Alpinismo

Aconcagua, femenino plural

Una expedición femenina española hace cima en el techo de América para reivindicar el papel de la mujer en la montaña

La himalayista Marta Alejandre y las montañeras de Adebán Ana Bravo, Astrid García y Maite Pariente (de izda a dcha.), en la cima del Aconcagua
La himalayista Marta Alejandre y las montañeras de Adebán Ana Bravo, Astrid García y Maite Pariente (de izda a dcha.), en la cima del AconcaguaMontañeras Adebán

Fernando Garrido pasó 62 días en la cima del Aconcagua (6.961 metros), estableciendo en 1986 un insólito récord mundial de permanencia en altura. Pocos como el himalayista aragonés conocen tan bien esta montaña, la más alta de América, y a la que en todo el planeta solo miran desde arriba las grandes cimas del Himalaya y el Karakórum. Y en el diario de esa experiencia al límite, avisó: «Al Aconcagua hay que tenerle mucho respeto, porque se puede enfadar». Hablaba, claro, de los fuertes vientos, de la dura climatología y de las inoportunas visitas de la «puna», el mal de altura que presiona las sienes y encoge los pulmones. Desde esa ya lejana primera ascensión de 1897 del escalador suizo Matthias Zurbriggen, más de 160 personas se han dejado la vida en el coloso americano. Las últimas, hace solo unos días. No es, desde luego, una montaña para tomársela a broma.

Ninguna de ellas lo hizo. Para todas era probablemente un sueño inalcanzable, como todos los sueños que no se dejan soñar. Hasta que un buen día pensaron que era posible. Y lo hicieron realidad. «Aconcagua en femenino», el proyecto del club jaqués Montañeras Adebán se puso en marcha. Poco importaba que la mayoría ya hubiese cumplido el medio siglo. ¿Qué son unas cuantas hojas de más arrancadas del calendario?

A Amelia Bella, Elena Elipe, Carmen González Meneses, Elena Julián, Ana Bravo, Astrid García, Cristina Izquierdo, Maite Pariente y Laura Hernández les unía, sobre todo, su amor por la montaña y la necesidad de reivindicar el espacio de la mujer en un mundo mayoritariamente de hombres. No eran ningunas ilusas. Casi todas tenían a sus espaldas algún seis mil. Pero había que prepararse y lo hicieron a conciencia durante meses, acumulando metros de desnivel en sus piernas cada fin de semana. El Aconcagua impregnaba ya sus vidas.

«A la montaña hay que tenerle respeto, sea cual sea su altitud, e ir preparados. Es un entorno agreste. En el Aconcagua la vida no está garantizada y hay que tener mucha cabeza. Teníamos claro que si había que renunciar, se renunciaba», explica a LA RAZÓN Astrid García, presidenta de Adebán.

La expedición de Montañeras Adebán, con el Aconcagua a sus espaldas
La expedición de Montañeras Adebán, con el Aconcagua a sus espaldasMontañeras Adebán

Cada una tenía sus metas. La zaragozana Amelia Bella, la más veterana del grupo con 74 años –que viajó acompañada de sus hijos, Rubén y Miguel–, superar los seis mil metros de altura. Ninguna quería renunciar a la cima, pero el objetivo era que un banderín de Adebán ondease en la cumbre del Aconcagua. Por todas y cada una de ellas, al margen de quien lo consiguiera finalmente. Y así se lo fueron pasando una a otra a medida que las fuerzas escaseaban y las adversidades salían al paso.

Acompañadas de la himalayista aragonesa Marta Alejandre (Dhaulagiri y Gasherbrum I en 2008 y 2009, respectivamente) llegaron a Plaza de Mulas (4.200 metros), su campo base, el 8 de enero. «Lo principal era aclimatarnos, para estar bien el día de cima», explica Astrid. Pero pronto empezaron los contratiempos. Una inoportuna lumbalgia dejó sin opciones a una de las expedicionarias y su compañera de cordada renunció a su sueño por no dejar sola a su amiga. Quedaban siete.

Alcanzado el campamento dos, a seis mil metros, Amelia, la veterana del grupo, desistió, aunque al día siguiente aún tuvo el suficiente tesón para continuar hasta los 6.300 metros. A sus 74 años la vida le regaló un amanecer inolvidable que pudo disfrutar junto a uno de sus hijos. «Veía que el equipo iba reduciéndose y estaba preocupada», reconoce Astrid.

Había que seguir. Tocaba encarar una de las zonas más expuestas, la travesía, una media ladera de piedra descompuesta. Los síntomas de congelación en los pies doblegaron a Amelia, la benjamina del grupo. Ya en la formación rocosa de El Dedo, dos montañeras más decidieron darse la vuelta.

«Al llegar a la Cueva empezó a dar el sol y cargamos energía. Quedaban los últimos 300 metros y no había quien los subiera. Fueron los 300 metros del sufrimiento», recuerda Astrid. Los bloques de piedra se desprendían a su paso. «Sentías que te faltaba el oxígeno, pero nuestra determinación era grande». Tocaba subir «con el corazón».

A la una del mediodía del 19 de enero, dos horas antes de la hora límite que se habían fijado, Ana Bravo, Maite Pariente y Astrid García, junto a su inseparable Marta Alejandre, llegaron a la cima tras once horas de esfuerzo.

«El mundo de la montaña es muy masculino. Estábamos ahí demostrando que las mujeres también tenemos un sitio en la montaña y, además, a cualquier edad», hace hincapié Astrid. «Lo que queremos transmitir –enfatiza – es que las mujeres vayan a la montaña, porque es una fuente de salud inagotable».