Atletismo

Duplantis e Ingebritsen o cuando los vikingos saquearon Oregón

El pertiguista sueco elevó hasta los 6,21 el récord del mundo y el fondista noruego Jakob Ingebritsen superó a los africanos en los 5.000

Armand Duplantis celebra su nuevo récord del mundo de salto con pértiga
Armand Duplantis celebra su nuevo récord del mundo de salto con pértigaAlberto EstevezAgencia EFE

La primera final de la jornada de clausura del Mundial de Oregón fue la de 35 kilómetros, disputada cuando apenas amanecía en Eugene. Detrás de Massimo Stano y Masatora Kawano, el tercero en meta fue el sueco Perseus Kalstrom, que celebró su medalla de bronce recorriendo el último hectómetro no con la bandera de su país, como es costumbre, sino tocado con una casco de vikingo. Fue como una premonición, un anticipo del festival escandinavo que se vivió por la noche en Hayward Field.

Los grandes campeonatos se cierran tradicionalmente con los relevos 4x400, ambos ganados por Estados Unidos para delirio de la afición, pero Armand Duplantis tenía otros planes. El guion del concurso de salto con pértiga se había cumplido a rajatabla. Igual que en Tokio, Chris Nilsen había sido el último rival en dejarlo solo en el pasillo. Plata para el americano en 5,94 y bronce histórico para el filipino Ernest Obiena, que batía el récord de Asia con la misma altura. Los campeones olímpicos de Londres y Río, Renaud Lavillenie y Thiago Braz, se habían rendido con honores en 5,87.

La primera altura que pidió Duplantis recién conquistada la triple corona (tenía el oro europeo y olímpico, pero le faltaba hasta ayer el cetro mundial) fue 6,06 metros. Ese salto es casi un trámite para él, pero estaba cargado de simbolismo. Superaba por un centímetro el récord de los Campeonatos de Dmitri Markov en Edmonton 2001 y la mejor marca del estadio que él mismo poseía. Además, igualaba los 46 listones de más de seis metros que superó Serguei Bubka en su carrera (¡¡con 22 años!!). Pasó a la primera con un margen descomunal, no habría derribado ni con una mochila de marcha legionaria colgada de su espalda, y solicitó una barra en 6,21, un centímetro más que lo que saltó en marzo en Belgrado, en el Mundial de pista cubierta.

Entre las dos finales de 4x400, Duplantis realiza un primer intento flojo. Sin chispa en la carrera ni fuerza para manejar la pértiga que ha elegido, derriba el listón en su subida. Un nulo que lo hace salir de la colchoneta cariacontecido, con muecas dirigidas a su padre y entrenador como queriéndole decir: «Pues hasta aquí hemos llegado hoy». Cuando un saltador compite en solitario, los jueces son laxos con el tiempo entre dos saltos, así que Mondo se sienta junto a su amigo Lavillenie, a quien arrebató el récord del mundo, a ver tranquilamente la última carrera del campeonato, el relevo largo femenino. Los dos campeones charlan y sonríen dando sorbitos a sus flacones, como si en vez de un preparado isotónico contuvieran cerveza fresquita.

Siete u ocho minutos después del primer intento, con el estadio en trance por el decimotercer oro del Team USA, su lenguaje corporal ha cambiado por completo. Armand Duplantis será el último atleta en competir y quiere que todo el mundo lo vea. Se hace el silencio en los cuatro segundos de carrera supersónica, se escucha crujir el cajetín cuando encaja la pértiga y, abracadabra, estalla el público –también los televidentes que lo siguen en Europa a las 5:03 de la madrugada– en un rugido. El nuevo récord universal de salto con pértiga es 6,21. Será 6,22 cuando lo decida este sueco nacido en Estados Unidos. Y así sucesivamente hasta... dentro de diez años lo sabremos.

La otra gran final masculina del cierre, sin desmerecer a ninguna, era la del 5.000. Ningún atleta nacido fuera del continente africano había reinado en esta prueba desde la primera edición mundialista, Helsinki 1983, cuando el irlandés Eamon Coghlan subió a un podio cien por cien europeo. En los últimos treinta años, en Juegos y Mundiales, la única medalla para un blanco fue el bronce del australiano Craig Mottram en Edmonton 2001. Tal era la losa que pesaba sobre Jakob Ingebritsen, picado hasta la descortesía por su derrota en el 1.500, donde no había podido reeditar su oro olímpico.

La carrera fue un regalo para el noruego. Naufragó Joshua Cheptegei, plusmarquista mundial y campeón olímpico, dejando el pabellón ugandés en manos de Oscar Chelimo, tercero, que condujo la carrera con un tren tontorrón. El tercero etíope desapareció enseguida de la cabeza y entre los kenianos, el inexperto Jacob Krop se conformó con seguir a su tocayo para colgarse la plata. Nadie discutió la supremacía de Ingebritsen, que cogió la cabeza a falta de dos vueltas y aceleró progresivamente hasta la victoria sin rival que le tosiese. Le faltaba ser campeón del mundo. Ya lo es.