¿Qué tiene que ver el toro que mató a Manolete con la bomba atómica?
El Proyecto Islero habría situado a España entre los pocos países que cuentan con armas nucleares, pero Estados Unidos presionó para que abandonarámos esa iniciativa
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Hoy, ¿cuál sería el papel internacional de España si tuviera bombas atómicas? ¿Cómo sería la relación con Marruecos? Incluso, ¿cómo sería con los países de los que dependemos energéticamente? Es indudable que la investigación atómica no redunda solo en tener armas, sino en desarrollo tecnológico que reporta un progreso económico, y en soberanía eléctrica, por ejemplo. Véase Francia, cuyo precio de la luz es un tercio que el de España. La pregunta es por qué teniendo el personal, el conocimiento, los medios y la financiación no se llevó adelante. El armamento nuclear es disuasorio. Ni siquiera las grandes potencias lo han utilizado en situaciones conflictivas, como la URSS en Afganistán o Estados Unidos en Vietnam. Sirve para defender la soberanía y ser respetado. De ahí la carrera armamentística de Corea del Norte, el programa nuclear de Israel, o el empeño de De Gaulle para que Francia lo tuviera. De hecho, el francés apoyó que España tuviera armas nucleares. El proyecto nuclear español no salió adelante por varias razones. Franco estaba convencido de que el país necesitaba el apoyo económico de Estados Unidos y, tras décadas de trabajo, decidió que se guardara en un cajón. El motivo era que EE.UU. no quería que España tuviera ese tipo de armamento. Kissinger visitó Madrid a mediados de diciembre de 1973, y se entrevistó con Carrero Blanco, que estaba conforme con la opinión de Franco en esto también. El encuentro tuvo lugar el día 19, uno antes de su asesinato. El español entregó al norteamericano el informe completo del «Proyecto Islero».
Ese era el nombre que Velarde Pinacho puso al plan español para la construcción de bombas nucleares. No partió de la nada. En 1948 se creó la Junta de Investigaciones Atómicas, que trabajó en colaboración con la Sociedad de Estudios y Patentes. Tres años después fue sustituida por la Junta de Energía Nuclear, que supuso el resurgir de la ciencia española, poniéndola al máximo nivel internacional. Envió a un grupo de científicos a estudiar a Estados Unidos, y a su vuelta los puso al servicio de la investigación española. Aquello estaba arropado por la política de Eisenhower, el presidente norteamericano, que patrocinó en 1955 la idea del armamento nuclear como elemento disuasorio y de poder en las relaciones internacionales. Un ejemplo de este concepto lo ha dado Putin, que frustrado por la resistencia ucraniana ha amenazado con sus bombas atómicas. Lo mismo hizo Kim Jong Un con Estados Unidos antes de Trump, volcado en explosiones nucleares para que las viera el mundo y la construcción de misiles balísticos de largo alcance. Eso le ha dado una posición internacional positiva para su régimen al darle poder para negociar con las potencias, como ha contado recientemente Anna Fifield en «El gran sucesor» (2022).
Esto mismo quiso la España de Franco. En 1964 estaba preparado el «Proyecto Islero». El nombre se tomó del toro que mató a Manolete. La idea era ser el quinto país del mundo con capacidad para construir armas nucleares, tras EEUU, la URSS, el Reino Unido y Francia. Esto hubiera supuesto entonces para España un puesto fijo en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Agustín Muñoz Grandes, vicepresidente del Gobierno, ordenó a Otero Navascués en 1963 que iniciara el proyecto. El científico, además de militar de carrera, presidía la Junta de Energía Nuclear. Fichó a Guillermo Velarde, que en aquel tiempo estaba estudiando en Estados Unidos el diseño de reactores nucleares para la producción eléctrica. Velarde tenía ya mucha y buena experiencia. No en vano había pasado por la Universidad de Pensilvania y el laboratorio Argonne, en Chicago, y trabajaba para Atomics International.
El accidente de Palomares
La investigación pronto desechó el uranio, ya que, a pesar de tener reservas en Salamanca y Badajoz, su enriquecimiento era muy costoso. Se optó por el plutonio, que se obtendría como residuo de las barras de uranio. El estudio se terminó en diciembre de 1964 y se enviaron copias al Jefe del Estado, al vicepresidente Muñoz Grandes, y a López Bravo, que era el ministro de Industria. No se obtuvo respuesta, y el proyecto quedó en un cajón durante un tiempo, aunque se siguió investigando.
El accidente de Palomares, en enero de 1966, sirvió para que los científicos españoles resolvieran algunas dudas que tenían sobre la creación del armamento. Cayeron cuatro bombas termonucleares de plutonio, y los restos fueron estudiados. Velarde estuvo en Palomares y descubrió el material que rellenaba los artefactos y que separaba sus componentes. Eso le permitió descubrir la configuración Ullam-Teller, que era el mecanismo de explosión consistente en una bomba de fusión termonuclear encendida mediante una pequeña bomba de fisión.
Con ese paso España estaba en disposición de crear armas nucleares. Sin embargo, Franco llamó a Velarde ese mismo año y le dijo que abandonara el plan. No quería represalias de Estados Unidos. También es cierto que el plan era muy caro, 60.000 millones de pesetas, aunque dedicados a investigación y desarrollo. La situación cambió cuando Arias Navarro accedió a la presidencia del Gobierno, en 1974, tras el asesinato de Carrero Blanco. El «Proyecto Islero» se recuperó gracias también al apoyo de Manuel Díez Alegría desde la Jefatura del Alto Estado Mayor, quien poco después fue destituido. La amenaza de Marruecos era cierta. El Gobierno puso unos objetivos: construir treinta y seis bombas de plutonio de 20 kilotones cada una. Las pruebas atómicas se iban a hacer en el Sahara español, justo el territorio reclamado por un Marruecos que contaba con el apoyo de Gerald Ford, republicano, presidente de Estados Unidos.
No obstante, el Gobierno español lo hizo tarde y a largo plazo. Estableció que los objetivos se cumplieran antes de que acabara la década de 1970. Para entonces se contaba con Vandellós I, en Tarragona, que por sí sola podía abastecer de electricidad a la ciudad de Barcelona. Las barras de uranio daban un plutonio que solo permitía fabricar cinco bombas al año, aunque era suficiente para disuadir. Un informe de la CIA de 1974 aseguraba que España era el «único país europeo con interés y capacidad» para estar entre los países con armamento nuclear.
Desarme
Esto hizo que la administración de Jimmy Carter, demócrata, presionara a España para que abandonara el Proyecto Islero. Lo hizo, además, en un momento muy complicado para nuestro país como fue la época entre 1977 y 1981. Carter se empeñó en que España firmara el Tratado de No Proliferación Nuclear, abierto en 1970, que establecía que solo EEUU, la URSS y el Reino Unido podían ser potencias nucleares. Francia y China no lo firmaron hasta 1992, y España en 1987.
Adolfo Suárez se negó a firmar el tratado y a la presencia de la Agencia Internacional de Energía Atómica, unos supervisores internacionales, que dejaban a España como país subalterno. El intento de golpe de Estado de 1981 cambió la situación. El gobierno del centrista Calvo Sotelo abrió la política exterior a una colaboración más estrecha con Occidente, en concreto con la OTAN y las democracias europeas. Esto supuso el abandono del Proyecto Islero y la intervención de los supervisores de la Agencia Internacional.
Luego vino el antimilitarismo y la propaganda antinuclear, que junto a la presión terrorista de ETA, acabaron por enterrar el plan atómico español. Hoy la energía proporcionada por las centrales nucleares no es un peligro. No hay riesgo de un Chernóbil porque el centro de fusión no se calienta en caso de accidente, sino que ahora se enfría. El caso es que España pudo ser una potencia nuclear y el toro, Islero, se dejó pasar.