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Bigotes contra tatuajes

Sergio Ramos, con su espalda llena de tatuajes, después de la victoria de España contra Irán
Sergio Ramos, con su espalda llena de tatuajes, después de la victoria de España contra Iránlarazon

Pese al odio que tienen muchos contra el fútbol moderno, en realidad no ha cambiado casi nada. Sólo algunas cosas estéticas

El VAR puede ser una de las revoluciones del fútbol que quizá podamos comparar con la llegada de la imprenta o la de internet o la del mando a distancia o, exagerando ya mucho, al de ese pitido que te avisa cuando te has dejado las luces del coche encendidas y que tantas veces me ha salvado de agotar la batería.

El fútbol es un deporte que apenas ha cambiado: las reglas son las mismas que cuando éramos pequeños y el dueño de la pelota quería poner las suyas. No podía, claro. Porque el fuera de juego siempre ha sido igual, los saques de banda se hacían con la mano y cualquier cosa trascendental no ha variado. Sólo que ahora al portero no se la puedes dar con el pie y que una mano dentro del área ya no siempre es penalti, porque antes hay que decidir si es invasiva o, en cambio, se ha hecho en son de paz (signifique lo que signifique en son de paz).

Sin embargo, al igual que hay gente que se compra vinilos para escuchar después la música por Spotify; y hay otras personas que se compran libros porque lo que les gusta es cómo huele; igual, están los que al ver un partido de fútbol de este Mundial aseguran un «odio eterno al fútbol moderno».

Habría primero que decidir cómo es o cuándo empieza lo moderno, porque cada uno debe tener una noción distinta de lo que es antiguo: cuando eras pequeño y tus padres ponían Julio Iglesias en el coche, te parecía lo más carca que te podían echar a la cara. Ahora, maldito, lo cantas en la ducha.

El fútbol antiguo puede ser el de antes del Ajax de Cruyff o el de antes de la Quinta; quizá el de antes del Barça de Guardiola; o el de antes del Madrid de Zidane. Son clubes que han cambiado la manera de entender este deporte o las tácticas y que marcaron una frontera temporal.

Lo único cierto es que en el fútbol de ahora ya no hay bigotes. Hay muchos tatuajes, por cualquier zona del cuerpo. No quiero pensar que cuando los futbolistas se hicieron esos dibujos sobre la piel les dolió tanto que se marearon y tuvieron que pedir al dibujante que parara y tumbarse un rato, como le sucedió a un conocido mío, un tipo con gafas y cerca de los cuarenta, que escribe en un periódico, y que hasta se le salieron las lágrimas. Ahí descubrió que los futbolistas estaban hechos de otra pasta. No se le ocurrió pensar, sin embargo, que es su pasta la que es endeble.

Antes, en el fútbol antiguo, uno veía un defensa con bigote y seguro que se lo pensaba dos veces antes de intentar hacerle un «caño». ¿Qué hubiese sido de Abadía si se hubiese afeitado? Puede que el primer tatuaje se hiciera con la intención esa de imponer. Pero en cuanto el rival se hizo otro; hubo que dibujarse un nuevo tatuaje, y el contrario otro y tú otro y, en fin, está claro que se les fue la mano.

Lo bueno de un bigote es que una vez que te dejabas la barba, ya no podías ir más allá.

No creo, de todos modos, que por eso se tenga que odiar el fútbol moderno.

Otra cosa es odiar a quienes se ponen a oler los libros.