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“Billete de ida”. Jonathan Vaughters, el compañero que ayudó a cazar a Armstrong

La EPO era una compañera más en aquella época, parte del entrenamiento. La sustancia que cambió el dopaje y el ciclismo para siempre

Billete de ida
Billete de idaLa Razón

«Siete vidas sobre ruedas» es el antetítulo del libro “Billete de ida” (Libros de Ruta, 420 páginas) y es posible que no sea sólo una manera de hablar. El recorrido de Jonathan Vaughters por el ciclismo es amplio.

Desde que se creía el peor ciclista del mundo, cuando corría en el equipo español Santa Clara, hasta su presente como mánager del Education First. Por el medio el descubrimiento de la EPO, un sistema de dopaje que rompió con todo lo establecido anteriormente. «La diferencia ya no estaba entre ser primero o segundo. La diferencia estaba entre ser primero o último», reconoce Vaughters en el libro.

Él lo vivió como compañero de Lance Armstrong, las carreras de los médicos para enmascarar el dopaje antes de los controles, el miedo a dar positivo después de una victoria. El silencio era la norma, hasta que Armstrong regresó y se dedicó a machacar a Floyd Landis por su colaboración en la lucha antidopaje. Vaughters entiende al tramposo en un sistema que admite la trampa como forma de vida, pero no el acoso y eso le decidió a colaborar. Lo demás es historia.

Antes, la EPO le había hecho dudar de sus verdaderas condiciones como ciclista. ¿Había algo que le hiciera perder las fuerzas al cruzar el Atlántico para competir en Europa?, se pregunta en el libro. ¿Por qué gente a la que dejaba tirada cuando coincidían en los entrenamientos era capaz de meterse entre los diez primeros de la Vuelta a España mientras él y su equipo parecían arrastrarse por las carreteras? Dudas que sólo la química parece capaz de responder. La normalización de la EPO como una parte más del entrenamiento de los ciclistas tenía esas consecuencias. No había reproches morales para los que lo usaban.

Eso lo supo cuando era todavía ciclista del Santa Clara, un equipo que se movía en los principios religiosos del Opus Dei de repente se vio invadido por los discípulos de Eufemiano Fuentes. “Ufe” era un genio. Eso se decía en el pelotón. Y si los ciclistas no andaban era culpa de los médicos

Vaughters cuenta su primera vez con el dopaje. El primer paso para llegar a la EPO. Y cómo, de repente, el equipo había dejado al Papa de lado y había llenado su maleta de jeringuillas.

El ahora mánager del Education First cuenta cómo la EPO se convierte en una adicción, no tanto por el producto en sí sino por las ansias de victoria. Sin esa ayuda había una época en la que era imposible ganar.

Cuenta también Vaughters cómo fue su desintoxicación, provocada por una simple picadura de avispa que le cerró un ojo casi por completo. Su nuevo equipo, el Credit Agricole, no quiso tratarle con corticoides para no quebrantar las normas. Las risas de Armstrong al ver que su equipo no era capaz de bajarle la hinchazón por no recurrir a las trampas le hizo darse cuenta de todo lo que había pasado.

De los principios que había traicionado desde que tuvo esa sensación de ser el peor del mundo ya en su primer carrera como ciclista. Era una carrera dividida en dos sectores. En el primero, contrarreloj, fue último y quiso abandonar casi antes de empezar. Pero en el sector en línea descubrió el verdadero placer de dar pedales y la agradable sensación de adelantar a otros corredores. Se había enamorado del ciclismo, aunque nunca abandonara esa sensación de tobogán, de estar un día arriba y otro abajo. Esa sensación la había perdido. Y se marchó.

Contribuyó a limpiar el ciclismo, declaró ante la USADA sus prácticas dopantes y las de otros. Ayudó a derrumbar el mito de Lance Armstrong, a limpiar el palmarés del Tour y dejar un agujero de siete años en el tiempo. Se dio cuenta de que nunca había reflexionado sobre las consecuencias de la EPO, la sustancia que había convertido el ciclismo en una profesión de riesgo.

La vida personal también tiene su hueco en el libro. Los divorcios, la depresión, la terapia. La vida.