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Europa League

La enésima proeza del Sevilla

El equipo de Mendilibar remonta ante la Juve (2-1) y resuelve el pase a una nueva final de la Europa League en la prórroga. Marcaron Suso y Lamela

Los jugadores del Sevilla celebran el gol de Suso AFP7 vía Europa PressEUROPAPRESS

Siete de siete. Quiérese decir semifinales de Europa League. Todas las que ha disputado el Sevilla las ha ganado, las seis finales también, y el último día del mes de las flores jugará en Budapest contra la Roma de Mourinho en pos de su séptimo título continental. Pepe Castro, presidente vilipendiado pese a su palmarés estrepitoso, incomparable, podrá repetir esa muletilla tan graciosa de «¿otra vez? Sí, otra vez». Al término de una lucha titánica contra la Juventus, con remontada y prórroga incluidas, el Sevilla de Mendilibar se plantó en la finalísima. Ese mismo equipo, ¿se acuerdan?, que el Viernes de Dolores parecía condenado a pelear por la permanencia en Primera a brazo partido. El fútbol es impredecible… casi siempre. Cuando los sevillistas ponen la proa hacia su torneo fetiche, ya se sabe lo que va a pasar.

Espoleado por el ruido ensordecedor y obligado por su condición de local, el Sevilla dominó los primeros minutos contra una Juventus que se dejaba hacer. En fin, llevan más de un siglo dejándose hacer los italianos y todavía no han aprendido sus rivales que ello no es sino una manera aviesa de afilar las uñas. Amagaron los blancos con una percusión de Rakitic y algún centro de Óliver Torres, más un par de córneres, que no hicieron ni cosquillas a la poblada defensa de Allegri, ocho tíos como ocho trinquetes plantados en dos líneas. Y a la primera estrategia turinesa, Gatti se eleva en el punto de penalti para martillear contra Bono, que evita el 0-1. Contra gente así había que jugarse las papas en el Sánchez-Pizjuán.

Desde los tiempos de Nereo Rocco, o antes, los equipos transalpinos observan el mandamiento de no regalar ocasiones, tarea en la que los albinegros –rosas para la ocasión– se aplicaban como buenos alumnos. Pero no entraba en sus planes que Ocampos cazase un planchazo en el primer palo que habría entrado de no mediar la estirada de Szczesny, que desvió en la raya. Makkelie miró su reloj-GPS, pero el portero polaco había parado antes de la raya.

Enseguida, Kean habilitó a Di María con una descarga en contragolpe y el Fideo, que quiso marcar en vaselina, pifió su definición. El partido era una guerra de trincheras con ambos contendientes lanzando, de repente, cargas a la bayoneta. Tan pronto largaban Acuña o Rakitic un zambombazo insidioso, como le hacía Kean un nudo a Badé y chutaba al palo de la portería de Bono.

Era, o sea, uno de esos duelos apretados que cualquier suceso puede desequilibrar. Un gol, desde luego, o una caída de Óliver Torres al límite del área piamontesa en el descuento de la primera parte. Fue falta clara de Cuadrado y es posible que fuese sobre la línea. El VAR lo escrutó durante algunos segundos y estimó su operador que era fuera. El peso de la historia, que puede provocar miopía.

La segunda mitad comenzó con contras y recontras que favorecían a la Juventus, más vertical que un Sevilla que ya empezaba a notar los minutos en las piernas de sus tres centrocampistas, cuyo despliegue hasta entonces había sido tremendo. Aunque el primer aviso fue de Bryan Gil, quien de verdad desbocó los corazones fue Rabiot. Iling-Junior desertó de su banda para arrastrar con él a Navas y el francés incurrió tras ser habilitado con el pecho por Kean. Gudelj no debía saber que es zurdo, porque lo dejó conducir con su pierna izquierda hasta las mismísimas barbas de Bono. Su tiro cruzado lamió la madera. Enseguida, Bremer cazó un balón aéreo y el guardameta sevillista volvió a ver salir el balón cerca de su palo. Se encaraba el tercio final, ese momento en el que un gol empieza a pesar como el plomo. Y quien más lo rondaba era la Juventus. Era el momento de activar a Suso, que suplía a un estupendo Óliver Torres.

Allegri respondía con Chiesa y Vlahovic, casi nada al aparato, y el delantero serbio se estrenada gloriosamente. En su primer balón, se colaba entre los dos centrales para batir por alto a Bono. La pegada era esto, sí, pero el partido ya llevaba unos minutillos inclinado con descaro hacia el lado visitante. Tampoco le fue mal al primer relevo sevillista. El gaditano, entre algodones desde hace dos semanas, era de los pocos elementos que parecía fresco cuando sus compañeros habían acusado el golpe de la desventaja y agarró la pelota al borde del área para descoserla con un chut que aunó potencia y colocación. Al tragaluz. Eliminatoria nueva, de veinte minutos mal contados, con los transalpinos agazapados y los blancos lanzados, aunque con peligro de caer en la trampa del correcalles que le tendía el avieso equipo visitante.

Bryan Gil y En-Nesyri, con un cabezazo que desvió Szczesny a mano cambiada, pudieron evitar la prórroga, que empezó con dos paradas salvadoras de Bono. No hay triunfo posible sin un gran portero. El marroquí mantuvo con vida al Sevilla en los momentos más comprometidos y Bryan Gil, en su enésima carrera por la izquierda, acertó a centrar al punto de penalti para que Lamela cabecease el 2-1.

Quedaban más o menos tres semanas, tal vez tres meses o tres semestres, para que la batalla terminase en el Sánchez-Pizjuán y tanto se aplicó el Sevilla en que no se jugase, que Acuña se ganó la segunda amarilla y fue expulsado. No jugará la final. Bueno, es un mal menor.

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