Historias del balón
La peculiar orden franquista sobre los árbitros que aún sigue vigente en nuestra Liga
Martínez Munuera, Iglesia Villanueva, Del Burgo Bengoetxea... ¿Por qué llamamos a los árbitros por sus dos apellidos cuando en Europa no se hace?
La nueva temporada arrancaba hace un par de semanas y como cada año el colectivo arbitral se renueva. A lo largo del tiempo, han ido cambiando las normativas de las manos, de los fueras de juego, de la cesión al portero... Incluso han modificado su vestimenta y el negro absoluto ha dado paso a los amarillos, verdes y naranjas fosforitos pero, hay algo que permanece inalterable.
Cuarenta y seis años después de la muerte de Franco, hay una norma no escrita que permanece en el fútbol español y que está directamente relacionada con el dictador. ¿Porqué llamamos a los árbitros por sus dos apellidos cuando en Europa no se hace? Martínez Munuera, Iglesia Villanueva, Del Burgo Bengoetxea... Cada jornada repetimos sus apellidos sin reparar en ello. Solo hay una excepción, la de Rafa Guerrero (el del famoso “Rafa, no me jodas” que negó decir Mejuto), pero lo normal es usar los dos apellidos. Algo que no existe en Europa, donde los aficionados al fútbol recuerdan nombres como el de Pierluigi Collina.
Una norma que viene de 1970
Así como la mayoría de los futbolistas son conocidos por tan solo el nombre, un apellido, un mote o incluso por el nombre y primer apellido, el colectivo arbitral español es conocido siempre por sus dos apellidos. La costumbre tiene origen en diciembre de 1970 con dos claros protagonistas: Francisco Franco y el colegiado murciano Ángel Franco.
Ángel Franco Martínez fue árbitro de la liga española en los últimos años del franquismo. La aparición de este joven colegiado, en los periódicos, de apellido Franco dio lugar a crónicas y titulares que al caudillo, reconocido futbolero, no le hacían ninguna gracia. Al igual que pasa ahora, en aquella época las malas actuaciones de los árbitros eran más mediáticas que sus aciertos, por lo que la dictadura no podía correr el riesgo de que en los campos en los medios se pudieran escuchar gritos de que “Qué malo eres Franco” o “Franco no vales para nada”.
Así que el Régimen se puso manos a la obra y prohibió a medios de comunicación y a colegios de árbitros llamar a los “jueces” sólo por su primer apellido o por su nombre, siendo obligatorio hacerlo por sus dos apellidos. Una costumbre que se mantiene a día de hoy.
Pero esta no es la única vez que el joven colegiado murciano se las veía con el régimen de Franco.
La tensión política era máxima entonces. El proceso de Burgos se había iniciado el 3 de diciembre con seis miembros de ETA condenados a muerte por tres asesinatos y juzgados por un tribunal militar en consejo de guerra. El 9 de diciembre terminó la vista y la jurisdicción castrense se tomó 18 días para deliberar antes de dictar sentencia.
Para el domingo 13 estaba programada la visita del Athletic a Atocha, 13ª jornada de Liga y, casualidades de la vida, el señor Franco, del colegio murciano, era el árbitro asignado. En un ambiente de manifestaciones a favor de la amnistía, el derbi vasco preocupaba al régimen. Y tan inquietante como que el partido se convirtiera en un acto reivindicativo, era que el público irrumpiera en gritos contra Franco, ya fuera el árbitro o el dictador.
Días antes del encuentro, Ángel Franco fue convocado a una reunión “urgente y de máxima discreción” en el piso del canónigo de la Catedral de Murcia. Le esperaban el cura y el ministro de la Gobernación, Tomás Garicano Goñi. La consigna era clara. Ángel Franco debía simular una lesión y borrarse del partido. Por el bien de España y para evitar males mayores.
Franco (el árbitro) siguió la recomendación gubernamental y se lesionó; fue sustituido por el sevillano Leonardo Soto Montesinos.
Sin Copa hasta la muerte del Caudillo
Pasado ese encuentro, Ángel Franco siguió pitando, pero ya lo hizo como Franco Martínez. Todos los árbitros comenzaron a nombrarse por sus dos primeros apellidos. Sin embargo estuvo estuvo vetado para las finales de Copa hasta que murió el caudillo. Con el dictador en el palco, el riesgo de que algún espectador utilizara al árbitro para gritar contra el caudillo era demasiado arriesgado.
Años después, el colegiado los explicaba la situación con claridad en una entrevista en el diario “Hoy”: “Era imposible por los gritos que me iba a dedicar la grada… ‘Franco, hijoputa’, ‘Franco, cabrón’, y que también iban a llegar hasta jefe del Estado”.
Ángel Franco Martínez fue resarcido años después: pitó las finales de Copa de 1978, 1980 y 1984. Fue considerado en los años 70 como uno de los mejores árbitros españoles, llegando a arbitrar un partido en el Mundial de Argentina 78.
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