Atletismo

Eugene ya tiene su récord gracias a Sydney McLaughlin

Firma, con su plusmarca en los 400 vallas, el gran momento del Mundial a la espera de que aparezca el pertiguista Duplantis

Sydney McLaughlin bromea con la mascota del Mundial tras ganar el oro en 400 vallas con récord del mundo
Sydney McLaughlin bromea con la mascota del Mundial tras ganar el oro en 400 vallas con récord del mundoJEAN-CHRISTOPHE BOTTAgencia EFE

Asus tiernos 22 años, Sydney McLaughlin parece predestinada a plantearse nuevos retos, visto el dominio ultrajante que ejerce sobre los 400 metros vallas. La pupila de Bob Kersee –mítico hacedor de plusmarquistas como Jackie Joyner, su esposa, Florence Griffith, Gail Devers o Alison Felix, entre otros muchos– ha batido el récord mundial de la prueba cuatro veces en trece meses, rebajando más de un segundo y medio el que estableció Dalilah Muhammad en 2019 para dejarlo en 50,68. Cualquier adjetivo hiperbólico le cabe al marcón de McLaughlin, pero es más elocuente un dato: con semejante tiempo, habría sido séptima en la final de los 400 lisos que ganó la bahameña Shaunae Miller media hora antes.

McLaughlin se paseó en una final sin suspense, ya que las tres medallistas estaban cantadas de antemano. Tras ella, como en los Juegos de Tokio pero en orden invertido, llegaron la neerlandesa Femke Bol y Muhammad. La subcampeona en Oregón y plusmarquista europea arrasará dentro de tres semanas en Múnich, donde Sara Gallego tendrá algo que decir en su condición de undécima de un Mundial en el que sólo la han superado tres competidoras del Viejo Continente. La de Nueva Jersey, así, ha entrado en esa dimensión en la que una gran campeona sólo compite contra sí misma. Tras romper la barrera de los 51 segundos en Eugene y lustrar el Mundial con el brillo que sólo el establecimiento de un récord del mundo puede darle –la de Muhammad fue la única plusmarca universal batida hace dos años en Doha y ninguna se fijó en Londres 2017–, su próximo reto son los hasta anteayer impensables 50 segundos y extender su reinado a los 400 lisos, prueba en la que ninguna estadounidense se clasificó para la final mundialista y en la que persiste, desde el prehistórico 1985, el récord de 47,60 de la germanoriental Marita Koch. ¿Imbatible? Puede que no para ella.

Sydney McLaughlin posee unas cualidades innatas para la velocidad pura, como demuestran sus títulos mundial y olímpico con el relevo largo de Estados Unidos. Reloj en mano, acredita 11,07 ventosos en 100 metros, unos honorables 22,39 en el doble hectómetro y, ojito, un 50,07 en la vuelta a la pista que en 2022 la habrían colocado como octava marquista del año. No es impresionante, desde luego, a no ser que se considere que estos tiempos datan todos de 2018, cuando la vallista era una adolescente de 18 años que competía para la Universidad de Kentucky sin entrenamiento específico. Una cuenta de la vieja: en su prueba, desde entonces, ha bajado más de dos segundos desde el 52,75 de Knoxville que la dio a conocer al gran público. Una progresión similar en el liso la llevaría a la frontera de los 48 que nadie ha olido desde Koch y la andrógina checoslovaca Jarmila Kratochvílová, con su 47,99 de 1983.

El segundo récord universal que puede superarse en Eugene son los 6,20 metros que Armand Duplantis estableció en marzo, en el Mundial de pista cubierta. El pertiguista sueco, subcampeón en Doha cuando todavía estaba en edad júnior, sólo ha perdido un concurso en los tres años transcurridos desde que Sam Kendricks –ausente en Eugene por lesión– lo batiera en la capital qatarí. Es impensable que no logre el único título que, con 22 años, le falta en su palmarés: el Mundial al aire libre. La segunda mejor marca de 2022 entre los clasificados para la final, los 6,05 del estadounidense Nilsen, son un trámite para un saltador que superó los seis metros siendo menor de edad. También competirá su predecesor como plusmarquista mundial, Renaud Lavillenie. Pero el francés, que borró a Serguei Bubka de la tabla de récords (6,16) y fue su mentor, es ya demasiado veterano.

El gran momento de la final de salto con pértiga llegará cuando la identidad de la plata y el bronce se conozca y Mondo –así lo llaman en casa su papá estadounidense, ex pertiguista que ejerce de entrenador, y su mamá sueca, antigua heptatleta e internacional en voleibol– se quede solo en el pasillo de saltos. Entonces, pedirá a los jueces que eleven el listón hasta los 6,21 para continuar con esa pelea que mantiene contra sí mismo y contra las leyes de la gravedad. Hasta ahí puede subir el niño volador de Layafette (Luisiana), un chico que podría colarse por el balcón de un tercer piso sin más ayuda que un palo largo.