Un retrato bendecido por la Historia
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Los productores nunca terminaron de creer en Peter O'Toole para dar vida a uno de los personajes más relevantes en la lucha de los árabes contra el Imperio otomano en el curso de la Primera Guerra Mundial. A pesar de que le habían encomendado el papel principal –el de Lawrence– en los créditos colocaron delante de él a todos, desde Alec Guinness a Jack Hawkins, pasando por Anthony Quinn e incluso al egipcio Omar Sharif. Sólo al final, de la manera más modesta posible, se podía leer: «Introducing Peter O'Toole», es decir, «presentando a Peter O'Toole». Tanto despego era, en cierta medida, comprensible. Albert Finney y Marlon Brando habían estado a punto de conseguir el papel y O'Toole, a pesar de hacerse con el encargo, no dejaba de ser un actor desconocido que apenas se parecía a T. E. Lawrence siquiera porque medía casi treinta centímetros más que el original británico.
Su interpretación, sin embargo, fue de antología del cine. De hecho, nadie se ha atrevido a intentar realizar un «remake» en la seguridad de que sería un fracaso. O'Toole –¿quién lo duda?– supo encarnar a la perfección el espíritu del denominado «rey sin corona de Arabia». Es verdad que Ákaba estaba, en realidad, en Almería y que El Cairo era Sevilla. No es menos cierto que los soldados turcos que ayudaban a la violación de Lawrence en Dera eran conocidos secundarios del cine español. Dio igual. O'Toole logró mostrarnos el talento sin igual de un oficial encadenado inicialmente a la mesa de un despacho –pero que había realizado su tesis doctoral sobre los castillos de las Cruzadas y que llegó a traducir «La Odisea» del griego– y, cuando se le dio la oportunidad, fue capaz de desarrollar una colosal habilidad a la hora de servir de enlace con los árabes que tenían que sublevarse en la retaguardia del Imperio otomano. Su agudeza natural para la guerra de guerrillas, su perspicacia estratégica y sus sueños de una redención nacional del pueblo árabe aparecían en la película exactamente como fueron. No se trató, sin embargo, de un retrato complaciente ni hagiográfico. En la película se indicaba cómo era un hijo bastardo, ya que la esposa de su padre nunca le concedió el divorcio que le habría permitido casarse con la madre de Lawrence. De la misma manera, O'Toole consiguió mostrar como, seguramente, no lo habría conseguido nadie, el trastorno mental que sufrió el guerrero del desierto cuando fue confundido con un circasiano y forzado sexualmente por un oficial turco. A partir de entonces nada fue igual dentro de la cabeza del agente de Su Graciosa Majestad. Con el alma rota –y la película lo recoge con espantoso horror–, llegó a ordenar que no se diera cuartel a los soldados turcos y a permitir que los árabes a sus órdenes los ejecutaran en masa. No ayudó a superar el trauma el que, también como mostraba el filme, británicos y franceses suscribieran el famoso acuerdo Sykes-Picot, que no sólo no proporcionó a los árabes su independencia, sino que dividió Oriente Medio en protectorados y creó dinastías como si se tratara de un Monopoly de los vencedores. No menos exacta fue la manera en que, al inicio de la cinta, se trazaba no sólo la muerte de Lawrence en un accidente de moto provocado por el deseo de no atropellar a unos niños que iban en bicicleta, sino también el desconcierto a la hora de juzgarlo que ya sufrieron sus contemporáneos. De hecho, David Lean sólo incurrió en un error a la hora de trazar un retrato difícilmente superable de Lawrence. En la secuencia en que el británico promete a Auda Abu Tayi dinero, redacta la orden en árabe como se desprende de la manera en que escribe de derecha a izquierda. Craso error. Lawrence señaló en «Los siete pilares de la sabiduría» –su relato de la denominada rebelión árabe– que podía hablar con fluidez la lengua de los califas hasta el punto de que llegó a utilizar unas cuatro mil palabras. Sin embargo, confesó también que nunca llegó a escribirla. Se trataba de una pequeña mota histórica en un fresco extraordinario cuyo mayor punto de gloria fue la interpretación, indiscutiblemente magistral, de Peter O'Toole.