
Obituario
Rafael de Paula: leyenda del toreo gitano
El diestro jerezano, falleció ayer a los 85 años, debutó en 1957 y se retiró en el año 2000. Su trayectoria pendula entre la genialidad y el surrealismo

El diestro Rafael de Paula murió ayer a los 85 años en Jerez de la Frontera. Retirado de los de los ruedos hace más de un cuarto de siglo, desde los inicios de su carrera profesional se convirtió en un mito de la tauromaquia en la segunda mitad del siglo XX. Debutó en Ronda en 1957, aunque la alternativa fue tres años más tarde de la mano de Julio Robles actuando como padrino Antonio Ordóñez. Durante la última parte de su carrera, fue apoderado del diestro Morante de la Puebla. Una relación desigual y polémica que podría traducirse como la síntesis de su vida fuera y dentro de las plazas de toros.
Nacido en la calle Cantarería del barrio de Santiago, sus primeros años se fraguaron en una ambiente de extrema hambre y pobreza, propio de la posguerra española. Un lugar donde afloraron las necesidades más básicas de una población que intentaba buscarse la vida entre el genio artístico y los trabajos más humildes. El padre de Rafael Soto Moreno trabajaba de cochero en la finca del marqués de Viana en la provincia de Córdoba. Entre esos dos mundos tan dispares se desarrolló su infancia hasta que a finales de los cincuenta comenzó a compartir tentaderos. Sus iniciales pasos los dio de la mano de Juan Belmonte, donde por primera vez le dio capotazos a doce vacas. A la sombra del genio de Sevilla, el joven diestro comenzó a entender que el tiempo era esencial para desarrollar su arte. Contaba Paula en una entrevista que Belmonte fumaba lento, pausado, como fuera del ambiente en el que se encontraba. Quizás, como él años más tarde en las plazas donde se convirtió más en un mito que en un matador.
Desde sus inicios a Paula se le achacaron carencias en el valor, lo que él sustentaba con impresionantes dosis de genialidad. En especial con el capote, donde se podrían parar los relojes desde que el toro le buscaba la cara. Una filosofía distinta, impregnada de una elevada dosis estética que chocaba con la trayectoria de otros toreros de la época más volcados en el valor y la técnica. Compartió durante su carrera partidarios con Curro Romero, al que le unía una especial relación tanto dentro como fuera de las plazas. A ambos, toreros de arte, el público los sometía al mismo juicio: exigiéndoles más por no ver en la plaza lo que ellos esperaban que por su falta de eficacia en la lidia. Varias veces tuvo que abandonar el coso hacia comisaría por negarse a matar un toro recibiendo una lluvia de almohadillas. Pese a ello, como genio, logró tardes sublimes que rompieron fronteras. En especial, la de 1974 en Vista Alegre, sobre la que José Bergamín cimentó «La música callada del toreo», obra dedicada al diestro.
Una tauromaquia compleja
Sobre el albero, Paula desarrolló una tauromaquia compleja, plena de gestos flamencos que lograban en el público una sensación de éxtasis y tragedia constantes que superaban los tendidos. Algo similar al «currismo», pero con una mayor dosis de fe y vehemencia. Si en Romero hay que creer, con Paula había que perder la razón, porque su estrategia frente al toro rompía cualquier esperanza de triunfo desde la racionalidad. En especial, cuando en mitad de su trayectoria se queda prácticamente inválido por un problema de rodillas. Un plus de peligrosidad, porque no podía moverse y ni correr al burladero ante el peligro.
Fue entonces cuando arrancó la decadencia de un mito convertido en ser humano. Paula mantenía una relación estable con su novia de toda la vida, Marina Muñoz. Era la hija de su apoderado, Bernardo Muñoz «Carnicerito de Málaga», con la que tuvo dos hijos. A comienzos de los ochenta su matrimonio hace aguas y ella conoce al ex futbolista José Gómez Carillo. Nadie sabe si realmente hubo cuernos o no, pero todo Jerez hablaba del tema y a Paula le mataban los celos. Hombre de pocas palabras, mandó a dos tipos a que le dieran un susto al supuesto amante, pero no acabó bien. Al final se pasaron más de la cuenta y todo acabó con la Policía llevándoselo detenido tras una corrida en El Puerto. Le cayeron dos años de cárcel, que no pisó hasta diez años después a pesar de las muestras de adhesión y las peticiones de indulto de artistas e intelectuales. Esa década lo convirtió en una especie de semidios que habitaba entre Jerez y Sanlúcar. Puede que fuera culpable, que se dejara los toros sin matar, pero era el Paula. Lo mismo sucedió cuando en 2014 agredió a su abogado porque se negó a denunciar a la Duquesa de Alba, Álvaro Domecq y Pedro Trapote en un delirio suyo.
En el año 2002 se le concedió la Medalla a las Bellas Artes en reconocimiento a su trayectoria, pero ayer entró en el olimpo de los genios y en el panteón de la gloria jerezana.
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