las pocas horas el torero se recuperó, habló, se fumó un cigarrillo y hasta preguntó cómo había ido la corrida, aunque seguía débil. Fue entonces cuando llegó de Madrid el doctor Giménez Guinea, en quien Manolete tenía mucha confianza, y ordenó que se suspendieran las transfusiones y que se le aplicara un plasma noruego que traía consigo. Enseguida se agravó su estado y a las cinco de la madrugada apareció la muerte para llevarse su cuerpo, que no su memoria, que sigue viva y presente en una España que aquel 29 de agosto se vistió de luto.

Juan Soto Viñolo, en su libro «Manolete, un torero para después de una guerra», contaba lo difícil que fue enchiquerar a Islero: «A Islero no lo pudieron enchiquerar hasta las cuatro y media de la tarde y lo hicieron a pedradas y latigazos». Cuando Manolete comenzó su faena, los matadores -alternaba con Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín- ya se habían apercibido de la mansedumbre del miura, refugiado en terrenos de chiqueros.

Encuentro entre amigos. Agustín de Foxá, en el centro, saluda a Manolete en 1945larazon

El primer toro de Manolete fue un poco receloso y el espada estuvo decoroso, que era casi estar mal, y por eso forzó con «Islero». Le sacó todo lo que tuvo y se perfiló para matar. Soto Viñolo lo narró así: «Manolete espera a que Islero junte las manos, mirando hacia el arrastradero, perfilándose en corto como solía despachar a todos sus toros. Justo cuando la res se sintió herida y un calambre eléctrico sacudió su sistema nervioso, alargó el cuello en pura reacción miureña, clavando su cuerno derecho en el muslo del matador. En el embroque fatídico, Manolete se alzó un palmo del suelo. El asta rompió la carne en el vértice inferior del triángulo de Scarpa. El diestro, caído en la arena, sintió aflojarse todos sus músculos y toda la fuerza que había desarrollado en la faena se escapó por el boquete de la herida como un globo reventado».

Testigo presencial y de excepción fue Ricardo García «K-Hito», que reflejó así aquel fatídico remate de faena: «Ya tenía todo ganado Manolete. Con una estocada hábil entrando deprisa hubiera podido acabar. Pero entonces vino lo sorprendente. Manolo se perfiló a poca distancia del miura. Ni entró a matar con el morlaco pegado a toriles, ni la res se le vino encima de modo que él no pudiera evitarlo. Nada de eso. El toro tuvo tiempo de prenderlo por el muslo derecho. ‘Islero’ dobló segundos después y las dos orejas y el rabo llevó un peón a la enfermería».

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